jueves, 14 de febrero de 2019

Mi Mejor San Valentín

Es la noche de San Valentín, y mientras la ciudad está inundada de corazones y los restaurants abarrotados de parejas, yo estoy aquí en casa, tranquilo, mi libro, mi Netflix, mi copa de vino. Aquí no ha pasado nada. No lo digo en actitud de negación, es que yo no le he dado importancia a este día desde que estaba en el colegio y se celebraba la amistad más que otra cosa.

Y en la soledad de mi hogar, y frente a mi pantalla, recuerdo con una sonrisa en el rostro aquella noche de San Valentín del 2001, la mejor que nadie jamás haya pasado, y me la cuento de nuevo para no olvidarla, y para reconocer a las personas que hicieron de aquella ocasión un evento inolvidable. Confieso que con los años he borrado y he añadido detalles, casi que la he mitificado, y la contaré lo mejor que pueda, que me perdonen las protagonistas, pues reconozco que hasta ahora no ha podido ser superada.

No hubo chocolates, ni tarjetas, ni flores, ni cenas especiales a la luz de las velas, ni peluches, vamos, que todo eso ya lo he vivido y no me han dejado más que un hueco en el bolsillo y un buen momento. Pero sí hubo amor del bueno, compañía especial, y un derroche de detalles que me hacen seguir sonriendo 18 años después.

Aquella noche, como esta de hoy, llegué a la soledad de mi casa cansado del trabajo, con la única diferencia de que en aquella casa no había ni siquiera muebles, pues recién había adquirido mi primer apartamento. Estaba a punto de darme una ducha cuando de repente suena el intercom. Cuando respondí era mi amiga Fifi, a quien se le ocurrió pasar a visitarme a mi nuevo hogar. La recibí envuelto en una bata de baño. Me dice que viene a fumarse unos cigarrillos conmigo y le digo que no tengo cenicero, a lo cual ella me responde con que me trajo uno de regalo.

Estábamos sentados en el suelo, en el ejercicio del humo y las palabras, cuando aproximadamente cinco minutos más tarde, de repente vuelve a sonar el intercom. Una verdadera coincidencia, pues no esperaba una y mucho menos dos visitas, mucho menos una noche como aquella. Debe ser el conserje, le dije a Fifi. Pues no lo era, resulta que mi amiga Anacely decidió pasar a visitarme también. Al abrirle la puerta veo que trae una botella de vino con ella, y le digo que no tenía copas, a lo cual ella me dice que me trajo unos vasos y un sacacorchos. La invito a tomar asiento junto con Fifi en el suelo, y allí nos pusimos los tres a charlar alegremente. Yo estaba feliz.

Como a los cinco minutos, vuelve a sonar el intercom. Ya no me lo creo, y al verle la picardía en la cara a esas dos que conozco tan bien, me doy cuenta de que esto es un plan que ha sido coordinado y sincronizado a la perfección. Llegó Awilda, el mismo ritual: “Traje unos nachos y un dip”, me dice, “Pero no tengo en dónde servirlos”, le respondí, “No importa, yo te traje una fuente de regalo”. Para no hacer el cuento muy largo, llegó más tarde Eugenia y luego Ivelisse, y trajeron más vino.

Solo de recordar la escena me vuelve la alegría de aquel momento. Cinco amigas solteras, que decidieron “elegirme” como su pareja de San Valentín y aprovechar para hacerme un housewarming inesperado. La escena es surreal, sentados en el suelo, picadera, tabaco y vino, complicidad y carcajadas. Imagínense los temas de conversación, influidos por el día que era, estaba yo presenciando en primera fila la película de la vida a través de los ojos de aquellas mujeres que hablaron de amor y desamor. Yo no daba crédito a las cosas que allí salieron a relucir, y de hecho todos recordamos cuando una de ellas dijo casi llorando “necesito afecto”, y otra le ripostó con una frase que no puedo publicar aquí, pero que pasó a la historia. Lamentablemente yo no podía, por ser minoría, defender a los pobres hombres que tan mal parados salieron de aquella tertulia.

Como en un milagro bíblico se multiplicaron las botellas vacías y las colillas, y la noche que ya se había extendido, tuvo que llegar a su fin porque al día siguiente había trabajo. Nos despedimos de aquella inolvidable reunión a la que luego llamé “el aquelarre” y que prometimos repetir, pero aún queda pendiente, a sabiendas de que ya no somos los mismos y de que como dice Sabina “al lugar donde has sido feliz, no debieras tartar de volver”.

Hoy brindo por ustedes: Fifi, Anacely, Awilda, Eugenia, e Ivelisse. Para que siempre tengan aquello que “necesitan”. Ustedes son mi mejor regalo de San Valentín. Desde la distancia las extraño, y sepan que siempre habrá en mi casa, donde quiera que ésta se encuentre, un suelo, un par de oídos, una sonrisa y una copa de vino para ustedes. ¡Salud!


lunes, 8 de enero de 2018

Mis Gigantes Favoritos: Doña Benilda

"Ay, no te vayas, quédate otro ratito más". Me decía esto en cada una de mis acostumbradas visitas a su casa y yo, a sabiendas de que así sería, empezaba a despedirme desde temprano, así la complacía. Total, que entre un ratito y otro se nos pasaban dos horas o más volando. Estas visitas empezaron mucho tiempo atrás, al acabar un ensayo de los 15 de Giselle, al terminar de estudiar con Kathy, su hija de AFS, al detenerme en su casa a pedir un vaso de agua antes de subir la cuesta de los cerros a pie. Pero se hicieron mucho más frecuentes desde que dejé mi ciudad natal, y a lo largo de los últimos quince años, hice costumbre en mis visitas a Santiago pasar por su casa y sentarme en su sala,  escuchar sus cuentos y contarle los míos, y reírnos juntos.

Nuestras familias tienen mucha historia en común. En mis recuerdos de infancia está ella, aquella señora afable, gordita, con el pelo siempre arreglado. La amistad de ella y su esposo con mis padres se consolidó a través del Movimiento Familiar Cristiano y así nos tocó compartir muchas vivencias y experiencias juntos. Me hice amigo de sus seis hijos, de algunos más que otros por asunto de edad. Pero luego llega uno a la etapa de la vida en que la edad deja de importar y así me hice amigo de ella directamente.

"Lucre, pon café para Simón Eduardo. ¿O tú prefieres un té? Yo guardo esa caja de té que tú me regalaste". Recordaba cada regalo, por más simple que fuera, cual si estuviese guardando un tesoro. A propósito, la última vez que la vi, hace tres semanas, me dijo: "Ay, aquellas cucharitas de chocolate, me acaban de regalar otras y me recordé mucho de ti. ¿Y tú sabes una cosa? Aquella tarjeta tan linda que tú me regalaste la conservo conmigo". Miguel su hijo que estaba allí se sonreía al escuchar nuestra conversación. Ella se jactaba de que yo ya no era el hijo de sus amigos ni el amigo de sus hijos, sino su amigo. Y así era. Y así se lo recordé en el hospital. "Usted sabe que yo no la estoy visitando ni por estar enferma ni por ser vieja, sino por ser mi amiga" - le dije.

Una de las tantas experiencias compartidas da cuenta de su espíritu siempre joven. Un grupo de amigos de mi generación habíamos formado  junto al Padre Dubert  un grupo al que llamamos Compromiso 99, y entre nuestras actividades hacíamos una modalidad de teatro leído que presentábamos a la comunidad. La primera vez que nos presentamos ella asistió y al final se acercó a nosotros y nos dijo: "Yo quiero formar parte de su grupo". Cualquier otra persona se hubiese amedrentado ante la brecha generacional, pero ella no veía tal brecha, y así empezamos a participar juntos en lectura de libros, cine-fórum, y hasta nos tocó actuar juntos en otra ocasión en una obra de Casona. En la obra, ella era la abuela noble y yo el nieto desalmado, y cuánto nos reímos en los ensayos y con la torta de nueces que ella sacó del libreto directo hacia su mesa.

Como amiga, era una fiel imagen del amor de Dios. Así, nunca hubo reproche, ni crítica, ni juicio. Solo acompañamiento, solo amor, disfrutando el momento a plenitud, trayendo a la memoria recuerdos y creando otros nuevos. Primero me ponía al día con su descendencia siempre en expansión. Que si tal nieto se casó, que si tal otro se graduó, que si tal hijo está en tal negocio, que si le nació otro biznieto. "¿Cuántas de tus amistades tienen biznietos? ¿Verdad que yo soy la única amiga tuya que es bisabuela?"

Luego empezaba a recordar anécdotas de tiempos pasados. "¿Tú te acuerdas de la vez del embeleco? ¿Y de Raquel imitando a María Ugarte?" . Pero luego yo le pedía que contara la última anécdota, el último cuento, porque todo lo suyo traía un sello de humor y de ocurrencias. "Cuénteme otra vez el chiste del club Vistamar" le pedía, y volvía a reírme como la primera vez. Y le pedía que me contara las anécdotas favoritas: que si el titular en el diario de ella como asesina, que si el ladrón desnudo, que si las estampitas del ángel de la guarda que no eran tal, que si el video de los 15 al cual Chemilo le cambió la etiqueta... En fin, cuentos que solo los allegados compartían, y que me hacían ser cómplice, audiencia y participante a la vez.

Más café, más galletas, más fotos de nietos y biznietos. Y luego le pedía que me volviera a contar cómo empezó el negocio de El Edén, o cuando se mudaron a esa casa "cuando esto era un monte". De vez en cuando le pedía que me contara sobre cómo conoció al amor de su vida, su novio y su esposo, su querido Alejandrito. Y le brillaban los ojos llenos de amor recordándolo y hablando de él con una sonrisa en el rostro, siempre enamorada. Y me tarareaba la letra de una canción de Mijares: "Esta misma historia continúa, solo cambia el escenario en la escena del amor". Finalmente se juntaron, y la historia continúa, porque ella creía firmemente en la vida del mundo futuro, que ahora es su presente, esa en la que todos nos juntamos, abuelos y nietos, esposos, compadres y amigos. Y por eso ahora le pido prestado ese testimonio de fe para pensar que algún día esta historia continuará, y volveré a estar en su sala con ella y Don Alejandro haciendo cuentos. 
Se fue mi amiga Benilda a juntarse con su amado Alejandrito. Y yo quisiera decirle como ella me decía:"Ay, no te vayas, quédate otro ratito más", pero no puedo aunque tenga el corazón lacerado. Solo puedo sonreírme agradecido al recordarla y pedirle prestada la frase de su canción: "Esta misma historia continúa".

"Tú hace tiempo que no escribes", me dijo la última vez. "Voy a escribir sobre usted", le respondí. Y se sonrió, y sé que ahora lo vuelve a hacer al leer estas líneas, Y por eso así la quiero eternizar en mi teclado, como aquella amiga maravillosa que me regaló la vida. Habrá quien escriba sobre su inmenso legado como cristiana, como ciudadana, como madre. Habrá quien hable de ella como impulsora del carnaval, de ella como chef, de ella como emprendedora. Yo quiero hablar de mi amiga, la de los cuentos, la de la risa, la que siempre fue joven. Fue el mismo Alejandro Casona, el de las obras de teatro mencionadas, quien escribió esto en 1945 sin saber que hoy le quedaría tan bien a mi amiga:
- Deliciosa mujer... ¡Qué garbo a su edad!
- Va a cumplir setenta años de juventud
- ¿Y es siempre así?
- Siempre; en el buen tiempo y en el malo. Hay árboles que nunca pierden las hojas.

viernes, 6 de enero de 2017

Epifanía

No pensé encontrarme con él, mucho menos en mis vacaciones. De hecho, hace tiempo que no lo veía, y confieso que hasta evitaba el encuentro, porque temía que iba a resultar en algún reproche de su parte, bien ganado por cierto.
De modo que me fui de viaje, aprovechando el feriado que traería su cumpleaños, y busqué por todos los medios posibles de llenar la agenda, de evadirlo, no toparme con él. Sin embargo, me estaba persiguiendo, casi diría que acechando, asediando.

La primera vez que me lo encontré, me sonrió. Como niño al fin, estaba jugando. Pero lo curioso es que también logro que sus padres sonrieran. Aquellos padres  en pleno duelo, que acababan de perder una criatura de meses, y cuyo dolor se reflejaba en la mirada ausente, en el cansancio y la desilusión. Pero llegó él, y les cambió en un segundo el rictus de dolor por una sincera y hermosa sonrisa. Como dije, me sonrió a mí también. Vi su hermosa sonrisa detrás del biberón, y sin palabras me habló de esperanza y nuevos comienzos.

Luego me lo encontré en casa de mis padres en la víspera de su cumpleaños, y me habló de agradecimiento. Esta vez tenía 80 años y un trago de whisky en la mano, pero igual la mirada era de niño. Yo estaba en ese momento pensando lo mismo que había dicho un par de días antes: “ya las navidades no son lo que eran, y nunca lo serán”, y en ese momento, antes de la cena, él dijo algo muy simple y muy profundo, mientras miraba a su alrededor, a nosotros: “Soy rico. Soy millonario. Tengo todo lo que quiero aquí en mi casa y no tengo que buscar nada más”. Y así sin más, me dejo pensando en mi propia riqueza. Y me sonreí pensando que en un futuro recordaré esta como una de las navidades que ya no vuelven, toda la familia completa, todos juntos, sanos, unidos.

La siguiente vez que lo vi me habló de su tercer tratamiento de quimioterapia. Pero entre líneas también me habló de aceptación y de paciencia. Aunque me explicó que los tres tratamientos recibidos no habían arrojado resultados positivos, al hacerlo me sonreía, y me mostraba que seguía luchando con energía. Me enseñó sus manos y sus pies llenos de ampollas, pero se enfocó más en disfrutar el encuentro que en recapitular los tropiezos del año, Antes de irme hicimos un chiste sobre su falta de pelo y lo comparamos con mi calvicie para reírnos juntos a carcajadas.

Lo volví a ver una cuarta vez,  esta vez había vuelto a envejecer y tenía 87 años. Usaba andador, se movía con lentitud, pero me habló sobre la amistad, y de cómo en 31 años hemos cambiado tanto pero seguimos siendo los mismos, y de cómo ya no somos maestro y alumno, sino hermanos, como siempre lo fue. Cuando me iba salió hasta la puerta de la calle en su andador para despedirme, y se me puso el corazón chiquito porque no me perdió de vista con su linda sonrisa hasta que desaparecí en el carro al doblar la esquina.

La siguiente vez fue evidente el encuentro, y yo ya sabía que lo encontraría ese día, pero nada me preparó ante la alegría que sintió de verme. Hubo risa, canto, baile. Y cambió su nombre varias veces en el transcurso de la hora y media que duramos en aquel hospicio. Y se llamó Fátima, Melba, Guillermo, Iris… y Nicolás. Y tenía Alzheimer, o demencia, o daño cerebral. Pero en todo momento tuvo la sonrisa lista para mí. Antes de irnos, nos dio la bendición, y alguien tuvo que traducir para mí porque lo hizo arrastrando las palabras, pero contento. Yo me iba caminando por mi propio pie, no necesitaba asistencia de nadie, no tenía ninguna enfermedad, no estaba en silla de ruedas como él, y sin embargo el que estaba feliz y me bendecía era él. Esta vez su lección me dejó un nudo en la garganta y en el corazón.

La última vez que lo vi fue el día primero, inicio de año, víspera de mi viaje de regreso. Estaba acostado en una cama de posición, de nuevo sin mucho pelo, con movimiento limitado después de su tercera cirugía, debilitado por la quimio, y adolorido. Pero una vez más estaba ahí su sonrisa, la misma sonrisa del hombre del andador, del niño del biberón y del anciano discapacitado. Agarró mi mano y quiso apretarla con fuerza, pero su mano empezó a temblar. Me miró, y en su mirada me habló de milagros y decepciones, de enfermedad y familia, de recuerdos y futuro, de fuerza y de dolor, de nacimiento y crucifixión. Y dijo que me quería, Y yo le creo.

Después de todo tenía razón, estas navidades no se sintieron igual que las de antes… Y yo me alegro.

Epifanía - (tomado de Wikipedia)

Para muchas culturas las epifanías corresponden a revelaciones o apariciones en donde los profetas, chamanes, médicos brujos u oráculos interpretaban visiones más allá de este mundo.

Es también una fiesta cristiana en la que Jesús toma una presencia humana en la tierra, es decir, Jesús se «da a conocer»

martes, 6 de septiembre de 2016

Mi Tía de Verdad

He pospuesto el inicio de este escrito lo más que he podido, porque en cierta manera es mi despedida de ella, y yo no quiero decirle adiós, ¡No puedo! Pero la verdad es que había empezado a escribir sobre ella hace un tiempo, como parte de una serie que he titulado "Mis Gigantes Favoritos" y lo dejé a medias. Cuando se lo comenté le hizo mucha gracia, "¿Tú te imaginas yo ser la musa de un escritor?" me dijo con su característico sentido del humor.

No es un homenaje justo escribir esto en ocasión del novenario de su partida, cuando ella pudo haberlo disfrutado, y me duele que ella no vea el resultado de cómo mi corazón la veía, aunque nunca le dejé de expresar mi amor. Resulta curioso que mi última publicación fuera precisamente en amorosa recordación de mi abuela, quien era su madrina tan querida y de cuyo cariño y amistad siempre hablaba. Pareciera que últimamente mi inspiración viniera del duelo, del dolor, pero en realidad surge del más puro amor.

Es difícil resumir en un solo escrito tanta admiración, tanta ternura, tanto respeto como el que sentía hacia ella, pero en esta catarsis que me proporciona la escritura, pretendo terminar estas líneas sonriendo entre lágrimas como lo he hecho durante todos estos días, roto de dolor pero sumamente agradecido por ella. Internauta trasnochadora como era ella y como lo soy yo, me la voy a imaginar abriendo este artículo en su computadora y entablando conversación electrónica conmigo a las dos de la mañana, como en varias ocasiones hacíamos - hasta que me mandaba a acostar.

Imposible describirla en dos o tres párrafos, pues ella era tantas cosas a la vez que algo se va a quedar. No solo hizo el mejor papel de madre, esposa, hija, hermana, madrina, tía, abuela, bisabuela, amiga, cristiana, y ciudadana, sino que decidió ser muchas otras cosas, sin pedir permiso ni perdón, y sobresaliendo en cada una de sus facetas. Fue la esposa del Procurador, la madre del Embajador, del subsecretario de Agricultura, de la politóloga. Fue líder activa en el Colegio de La Salle y en la Iglesia católica. Fue mentora y protectora, promotora de la cultura, defensora de la educación.

Fue maestra, y lo hizo con tanta devoción, que más de cuatro décadas después sus alumnos dan testimonio de lo ejemplar y dedicada que fue. Quiso ser pintora, y ante el asombro y la admiración de todos surgieron de su acuarela paisajes impresionantes. Decidió ser investigadora, y colaboró magistralmente con investigaciones  históricas y genealógicas. Su talento de escritora se plasmó en poesías hermosas, un libro publicado y otro en vías de publicación. Simplemente fue todo lo que pudo ser, fue todo lo que quiso ser, voló libre y disfrutó el proceso, con la conciencia de que en cada una de sus múltiples roles estaba poniendo su talento al servicio de los demás.

Pero el papel al que me voy a referir en estas líneas, es al de Tía, así con mayúscula. 
Siendo niño, uno de los primos me preguntó que por qué yo la llamaba Tía Nuris si ella no era realmente mi tía. Me quedé de una pieza escuchando la explicación de que había tíos de cariño y tíos "de verdad" y ciertamente era compleja la relación genealógica (ahijada de mi abuela, madrina de mi hermana, prima de mi mamá), pero qué sabe el corazón de un niño sobre esas cosas. 
La siguiente vez que la pude ver, me acerqué a ella muy triste y le pregunté que si aquello era cierto. Como siempre, amorosa y sabia en su respuesta, me dijo "¿Qué tipo de tía tú quieres que yo sea?" "Tía de verdad", le respondí. "Pues no se hable más, así será". Los tíos "de verdad" los elige el corazón, comentamos una vez.

En una ocasión Tía Nuris se llevó consigo por varios días a más de una docena de sobrinos a su casa de campo en Los Montones, San José de las Matas, siendo ella la única adulta. De aquellas vacaciones guardamos memorias inolvidables, y probablemente es uno de los mejores recuerdos de mi niñez. Nos dividió en brigadas para las diferentes tareas, se inventaba concursos, organizaba veladas artísticas en las noches, y nos mantenía activos y divirtiéndonos sin perder la cordura, más bien participando con entusiasmo y disfrutando como uno de nosotros. 
Vale la pena mencionar que en una tarde de lluvia en la que estábamos tristes de no poder salir al monte a explorar y jugar, ella convirtió los bancos de las mesas en asientos de avión, y sentados allí a horcajadas recorrimos con los ojos cerrados, y a través de sus detalladas descripciones, diferentes ciudades europeas que guardé en mi mente hasta que pude finalmente visitarlas de verdad.

Hago mención de esta anécdota como manera de ilustrar que Tía Nuris podía convertir lo trivial en fascinante, gracias a la originalidad y creatividad que le proporcionaban su eterna juventud. Y es que Tía Nuris no tenía edad ("¿Cuándo será que me voy a poner vieja?" comentaba al celebrar sus ochenta años).  Logró ser amiga de cuatro generaciones de mi familia, entablando con cada persona una relación de cálida cercanía. Siendo niño o siendo adulto, poca gente podía captar mi atención, hablar mi lenguaje, escucharme y entenderme como lo hacía ella. 

No recuerdo un solo sermón suyo, y sin embargo gozaba de mi respeto y admiración en todo momento. Me hizo ser mejor persona, no como consecuencia del temor a algún castigo, sino del deseo de no defraudarla nunca y de querer ser como ella. Escuchaba sin juzgar, aconsejaba sin cuestionar, acompañaba sin imponer. De su boca salía la sapiencia revestida de inteligencia, humildad, respeto, amor y paciencia, y con una puntería certera.  

Más que la anfitriona perfecta en la ciudad o en el campo, o la excelente organizadora de eventos, ella era más bien el centro de gravedad de varias familias. Congregaba en su mesa reuniones inolvidables en celebraciones familiares, especialmente en la Navidad. Aún habiendo perdido a sus padres, a su marido, a tres hermanos, dos sobrinos, y muchísimos amigos, siguió siempre celebrando la vida. "Estoy preparada para morir, pero no tengo prisa" repetía con jocosidad, dejando saber que amaba la vida y que la había vivido a plenitud.

Quizás tú estabas preparada, Tía Nuris, pero nosotros no. Yo no. Nunca visualicé un futuro sin ti. Ahora no hay a quién preguntarle cómo se sobrelleva el dolor, y cómo se sigue adelante. Quizás tratando de ser como tú, que fuiste y eres luz. O quizás. como en aquella ocasión de la infancia, volviendo a cerrar los ojos y viajar con la imaginación hasta donde estés, hasta que finalmente pueda volver a visitarte de verdad.

Hasta siempre, te amo y te amaré, mi Tía de verdad.

lunes, 6 de junio de 2016

Mis Gigantes Favoritos: Abuelelisa

Hace diecisiete años un día como hoy era domingo, pasada la medianoche el doctor salió de la habitación de cuidados intensivos y dijo "la señora falleció". Ni siquiera tuvo la decencia de decir su nombre, quizás ni se lo sabía. Todo el mundo abrazó a todo el mundo, menos yo, y me quedé solo, mudo, frío, en medio de aquel pasillo, sin que el abrazo llegara sino tras unos minutos que se me hicieron interminables y en los que redefiní el concepto de soledad. Más que un abrazo, yo necesitaba SU abrazo. Mi abuela Elisa se había marchado para siempre y con ella, una parte de mí. A partir de esa noche se me rompió la infancia en pedazos, pues para ella yo seguía siendo un niño de 29 años a quien ella aún tomaba de la mano para cruzar la calle.

Mi abuela, Elisa Abdala Khoury, o más propiamente, "Abuelelisa", era hija de inmigrantes libaneses y aunque nació en la República Dominicana, se crió en esa colonia y de ellos aprendió la mejor cocina, y frases sueltas en árabe (incluyendo malas palabras) que aprendimos y repetimos hasta el día de hoy. Como su familia había salido huyendo del Líbano como muchos otros por las persecuciones religiosas contra los Maronitas, se crió con fuertes raíces religiosas que nos transmitió a todos sus hijos y nietos en la fe católica. Ella no conoció a su abuela, ni mi mamá tampoco (pues su abuela murió en el parto de mi abuela, su última criatura, la única niña), por eso el sentimiento de perder el amor de la abuela es algo que solo puedo compartir con mis hermanas y primos.

Abuela era la dadora de cariño en una familia que no se caracteriza especialmente por la afectividad. Ella era la de las palabras dulces y apodos y cariñitos melosos. La del beso y el abrazo siempre listos. En su casa, que solo existe ahora en mi mente, habitan los mejores recuerdos de mi infancia. Su pequeño patio con suelo de cemento sigue siendo mi refugio en los momentos de tristeza. Ese pequeño paraíso privado está poblado de risas y juegos, allí somos todos niños, felices, inocentes. Allí me siento cuidado y seguro. 

Siempre trató de que ninguno de los nietos sintiera predilección, no fuera cosa que alguno de sus hijos se sintiera celoso, pero yo me sentía que era el más querido - y me imagino que mis hermanas y mis primos también sintieron lo mismo. Me llamaba por teléfono y me cantaba en árabe una canción que decía "Llámame por teléfono aunque sea una vez, pero llámame", señal inequívoca de que ya era hora de pasar por su casa. A veces, como estrategia para que llegáramos más rápido, había como recompensa por la visita un dulce hecho con guayabas del patio (el olor inundando la casa lo recuerdo como ahora), o majarete, o chocolate San Jorge, o "una coca-colita" la cual compraba como pretexto de que era para los nietos, pero era uno de sus vicios, junto con el bingo y las quinielas), o acaso, si había salido el 37 en la lotería del domingo, habría que llamarla y decirle "¡Albricias!" y por el premio ganado venía una propina para cada uno de sus nietos (la misma cantidad, por supuesto, que nadie se ofenda).

Abuela Elisa conocía a todo el ser vivo que hubiera nacido y habitado en el barrio de Los Pepines. Salía de vez en cuando a repartir arroz, azúcar y aceite a algunas familias de escasos recursos, calladita y sin buscar ningún reconocimiento. Conocía desde los más ilustres hasta los más oscuros personajes, y a todos los trataba como iguales. En medio de la agresiva poblada del 1984, la policía aprovechó para "limpiar" y se despachó a algunos individuos a quienes les tenían ficha de cabezas calientes. Y entre gomas quemadas y huelgas ella fue a dar el último adiós a un famoso y peligroso personaje conocido como "el Taira" - "El era un muchacho bueno y yo lo conocía desde chiquito", insistía abuela, mientras se ocupaba de que nadie saliera de su casa porque la situación era peligrosa.
 Igual se convirtió en defensora acérrima de uno de sus cantantes favoritos, Fernando Villalona cuando éste cayó en su punto más bajo de adicción a las drogas. Pienso que quería siempre ver lo mejor del otro y por ello trataba de ser indulgente cuando podía, excepto se se trataba de un umpire quite le cantaba out o strike a las Águilas Cibaeñas, en cuyo caso se transfoguraba, y perdía la compostura, voceándole protestas en medio del estadio de béisbol.

Tras su partida aprendí que aquel rosario tan fino que le traje de Montmartre lo guardaba como un tesoro en una gaveta, mientras seguía usando su viejo y gastado rosario en las horas santas. Así me enseñó a rezar: "Espíritu Santo, enséñame lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo debo decirlo, cómo debo de actuar..." y en su honor aún lo sigo repitiendo ante cada situación de crisis.

Hacía sus rezos temprano en el patio, para poder salir a tiempo, bañada y empolvada, y llegar a  la farmacia donde trabajaba mi abuelo. Aquel acto de acompañarlo en su camino de regreso a la casa era motivado por celos, pero le servía a la vez como salida diaria. para saludar y socializar. Compraba el periódico "Ultima Hora" y se sentaba a leerlo en la farmacia. Si llegaba alguna clienta bonita o coqueta, ella leía en voz alta algún titular, para que la mujer en cuestión se percatara de su presencia.

Por más que quiera hacerle un reconocido homenaje como una de mis gigantes favoritos, lo que me sale son anécdotas jocosas sobre sus ocurrencias y supersticiones, sobre sus refranes que repito a menudo y las frases que acuñó y que son repetidas por muchos hoy en día:
- Abuela, me voy de viaje, "El que tiene cuartos sí goza, qué dirá el Señor de tantas cosas", 
- Abuelelisa, ¿Cómo estás? "Aquí, entre dos como el encaje", 
- Abuela, ¿Qué haces? "Viendo, oyendo, cogiendo y dejando". 
- Abuela, ¿Qué opinas de fulano? "Ese no es un ñeñeñé". 
- Abuela, ¿Supiste lo que hizo tal persona? "Jara pa' ese". 
- Abuela, Se dañó tal cosa. "Fadeca (que en él se ensuelva)". 
- Abuela, nos vamos para la playa "Llévense su abriguito por si hace frío".  
Nadie que lea este escrito lo entiende, pero muchos me conocen y me han escuchado alguna de esas frases, y si me conocen de cerca saben que la mantengo viva en mis conversaciones.

Así que no puedo hacerle un homenaje a mi abuela sin resaltar su llaneza y espontaneidad, su tono campechano, su manera sencilla de vivir, su agudeza, y sobre todo su fe y su entrega. Pero su manera de amar, de ser, de hacerme sentir, eso no puedo ponerlo en palabras. 
La extraño como si se hubiese ido hoy, y me sorprendo con frecuencia hablando con ella, pidiendo su intercesión, imaginando su reacción ante tal o cual noticia. Y me pregunto si sus diez bisnietos, de los cuales solo llegó a conocer dos, sabrán alguna vez que esa abuela nuestra fue el centro de todo el amor de nuestra familia.

Cuando mi abuelo Chaguito falleció, ella siguió durmiendo del mismo lado de la cama y le dejaba el espacio vacío del otro lado. El domingo siguiente fui temprano a su casa para hacerle compañía, y puse el CD de Gardel de fondo, como tantos otros domingos en que lo hacía mi abuelo. "Quita eso" - me dijo. Yo pensé que era porque le traía dolor por la nostalgia de su partida, pero siguió hablando - "A mí no me gusta Gardel". "Pero abuela, ¿Y como es que lo estuviste escuchando durante 57 años de matrimonio?", a lo cual ella me respondió con tremenda lección, diciéndome que de eso se trataba, que ella respetaba eso así como abuelo respetaba su afición por la lotería. 
De hecho, se sabía cuanta fecha de nacimiento o aniversario existiera, y la jugaba en la lotería al derecho y al revés si se soñaba con alguno de nosotros, sin olvidar el número de cédula y de placa de la persona. Y bueno, mi abuelo nada podía hacer para detenerla.


A los dos años ella le siguió los pasos. Durante la semana que estuvo luchando contra la muerte pude verla despojada de su elegancia, vulnerable y frágil, y me percaté de cuan bella era, aún en su lecho de muerte.

En uno de esos días llegué bien temprano a la clínica para ayudar a cambiar la ropa de cama y asearla, y en sus delirios ella pedía agua, y la enfermera se la llevaba, pero ella no la quería. Salí entonces a la calle a buscar agua de coco, pues ella hace tiempo había sustituido el agua normal por el agua de coco, y logré convencer a la enfermera de que se la diera. Al probarla, en su dolor sonrió, y me miró, ya lúcida, y con dificultad me alcanzó a decir con una sonrisa, "Gracias, mi amor. Tú eres mi niño. Te quiero mucho". Esa fue nuestra última conversación, y como pocas veces la escuché llamarme "mi niño", si no fuera por la enfermera que estaba presente juraría que me lo soñé. 

Yo también te quiero, y te amaré siempre, Abuelelisa.

lunes, 11 de abril de 2016

Cancionero Traumático

Hace ya casi dieciocho años que tuve el privilegio de ser tío y poder participar del mágico momento de dormir a un bebé. Con aquel bebito amado recostado sobre mi pecho empecé a cantar la misma canción de cuna que me cantaban a mí: "Linda palomita, la que yo adoré, le nacieron alas y voló y se fue". Y de repente paré la canción en seco, porque aquello me daba tristeza, Traté en vano de buscar en mi mente alguna canción apropiada para la ocasión y acabé cantando "You'll be in my Heart", de Phil Collins, la cual estaba de moda en el momento y resumía muy bien mis sentimientos por mi sobrino Jean Paul.  
Al nacer mi segunda sobrina, Isabelle, las veces que me toco dormirla yo aprovechaba para repasar mis lecciones de italiano, contando los números en ese idioma, y ya como por el settantadue había caído redonda con la monotonía a la que había sido sometida la pobrecita.

Así me tocó ver crecer en las últimas dos décadas cinco sobrinos que nos han hecho ver desde Barney hasta Peppa la Puerca, pasando claro está por los detestables Teletubbies y algunas otras aberraciones, cada uno de ellos con cancioncitas estúpidas que hubo que tararear en su momento. Sin embargo, con el tiempo he llegado a pensar que es preferible el cancionero moderno y no el arsenal de tristeza y pesimismo en el que consiste el cancionero tradicional con el que fui criado.

Hace tiempo hice un análisis de por qué mi generación es tan dramática y cursi (ver la entrada de este blog "¿Cursi Yooooo?").  Pero yéndonos un poco hacia atrás, entenderemos muchos aspectos del comportamiento y las actitudes de nuestra generación, si le ponemos atención a las canciones infantiles con las que crecimos. Freud se daría gusto buscándole el sentido a muchas de las “inocentes” y entretenidas cancioncitas con las que crecimos. Yo haré lo que pueda en las siguientes lineas para abrirles los ojos a mis lectores.

Por ejemplo, mientras “Mi Escuelita” nos motivaba a cumplir con el deber y saludar a la maestra temprano, “A la Rueda Rueda” nos decía “A la rueda rueda, de pan y canela, dame un besito y vete pa’la escuela, si no quieres ir, acuéstate a dormir”. O sea, pongámonos de acuerdo, ¿Quiere decir que ir a la escuela es opcional? La chancleta de mami no pensaba lo mismo. Yo solo seguía lo que mi subconsciente aprendía en las canciones. Menos mal que "Pajarito vino hoy y me dijo al despertar, ¿no te vas a levantar?", yo he saltado y corrido de la cama desde aquel entonces hasta el día de hoy.

Y siguiendo con el tema de la vagancia, “brinca la tablita, ya yo la brinqué, bríncala tú ahora, que yo me cansé”, nos muestra cómo el tema de la excesiva delegación de tareas ha estado presente desde siempre. Yo no tengo quien brinque la tablita por mí en el trabajo, una lástima. Ni tampoco he encontrado para casarme una viudita de la capital, como el demandante y quisquilloso “Arroz con leche” que en estresante obsesión quiere que sepa coser, bordar y poner la aguja en su mismo lugar.

Luego resulta que nuestra generación abrazó el sadismo en su máxima expresión con inocentes cancioncillas como “Yo tiré mi gato al agua, pero el gato no se ahogó”. Doña Juana, que observaba la escena impávida, es cómplice de tal atrocidad. Pero deja tú el gato, no hay cosa más bella que “Me casé con un enano para poderme reír”, dale con el matrimonio feliz y la esposa sádica. Y para rematar, los maderos de San Juan, que “piden queso y piden pan, y no le dan”, no tiene nada de gracioso. ¿O acaso era yo el único niño preocupado por esos maderos? De igual manera, es muy probable que yo fuera era el único niño que consideraba la desagradable consecuencia de Pin Pon (que era muy guapo y de cartón) lavándose la cara con agua y jabón, y me lo imaginaba desfigurado al pobre como consecuencia de su afán por la higiene.

¿Y qué decir  del pesimismo enraizándose en nuestro interior desde temprano?: La cucaracha ya no puede caminar, el barquito no podía navegar, al alimón que se rompió la fuente, la muñeca la saqué a paseo y se me constipó, en el bosque de la china la chinita se perdió, y pulgarcito se subió a un avión que se le acabó la gasolina. ¿Quiere decir que no se puede ni caminar, ni pasear, ni viajar, ni explorar, ni navegar? Pero qué va, si podemos jugar en el bosque "mientras el lobo no está", o irnos a la playa sin temor a "la víbora, víbora de la mar".

Pero si a pesimismo vamos, todo eso es solo un ensayo comparado con la maravillosa letra de “Mambrú se fue a la guerra”, toda una historia trágica donde las haya. No se sabía cuando venía, y tras una angustiante espera llegaron los soldados a traer la noticia, y resulta que Mambrú regresó con los pies para adelante en una hermosa caja de oro y cristal.
Pero nada como la pesimista y trágica historia que recoge una serie de eventos desafortunados al cantar que “yo tenía diez perritos, uno se perdió en la nieve, nada más me quedan nueve”, y así sucesivamente hasta aniquilar irresponsablemente a toda la población canina. Con razón después de que se murió mi perro Pixie, nunca volví a tener uno, no fuera cosa.

Nada como una cancioncita infantil para que el niño vaya aprendiendo desde temprano los efectos de la crisis: Los pollitos tienen hambre y tienen frio, el chorrito de la fuente se hace chiquito, y el ratoncito Miguel nos recuerda que “la cosa está que horripila y mete miedo de verdad, y usted verá como de hambre un ratón se morirá”. Hermosas letras, solo comparables a las de La Patita que se ha quejado de lo caro que está todo en el mercado. Disfuncional la familia palmípeda, pues su esposo es un pato haragán y perezoso que no da nada para comer, pero la muy despiadada pata, cuando le pidan, contestará, al mejor estilo de María Antonieta, “coman mosquitos”. Qué madre tan cruel.

El indiscutible galardón se lo lleva la canción que me aterrorizó durante mi infancia y que me hizo respetar hasta el día de hoy a mi madre. Fue una bella historia que me contaron en pre-primario, y se trataba de un cuento amenizado con cantos, ¡qué hermoso! No tanto si les digo que el cuentecito iba sobre un niño que obediente fue a buscar higos por encargo de su mamá y al traer uno de menos, ella lo enterró vivo. Pero caballero, ¿cómo le van a decir esas cosas a uno? ¿Será que a Stephen King le cantaban eso de niño? En el lugar donde fue enterrado el carajito nació irónicamente una mata de higo, y el hermanito sobreviviente, cada vez que iba a jalar un higo de la mata, ésta le cantaba “Hermanito, hermanito, no me jales los cabellos, que mi madre me ha enterrado por un higo que ha faltado”. Tan solo de recordarlo se me vuelve a erizar la piel.

Sé que se me quedan muchas, pero la idea está clara. Pesimismo, sadismo, mal ejemplo, crueldad, tristeza, y así crecimos y nos convertimos en los adultos que somos. Es por eso que aprovecho este medio para hacer un llamado a los tíos y tías, madres y padres modernos, para que sigan dándose su alienante dosis de Discovery Kids con gusto, y para que disfruten mucho al dinosaurio púrpura afeminado y sus canciones gangosas (si es que todavía existe), pues a fin de cuentas, por más que le he buscado la vuelta no he podido hallarle nada de malo a “Te quiero yo, y tú a  mí”

sábado, 26 de marzo de 2016

Frente a la Cruz en Silencio

He regresado hoy después de cuatro días de retiro en silencio en la casa de retiro jesuita Montserrat, aquí en Dallas.

Mucha gente se sorprende cada vez que hago un retiro de silencio, porque toda la vida he sido locuaz, parlanchín, y hasta de chiquito en la escuela a mis padres les mandaban a decir que yo hablaba mucho en clase. Ya hay otras entradas de años anteriores en este blog sobre mi experiencia en el silencio.

Pero el silencio es para mí como la fortaleza de Supermán, que va a encontrarse con su padre y busca fuerzas en un mundo lleno de kriptonita, es uno de mis refugios, y en el silencio Dios es muy elocuente.  Setenta y dos horas de silencio, sólo interrumpidas por las charlas de quince minutos tres veces al día, y con la oportunidad de una conversación privada con un sacerdote. Hablar con un jesuita es siempre una bendición, y yo ansiaba la oportunidad de hablar con el padre Ron, por eso me apunté temprano en su lista.

«Voy a hablarle de mi temor sobre el futuro», me dije, y en la segunda charla ese fue precisamente el tema que él trató. «Pues entonces, voy a hablarle de la soledad», y sí, la siguiente charla trató ese tema, parecía como si Dios me estuviera leyendo la mente y el corazón (y así era). Cuando me tocó mi audiencia privada, el zángano que iba antes que yo se extendió en su tiempo y yo me quedé sin poder hablar. Y es que ya nada había que hablar. Sólo escuchar.

El Jueves Santo en la noche, mientras todos dormían, sólo yo me quedé a observar la luna, aquella hostia gigante que me recordaba a mi abuela cuando visitábamos los altares y a la inolvidable misa de mi querido padre Dubert. Y un peso muy grande apretaba mi pecho, pensando en dónde he estado y dónde estoy en mi vida. Ese peso me duró hasta que me fui a hacer una oración privada en la capilla, y allí me encontré con la oración de Thomas Merton:

"Dios, Señor Mío, no tengo idea de adónde voy.No veo el camino delante de mí.  No puedo saber con certeza dónde terminará.  Tampoco me conozco realmente, y el hecho de pensar que estoy siguiendo tu voluntad no significa que en realidad lo esté haciendo.  Pero creo que el deseo de agradarte, de hecho te agrada.  Y espero tener ese deseo en todo lo que haga.  Espero que nunca haga algo apartado de ese deseo.  Y sé que si hago esto me llevarás por el camino correcto, aunque yo no me de cuenta de ello.  Por lo tanto, confiaré en ti aunque parezca estar perdido a la sombra de la muerte.  No tendré temor porque estás siempre conmigo, y nunca dejarás que enfrente solo mis peligros.  Amén" (Thomas Merton)


El Viernes Santo, ya con un camino interior recorrido, en el momento en que exponen la Cruz, tuve otro momento de encuentro con Dios.
Yo vi en esa Cruz mucha gente querida, y mucha gente a quienes he crucificado o he dejado que crucifiquen.
Y entre lágrimas, en el silencio de aquella tarde solemne, en aquel lugar paradisíaco, esto fue lo que el Espíritu me inspiró, lo comparto con temor, pero para que sirva de inspiración, motivación, o gracia para otros:


Como la mujer de Lot
silente y petrificada
en vez de mirar al frente
miraba cosas pasadas.

Y cambié, como Esaú,
mi herencia por casi nada
Tú, Señor, me hiciste libre
mientras yo me esclavizaba.

Cómo Josué sin trompetas,
cómo Moisés sin su vara,
Tú me tocaste los labios
y yo callé mis palabras.

Tú, Señor, me diste todo
y yo no conservé nada;
hoy solamente me quedan
treinta monedas de plata

Yo en Getsemaní durmiendo
mientras que Tú agonizabas:
Yo a ti te negué tres veces,
Tú nunca diste la espalda.

Por eso al pie de tu cruz
y agachando la mirada
no vengo a pedir por mí,
porque no merezco nada.

Pero te pido por otros
a quienes guardo en mi alma,
que por tu misericordia
sean tocados por tu gracia.

Por todo aquel que he ofendido
con mi orgullo y mi arrogancia,
con una palabra hiriente
o alguna ofensa causada.

Por todo el que no ayudé
cuando me necesitaba,
por cada ocasión perdida
de llevarles tu palabra.

Por no ser imagen tuya
en la calle y en la casa
y no reflejar tu rostro
a las personas que amaba.

Todo el tiempo que he perdido,
mi vida desperdiciada,
los tropiezos del camino
y mi falta de esperanza.

A tus pies aquí te traigo
esta carga tan pesada;
bájate Tú de esa cruz
y déjame allí clavarla.

Yo quiero matar mis muertes,
en tu cruz crucificarlas,
sólo así podré seguirte
y mirarte cara a cara.

«No es necesario», me dices
con tu voz dulce y cansada
«yo ya he pagado tus cuentas,
puedes soltar esa carga.

Con el precio de tres clavos
tus deudas quedan saldadas,
al morir en esta Cruz
yo ya he salvado tu alma.

Ahora vete a hacer el bien,
ahora regresa a tu casa,
vuelve por otro camino
y recobra la esperanza.

En la casa de mi padre
hay muchísimas estancias
y a tu corazón contrito
le reservaré una plaza.

No existe Gloria sin cruz
ni hay brillo sin una llama,
ni resurrección sin muerte,
ni Victoria sin batalla.

Y yo venceré la muerte,
se cumplirá la Palabra:
mira que si el grano muere
da fruto y en abundancia»

Casa de Retiro Jesuita Montserrat
Dallas, Viernes Santo 2016

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Memorias del Boot Camp

Cuando yo era niño la preocupación principal de mi madre y mi abuela era que yo no engordaba. Me daban unos batidos de proteínas Gevral para compensar la falta de cuchara que era tan notoria en mi cuerpecito tan esbelto. Lo cuento y no me lo creo. Cuando saqué mi cédula a los 16 años apenas pesaba 105 libras - el caballero de la triste figura - y ya en la universidad como que agarré unas libritas que me hacían ser menos flaco.

El problema es que seguí agarrando libritas, hasta el día de hoy. Y entre el trabajo sedentario, el poder adquisitivo, la vida de soltero y la edad, el resultado ha sido que ahora no hay cómo sacarse el lastre y aligerar el vuelo.
Como tantos otros, he empezado y acabado dietas de todo tipo, he nadado, corrido, brincado y pataleado, y al final las libras emigradas regresan a su patria.

De igual manera regreso yo cada año a mi casa, para las fiestas de Navidad, y básicamente la agenda se divide en cuatro partes, distribuidas cronológicamente de esta manera:
1. Llegó Simón, vamos a prepararle comidas para celebrar.
2. Llegó la Navidad, comamos.
3. Feliz año nuevo, ¡A comer!
4. Se va Simón, hay que prepararle comidas para despedirlo.

Fue entonces cuando me di cuenta de que al regreso, una decena de libras más tarde, me esperaba un crudo invierno en el que las ganas de hacer ejercicio se vuelven nulas. Por eso arranqué el primer Boot Camp. Por eso y un maldito Groupon que enseña gente linda y feliz y con cuadritos en su publicidad. Yo, entre culpable y esperanzado, decidí rebajar previamente lo que más tarde engordaría y me inscribí en el dichoso Boot Camp.

Al empezar a llevar cuentas de tal experiencia, entre broma y seriedad, en mi muro de Facebook, empezó lo que sería una blog-novela o reality en línea. Muy terapéutico, sobre todo por los comentarios, que lamentablemente no puedo compartir por aquí.

A petición de los "amigos" que, ya por burla o por empatía, devoraban con ansiedad estas publicaciones (como devoro yo los pasteles en hoja), he aquí una compilación de cuando yo traté de perder peso y lo que perdí fue la verguenza y la salud mental:













 Luego, como si todo esto hubiera sido poco, el masoquismo se apoderó de mí al año siguiente, o como dicen en el campo, "la Virgen me pasó el manto" y se me olvidaron los dolores de parto. Quizás pensarán algunos me sentí esperanzado una vez más de que finalmente podía ver cuadritos en mi abdomen (cuando me quitara la ropa, que los tengo con ella puesta)... Nada de eso, fue que empezaron a armarse los planes de Navidad y me di cuenta de que como siempre, iba a ser un festín de comida. Así que me decidí de nuevo, y aunque esta vez no llevé al detalle la vivencia, algunas de las reflexiones las comparto aquí:







Obviamente, al recuperar la cordura ya no regresé. Lo único que me ha funcionado para perder peso de manera efectiva es el mal de amores, así que no más Boot Camp.

A veces al salir de la oficina me los encuentro corriendo en una esquina, a los campistas me refiero, y los veo sudando mientras el instructor les grita, y entonces volteo la cara, subo el volumen del radio y pongo música navideña: ♪♪Yo traigo la salsa para tu lechón♫

No hombre no, a mí quiéranme gordito, que ya yo fui flaco...

lunes, 24 de agosto de 2015

Adiós Malala

Hoy murió Malala.

Desde el día mismo que uno emigra, ya sabe que va a extrañar muchas cosas, pero en secreto uno piensa, entre las mil cosas que pasan por la mente al tomar la decisión de partir, en la muerte. Uno se plantea el escenario, morboso si se quiere, de qué se va a hacer cuando alguien cercano parta. Esto solo lo entiende quien ha estado lejos de su patria.

Es una gran ironía que la muerte lo ate a uno tanto. La vida transcurre, y uno la ve pasar, pero la muerte es un evento puntual que requiere de nosotros respuestas.  La respuesta en mi cultura, es el duelo expresado abiertamente, convertido en lágrimas, sin estoicismo, sin retener nada. Y con el tiempo se va uno acostumbrando a los rituales funerarios, y entendiendo su importancia, mas allá de lo social, cultural, o tradicional. Y es que el duelo hay que vivirlo, y en compañía.

Sin embargo, hay muertes que no nos permiten dar esa respuesta desde otra cultura. Y la pregunta entonces es: ¿Cuál es el mérito de la persona que ha partido para que uno se movilice? ¿Es una tía más que un amigo? ¿Es un vecino más que un compañero de trabajo? Es una pregunta injusta, cargada de dolor, pues el corazón es quien decide. Hoy mi corazón decide que quiere montarse en un avión, y no puede.

De nuevo, uno se plantea el escenario insoportable de esa llamada a mitad de noche, dando una noticia terrible que va a requerir movilizarse de vuelta a la patria, a la ineludible y necesaria cita de la despedida. Sin embargo, la llamada de hoy vino a media mañana, en plena faena laboral, y me dejó el alma partida en dos. Mi jefe me encontró en la oficina con los ojos rojos del llanto, y le expliqué que había muerto una sobrina mía. No estaba muy lejos de la verdad. Quienes me conocen de cerca saben quién era esta personita en la vida mía y de mucha gente cercana, y no faltó quien me llamara para darme el pésame, como si mi duelo fuera particular, y no el de muchos.

En presencia es tan fácil dar un abrazo callado, y que éste exprese lo que uno no quiere o sabe decir. Pero cuando se está lejos hay que verbalizar las palabras de pésame, y encontrar la manera de expresar el sentimiento en voz o en el teclado. Es una tarea ingrata, y no consuela ni libera con la misma efectividad, pero en este momento de impotencia es lo único que me sirve de consuelo, inmortalizar mi recuerdo de Malala en estas líneas. 

Hace ya diez años y ocho meses vino al mundo Maria Laura Concepción Ramos, un milagro que esperábamos con ansias después de mucho tiempo esperando que mis amigos Jennifer y Cesar fueran padres. Para la familia, los amigos y hermanos de comunidad, su llegada fue un evento memorable. La alegría era contagiosa en aquel diciembre en el que Dios nos bendijo con aquella bebita hermosa.

Con el paso de los meses fue evidente que Malala, como cariñosamente la apodamos, iba a tener muchos retos en su vida en el plano de la salud. Su desarrollo psicomotor no era normal. Con el tiempo pudimos finalmente ponerle un nombre al enemigo: Hipotonía, un término médico que indica disminución del tono muscular. Esto hacia que nuestra beba tuviera muchos problemas de movilidad, de deglución, de expectoración, etc. Así fue que, si ya estábamos cerca, nos acercamos más, y si ya la queríamos, la quisimos mucho más.

 Jennifer y Cesar se empeñaron en que Malala no se quedara recluida en la casa, y convirtieron a Malala en la acompañante, amuleto, chaperona, y mascota de cada actividad. Sobraban brazos para cargarla, y aunque ella no podía hablar, su sonrisa bastaba para conquistar al alma del más frio mortal. Alguien en una ocasión la describió como un angelito, y nadie lo vio como cliché, pues en efecto su presencia era causa de paz, y su enfermedad nos hacía unirnos en oración.

Su primera gran crisis fue en su tercer cumpleaños. Aquella vez  casi se nos va. Inundamos el hospital con nuestra presencia, como si fuera una gran red donde pudieran caer sus padres cuando lo peor pasara. Pero después de muchos días de tensión, finalmente pudo vencer a la muerte y regresar a su casa. Por supuesto, hubo nuevas crisis, y tras cada una regresaba a casa con un nuevo medicamento, un nuevo tubo, una nueva terapia. Aunque cada nueva crisis traía una preocupación o una complicación más que la anterior, también traía indefectiblemente el llamado, cada vez más fuerte, a que nos uniéramos como amigos y nos pusiéramos en oración. En algún momento, de llamarle angelito y princesa empezamos a llamarle guerrera y luchadora, y con sobrada razón.

 En sus diez años de vida, que fueron diez años de lucha sin cuartel, Malala conoció neumólogos, infectólogos, cardiólogos, pediatras, ortopedas, neurólogos, hematólogos, cirujanos, anestesiólogos, especialistas en Miami y en Dominicana, enfermeras, terapeutas del habla, terapeutas de movilidad, psicólogos, ambulancias, aviones-ambulancia, y la larga lista sigue sin que yo pueda enumerarla completa. Pero también conoció mucha gente que la acompañó, le oró, le cantó, la bendijo, le impuso las manos, le sonrió,  la acarició, y como yo, la amó. 

Con el tiempo y contra todo pronóstico, se hizo tan grande ante nuestros ojos incrédulos, que ya no podíamos cargarla. La singular sonrisa y la mirada elocuente a la que nos tenía acostumbrados se hicieron más esporádicas, pero cuando afloraban todo el mundo era tocado por el amor silencioso de Maria Laura. Le pedíamos a Dios respuestas, pero al mirar sus ojos observándonos desde la cama ya no recordábamos las preguntas.

Hoy murió Malala, la niña tan querida que sin abrir la boca evangelizó a mucha gente. Nos reflejó el rostro de un Dios diferente, un Dios de ojos grandes y pelo negro grueso, con cara de niña que quiere ser amada y que pide oración. Malala catequizó sobre fuerza y fe, sobre paciencia y perseverancia, y todo sin una sola palabra. Nos enseñó singularidad, confianza, aceptación, entrega, sobre el regalo de la vida, sobre el amor. Y nos hizo querer y admirar más a sus padres. Su mamá Jennifer, que ya se había robado mi corazón varios años atrás al elegirme como hermano, nos ensenó lecciones incontables sobre el amor de una madre decidida a darlo todo, sin perder la alegría ni la esperanza. Su papá César fue probado en el fuego, y descubrió una resistencia que ignoraba poseer, y es que Malala nos sacaba lo mejor de cada uno, y nos hacía unirnos más, y sin mover un dedo.

Esta es mi manera de vivir un duelo sin abrazos. Al escribir sobre Malala, saco todo el dolor de mi alma hacia mis dedos, y busco como siempre poder visitarme a mí mismo en el futuro y recordarme el privilegio y la bendición de haberla conocido y amado.

Hoy quiero dar gracias a Dios por la vida, breve y difícil, pero bendecida y fructífera, de nuestra querida Malala que finalmente puede correr y jugar y cantar como la vi tantas veces en mis sueños. Le doy gracias a Dios por haberla rescatado de la muerte, tantas veces que perdimos la cuenta. 
Pedíamos un milagro grande, y se nos perdían de vista los milagros pequeños que se nos concedían tan a menudo.
Y dentro de mi dolor, le doy gracias por llevarla finalmente a su lado, aunque en realidad siempre estuvo cerca de El.

Hasta siempre, niña amada. 
Dios te bendiga, niña hermosa.
Adiós, Malala.

lunes, 29 de junio de 2015

El Hijo Mayor - O Cómo Alegrarse con el Bien Ajeno


He esperado varios días para emitir mi opinión sobre la decisión de la Suprema Corte en USA sobre el matrimonio homosexual. Y es que me enseñaron hace tiempo que es sabio poner espacio entre el estímulo y la respuesta. Pues esta es mi respuesta, cuatro días más tarde, sobre los sucesos históricos de la semana pasada.

A raíz de un acto de apoyo tan sencillo como vestir mi perfil de Facebook con la bandera del arco iris, he tenido un fin de semana de lo más interesante, al observar muestras de amor y odio, ambos igualmente fuertes. En lo particular, me sorprendieron las muestras de amor de gente que ni me imaginaba, pero he hecho una breve y masoquista navegación y he observado escandalizado como se han escandalizado algunos, y como sus reacciones, en vez de ser de sana disensión, han sido de franco repudio.

Mi expresión y opinión sobre este tema, que no debe sorprender a nadie, servirá como “auto filtro” para aquellas famosas limpiezas de contactos que tanto anuncio y nunca hago, porque esta vez ni tendré que borrar a nadie, sino que va a limpiarse solito mi Facebook. Lamentable o afortunadamente en este despertar veré irse a mucha gente que creía amorosas, respetuosas, e inteligentes y que en realidad prefieren ver su verdad como la verdad.

Ahora, si decidiste quedarte y seguir leyendo, para luego contradecirme en mi propio blog o en mi muro, que sepas que no estoy buscando con esta publicación ningún tipo de discusión, sino de expresión, y que no te quiero imponer mi criterio y por lo tanto no me trates de imponer el tuyo.

Pues lo dicho, que a mí me parece estupendo que las parejas gay se puedan casar, por la misma razón que me hubiera parecido estupendo si hubiera vivido en aquella época el sufragio femenino, la abolición de la esclavitud o el fin de la inquisición. Porque se trata de igualdad, de un triunfo del civismo y de los derechos humanos. El título de esta entrada lo explica. Hay que alegrarse cuando al otro le pasa algo bueno. Si no le pasa eso a usted, entonces tiene problemas serios.

Aprovecho este espacio público para educar un poco a mucha gente que opina sin tomarse ni siquiera el tiempo de investigar sobre aquello que opina. Según pude averiguar en Google, algunos de los beneficios que se obtuvieron la semana pasada incluyen:

· Visitas hospitalarias. Las parejas casadas tienen derecho a visitarse mutuamente en centros hospitalarios y hacer decisiones médicas en nombre del cónyuge en casos de emergencia. Si te parece poco dedica unos minutos a ver este video de alguien a quien le negaron ese simple derecho: https://www.youtube.com/watch?v=k2CdX_y9L9w

· Beneficios conyugales de Seguro Social. Si uno de los cónyuges fallece, sus beneficios corresponden al cónyuge vivo. Como debe ser. Como esperas que pase con tu pareja que ha trabajado contigo y ha vivido contigo a través de los años. Explícale que no estás de acuerdo a esta pareja que tiene 54 años juntos:
http://www.huffingtonpost.com/2015/06/29/first-same-sex-couple-dallas-jack-evans-george-harris_n_7684464.html

· Inmigración y residencia legal. Los gay casados con extranjeros ahora pueden ayudar a su cónyuge a tramitar un visado de reunificación familiar para obtener la residencia y evitar que su pareja sea deportada. Yo conozco personalmente una pareja que lloró de emoción debido a este punto precisamente. Ahora pueden seguir juntos en USA, no con miedo a la separación inminente que les quitaba el sueño.

· Seguro médico. El simple derecho de incluir a tu pareja en tu seguro, como que parece muy lógico y sin embargo no todas las empresas apoyaban esta iniciativa, en algunos casos por intereses económicos más que morales o religiosos.

· Licencia familiar de días laborables. Las parejas gay casadas ahora tienen igual derecho que los heterosexuales a solicitar permisos de ausencia prolongada en sus lugares de trabajo para cuidar a un cónyuge convaleciente sin perder su empleo. Esta es para mí una de las mayores victorias obtenidas.

Hay otras ventajas como el no tener que pagar impuesto de herencia o sucesión, o como poder planear vivir juntos en un hogar de ancianos, y muchas otras ventajas, no cruciales como las que he mencionado, pero que siguen representando igualdad de derechos. Ah, pero es que la igualdad de DEBERES nunca ha sido debatida, ¡En eso estamos todos de acuerdo!

Ahora bien, si usted considera que esos derechos solo le corresponden a aquellas personas que tienen la suerte de ser heterosexuales, pues revise sus creencias sobre el amor y no se escude en su religión cuando usted sabe muy bien que se trata de asuntos legales.

Cuando digo “la suerte” de ser heterosexual quiero hacer un alto para que se entienda. Usted tiene suerte de amar sin ser señalado, de ser usted mismo sin tener que dar explicaciones. Usted tiene suerte de no ser discriminado, acusado, o hasta repudiado. Usted tiene suerte de poder procrear de manera natural como biológicamente puede hacerlo una pareja heterosexual. Usted y yo somos producto de un espermatozoide y un óvulo, en muchos casos fruto del amor, y esto es algo bello que me encantaría que todo el mundo pudiera tener, pero no es tan sencillo. La capacidad de procreación nos fue dada casi a todos, pero no así la capacidad de acceder a ella a través del amor. Y en esto no hay ley ni Suprema Corte que pueda otorgar la bendición divina de convertir el amor en vida.

Una persona inteligente no elige ese destino para sí. Yo opino que hay que ser muy bruto para ELEGIR un camino tan difícil. ¿Cuándo eligió usted ser heterosexual? ¿Cuándo se dio cuenta que lo era? Y es que el tema de la discusión de toda la vida es que no existe tal cosa como “preferencia” sexual. Se prefiere un sabor de helado o un color de ropa, pero se nace con una orientación sexual, es parte de la creación. Que una persona elija “ejercer” o no su orientación no lo exime de seguir siendo homosexual. Este es un tema que puede tardarse décadas en el debate, pero solo se entiende con ojos y corazón abierto. Hay personas que no son como tú, ni aunque quisieran serlo lo podrán ser. Supéralo, porque ellos probablemente ya lo superaron y no le dan tantas vueltas al asunto como tú.

Finalmente, debe entenderse que con esta conquista de los derechos humanos no peligra el sacramento del matrimonio, al cual defiendo a capa y espada. Tampoco hay que temer un resquebrajamiento de la sociedad establecida, como algunos apocalípticos insisten en anunciar. La ley que aprueba el matrimonio gay, así como NO promueve la homosexualidad, tampoco evita que esta ocurra. En otras palabras, si la ley no se hubiera aprobado, seguirían amándose personas del mismo sexo. Se amarían sin derechos, pero se amarían.

Yo soy católico, y tuve una educación (privilegiada, estupenda) basada en el temor de un Dios exigente y severo, un juez implacable, castigador, terrible. Y muchos años después alguien me hablo de un Dios que ni siquiera es amoroso, sino que es amor, es EL amor. El Dios del perdón, de la libertad, de la vida. No todos tienen la dicha de revisitar su fe como lo pude hacer yo. Y por eso decidí seguir siendo católico, y lo seguiré siendo a pesar del repudio de muchos “hermanos” que entienden que lo que está ocurriendo con esta aprobación es, cito, “asqueroso”, “abominable” y otros adjetivos cuyo uso implica odio, oscuridad del alma y falta de amor. Ellos no conocen al Dios que yo conozco, pero no por eso dejo de amarlos (aunque puedo amarlos desde lejos, fuera de mi muro).

Como dice una amiga mía, querida, católica también, informada, culta, y sobre todo llena de amor, en referencia a este hecho y poniendo como comparación la parábola del hijo pródigo:
“Esta es la historia del hijo mayor incapaz de alegrarse porque su hermano ha vuelto y que le hagan una fiesta”.

Alégrate, hermano, seas cristiano o no, porque a otros hermanos tuyos, hijos del mismo Dios, les han “hecho una fiesta”. Al alegrarte por un cambio en las leyes - que a ti no te quita pero al otro le pone - no estás cambiando tu parecer, ni tu creencia, ni estás promoviendo algo con lo que no estás de acuerdo. Tú seguirás contando con el amor del Padre, con la protección de las leyes, pero deja que tu hermano también la disfrute, aunque no estés de acuerdo con su vida.

En eso consiste el amor, en dar y recibir con libertad, en respetar y acoger, en amar la vida y el amor en todas sus manifestaciones, sean compatibles con tu tipo de amor o no.