martes, 6 de septiembre de 2016

Mi Tía de Verdad

He pospuesto el inicio de este escrito lo más que he podido, porque en cierta manera es mi despedida de ella, y yo no quiero decirle adiós, ¡No puedo! Pero la verdad es que había empezado a escribir sobre ella hace un tiempo, como parte de una serie que he titulado "Mis Gigantes Favoritos" y lo dejé a medias. Cuando se lo comenté le hizo mucha gracia, "¿Tú te imaginas yo ser la musa de un escritor?" me dijo con su característico sentido del humor.

No es un homenaje justo escribir esto en ocasión del novenario de su partida, cuando ella pudo haberlo disfrutado, y me duele que ella no vea el resultado de cómo mi corazón la veía, aunque nunca le dejé de expresar mi amor. Resulta curioso que mi última publicación fuera precisamente en amorosa recordación de mi abuela, quien era su madrina tan querida y de cuyo cariño y amistad siempre hablaba. Pareciera que últimamente mi inspiración viniera del duelo, del dolor, pero en realidad surge del más puro amor.

Es difícil resumir en un solo escrito tanta admiración, tanta ternura, tanto respeto como el que sentía hacia ella, pero en esta catarsis que me proporciona la escritura, pretendo terminar estas líneas sonriendo entre lágrimas como lo he hecho durante todos estos días, roto de dolor pero sumamente agradecido por ella. Internauta trasnochadora como era ella y como lo soy yo, me la voy a imaginar abriendo este artículo en su computadora y entablando conversación electrónica conmigo a las dos de la mañana, como en varias ocasiones hacíamos - hasta que me mandaba a acostar.

Imposible describirla en dos o tres párrafos, pues ella era tantas cosas a la vez que algo se va a quedar. No solo hizo el mejor papel de madre, esposa, hija, hermana, madrina, tía, abuela, bisabuela, amiga, cristiana, y ciudadana, sino que decidió ser muchas otras cosas, sin pedir permiso ni perdón, y sobresaliendo en cada una de sus facetas. Fue la esposa del Procurador, la madre del Embajador, del subsecretario de Agricultura, de la politóloga. Fue líder activa en el Colegio de La Salle y en la Iglesia católica. Fue mentora y protectora, promotora de la cultura, defensora de la educación.

Fue maestra, y lo hizo con tanta devoción, que más de cuatro décadas después sus alumnos dan testimonio de lo ejemplar y dedicada que fue. Quiso ser pintora, y ante el asombro y la admiración de todos surgieron de su acuarela paisajes impresionantes. Decidió ser investigadora, y colaboró magistralmente con investigaciones  históricas y genealógicas. Su talento de escritora se plasmó en poesías hermosas, un libro publicado y otro en vías de publicación. Simplemente fue todo lo que pudo ser, fue todo lo que quiso ser, voló libre y disfrutó el proceso, con la conciencia de que en cada una de sus múltiples roles estaba poniendo su talento al servicio de los demás.

Pero el papel al que me voy a referir en estas líneas, es al de Tía, así con mayúscula. 
Siendo niño, uno de los primos me preguntó que por qué yo la llamaba Tía Nuris si ella no era realmente mi tía. Me quedé de una pieza escuchando la explicación de que había tíos de cariño y tíos "de verdad" y ciertamente era compleja la relación genealógica (ahijada de mi abuela, madrina de mi hermana, prima de mi mamá), pero qué sabe el corazón de un niño sobre esas cosas. 
La siguiente vez que la pude ver, me acerqué a ella muy triste y le pregunté que si aquello era cierto. Como siempre, amorosa y sabia en su respuesta, me dijo "¿Qué tipo de tía tú quieres que yo sea?" "Tía de verdad", le respondí. "Pues no se hable más, así será". Los tíos "de verdad" los elige el corazón, comentamos una vez.

En una ocasión Tía Nuris se llevó consigo por varios días a más de una docena de sobrinos a su casa de campo en Los Montones, San José de las Matas, siendo ella la única adulta. De aquellas vacaciones guardamos memorias inolvidables, y probablemente es uno de los mejores recuerdos de mi niñez. Nos dividió en brigadas para las diferentes tareas, se inventaba concursos, organizaba veladas artísticas en las noches, y nos mantenía activos y divirtiéndonos sin perder la cordura, más bien participando con entusiasmo y disfrutando como uno de nosotros. 
Vale la pena mencionar que en una tarde de lluvia en la que estábamos tristes de no poder salir al monte a explorar y jugar, ella convirtió los bancos de las mesas en asientos de avión, y sentados allí a horcajadas recorrimos con los ojos cerrados, y a través de sus detalladas descripciones, diferentes ciudades europeas que guardé en mi mente hasta que pude finalmente visitarlas de verdad.

Hago mención de esta anécdota como manera de ilustrar que Tía Nuris podía convertir lo trivial en fascinante, gracias a la originalidad y creatividad que le proporcionaban su eterna juventud. Y es que Tía Nuris no tenía edad ("¿Cuándo será que me voy a poner vieja?" comentaba al celebrar sus ochenta años).  Logró ser amiga de cuatro generaciones de mi familia, entablando con cada persona una relación de cálida cercanía. Siendo niño o siendo adulto, poca gente podía captar mi atención, hablar mi lenguaje, escucharme y entenderme como lo hacía ella. 

No recuerdo un solo sermón suyo, y sin embargo gozaba de mi respeto y admiración en todo momento. Me hizo ser mejor persona, no como consecuencia del temor a algún castigo, sino del deseo de no defraudarla nunca y de querer ser como ella. Escuchaba sin juzgar, aconsejaba sin cuestionar, acompañaba sin imponer. De su boca salía la sapiencia revestida de inteligencia, humildad, respeto, amor y paciencia, y con una puntería certera.  

Más que la anfitriona perfecta en la ciudad o en el campo, o la excelente organizadora de eventos, ella era más bien el centro de gravedad de varias familias. Congregaba en su mesa reuniones inolvidables en celebraciones familiares, especialmente en la Navidad. Aún habiendo perdido a sus padres, a su marido, a tres hermanos, dos sobrinos, y muchísimos amigos, siguió siempre celebrando la vida. "Estoy preparada para morir, pero no tengo prisa" repetía con jocosidad, dejando saber que amaba la vida y que la había vivido a plenitud.

Quizás tú estabas preparada, Tía Nuris, pero nosotros no. Yo no. Nunca visualicé un futuro sin ti. Ahora no hay a quién preguntarle cómo se sobrelleva el dolor, y cómo se sigue adelante. Quizás tratando de ser como tú, que fuiste y eres luz. O quizás. como en aquella ocasión de la infancia, volviendo a cerrar los ojos y viajar con la imaginación hasta donde estés, hasta que finalmente pueda volver a visitarte de verdad.

Hasta siempre, te amo y te amaré, mi Tía de verdad.

2 comentarios:

Christie Janina dijo...

Ayyy amigo que hermoso !!! Las lagrimas que ayer con tu llamada las pude manejar , hoy se fue a porra.Un abrazo

Christie Janina dijo...

Ayyy amigo que hermoso !!! Las lagrimas que ayer con tu llamada las pude manejar , hoy se fue a porra.Un abrazo