miércoles, 11 de noviembre de 2015

Memorias del Boot Camp

Cuando yo era niño la preocupación principal de mi madre y mi abuela era que yo no engordaba. Me daban unos batidos de proteínas Gevral para compensar la falta de cuchara que era tan notoria en mi cuerpecito tan esbelto. Lo cuento y no me lo creo. Cuando saqué mi cédula a los 16 años apenas pesaba 105 libras - el caballero de la triste figura - y ya en la universidad como que agarré unas libritas que me hacían ser menos flaco.

El problema es que seguí agarrando libritas, hasta el día de hoy. Y entre el trabajo sedentario, el poder adquisitivo, la vida de soltero y la edad, el resultado ha sido que ahora no hay cómo sacarse el lastre y aligerar el vuelo.
Como tantos otros, he empezado y acabado dietas de todo tipo, he nadado, corrido, brincado y pataleado, y al final las libras emigradas regresan a su patria.

De igual manera regreso yo cada año a mi casa, para las fiestas de Navidad, y básicamente la agenda se divide en cuatro partes, distribuidas cronológicamente de esta manera:
1. Llegó Simón, vamos a prepararle comidas para celebrar.
2. Llegó la Navidad, comamos.
3. Feliz año nuevo, ¡A comer!
4. Se va Simón, hay que prepararle comidas para despedirlo.

Fue entonces cuando me di cuenta de que al regreso, una decena de libras más tarde, me esperaba un crudo invierno en el que las ganas de hacer ejercicio se vuelven nulas. Por eso arranqué el primer Boot Camp. Por eso y un maldito Groupon que enseña gente linda y feliz y con cuadritos en su publicidad. Yo, entre culpable y esperanzado, decidí rebajar previamente lo que más tarde engordaría y me inscribí en el dichoso Boot Camp.

Al empezar a llevar cuentas de tal experiencia, entre broma y seriedad, en mi muro de Facebook, empezó lo que sería una blog-novela o reality en línea. Muy terapéutico, sobre todo por los comentarios, que lamentablemente no puedo compartir por aquí.

A petición de los "amigos" que, ya por burla o por empatía, devoraban con ansiedad estas publicaciones (como devoro yo los pasteles en hoja), he aquí una compilación de cuando yo traté de perder peso y lo que perdí fue la verguenza y la salud mental:













 Luego, como si todo esto hubiera sido poco, el masoquismo se apoderó de mí al año siguiente, o como dicen en el campo, "la Virgen me pasó el manto" y se me olvidaron los dolores de parto. Quizás pensarán algunos me sentí esperanzado una vez más de que finalmente podía ver cuadritos en mi abdomen (cuando me quitara la ropa, que los tengo con ella puesta)... Nada de eso, fue que empezaron a armarse los planes de Navidad y me di cuenta de que como siempre, iba a ser un festín de comida. Así que me decidí de nuevo, y aunque esta vez no llevé al detalle la vivencia, algunas de las reflexiones las comparto aquí:







Obviamente, al recuperar la cordura ya no regresé. Lo único que me ha funcionado para perder peso de manera efectiva es el mal de amores, así que no más Boot Camp.

A veces al salir de la oficina me los encuentro corriendo en una esquina, a los campistas me refiero, y los veo sudando mientras el instructor les grita, y entonces volteo la cara, subo el volumen del radio y pongo música navideña: ♪♪Yo traigo la salsa para tu lechón♫

No hombre no, a mí quiéranme gordito, que ya yo fui flaco...

2 comentarios:

Teresa Guzmán dijo...

Definitivamente que tienes talento para escribir. releer los post me hacen reir. Eres una buena terapia.

Un abrazo y por cierto Simon, no veo lo de gordito.

Teresa

Mónica dijo...

Muy bueno, Simon. Ya hemos pasado por ahí... Me recordó una clase de Kundalini Yoga que se me ocurrió tomar cuando era estudiante en Ohio State. De ahí en adelante, el que me quiere insultar me puede mencionar la palabra yoga.

Para la autoestima, recomiendo meterse a Walmart por un rato. Ahí sí que se ven gordos. Hacen que uno salga sintiéndose grácil y esbelto.