lunes, 26 de abril de 2010

De Números y Sueños

Ayer era domingo. Como cada semana, en mi familia todo el mundo sabe que ese puede ser el día que cambie todo. Quizás al final del día, en un golpe de suerte, la suerte cambie y junto con ella el rumbo de nuestra historia. O quizás es un domingo como otro cualquiera. Al final del día, tras escuchar los resultados de los números ganadores de la lotería, mi mamá llamará por teléfono a Consuelo y le dirá, como cada vez: “Consuelo, nos pelamos”, y luego ambas harán un análisis de la última vez que salieron esos números, y se lamentarán porque indefectiblemente esos tres números ganadores guardan alguna relación con alguno de nosotros.

Si se pone uno a pensar, las fechas de nacimientos de siete personas vivas y dos muertos, sus edades, los números de sus placas, de sus cédulas, esos mismos números volteados, sumados y combinados de todas las maneras posibles, nos darán de alguna manera los números del uno al cien, de modo que siempre habrá algo que lamentar.

Con el tiempo, la lotería de los domingos pasó a celebrarse también los miércoles, luego vino la loto de los sábados, y muchas otras tantas maneras de hacerse rico en un maravilloso vuelco de la fortuna, como el famoso Palé (dos números que deben salir, disminuyendo cien veces la probabilidad de ocurrencia del evento), pero la de los domingos es la tradición en mi familia. Una tradición que mami y Consuelo mantienen, heredada de mi abuela Elisa, jugadora empedernida de lotería mientras vivió.

Hace algunos años le explicaba yo a mis alumnos de estadística la teoría de las probabilidades, y por pura diversión hacíamos el ejercicio de calcular la esperanza matemática de los juegos de azar, entre ellos la ruleta del casino y por supuesto, la lotería. El resultado era evidente e iluminador, y en una ocasión una alumna me pregunta: “Pero si está tan claro que no hay ganancia en esos juegos, ¿cómo es que la gente sigue jugando?” Y yo le respondí que a los sueños y las ilusiones no se les puede aplicar ninguna fórmula matemática. De hecho, mi tío, que es doctor en Estadística, le explicó infructuosamente a mi abuela sobre esto, pero para ella el ignorante era él, supongo yo.

Abuela jugaba con religiosidad, pero a la vez estaba convencida de que había trampa, siempre la había. Por eso aprendimos los conceptos de los números “orejeados” (dícese de un número que va a salir el domingo, pero el funcionario de turno se lo comunica a algunos de los suyos y la voz se riega), y también conocimos la frustración de cuando un número era “recogido” (o sea, no aparecía por ninguna parte y eso era señal de que iba a salir seguro). Cuando el número recogido era el 37, o sea, su número “abonado”, la rabia era mucho mayor. “Son unos tramposos”, insistía abuela, y llegó a asegurar que Tatá ‘Peluca’, la administradora de la lotería en cierta época, guardaba los números ganadores en su cabellera postiza y los sacaba a la hora señalada. Cuando pusieron ciegos (y aparte con los ojos vendados) a sacar los bolos del bombo, ella aseguraba que primero metían los números ganadores en la nevera, y por el tacto seleccionaban los ganadores que estaban fríos al tacto. Y seguía jugando.

Y si empiezo a hablar de la interpretación de los sueños, no acabo nunca. De hecho, Consuelo es una experta “arreglando” sueños. Yo que he tenido una racha imparable de sueños en este año, tuve que empezar a ocultarlos, no a contarlos como se me ha enseñado, porque la pobre iba a quebrar bajo la creencia de que Dios me estaba usando y que mis sueños eran un don para ayudar a los pobres (o sea, ella). Yo en un carro era el 64 (el hombre 6 y el carro 4), yo en un avión en el asiento número 4 era el 47 (el asiento 4 y el avión 7, o el 67, o el 46, o cualquiera de ellos al revés). La culebra y el río son el 8, la mujer es el 9, y así por el estilo. Me queda claro que soñarse con una boda es anuncio de muerte, y viceversa, y que el peor sueño del mundo es que a alguien se le caigan los dientes. Si eso sucede, una gran desgracia se cierne sobre la familia.
Pero es que aún cuando no hay sueños, la gran desgracia es que se sigue jugando, gastando, soñando, esperando, y pasan los años sin ver el gran día de sacarse el premio mayor.

Algunas anécdotas en especial deben ser mencionadas, como es el caso del “Palé Bíblico”: Cuando me iba a vivir a Arizona, mi mamá me recordaba con insistencia que si me sentía asustado rezara el Salmo 23, y que si necesitaba fuerzas, rezara el Salmo 91. “El 23 y el 91”, me insistía, hasta que llegó el día de mi partida. Consuelo, al escuchar una vez más que mi mamá me decía “recuérdate, el 23 y el 91”, salió a jugar el palé de estos dos números, indignada porque su compañera de vicio no le había pasado la información de esos dos números que tenía orejeados. Ella no ganó nada, y yo hasta el día de hoy disfruto de las ganancias que me han dado ambos Salmos.

También debe quedar registrado para la historia que el día que enterramos a abuelo, yo traje a mi abuela a la casa desde el cementerio. En el breve espacio de tiempo que tenía antes de que llegara el tropel de gente a la casa, interrumpió su llanto para hacer una llamada telefónica y pedir que le anotaran 20 pesos al 6 y el 83, o sea, el día que abuelo murió y la edad que tenía. Cerró el teléfono y siguió llorando, y dentro de mi dolor yo supe que abuela iba a estar bien. Bendita lotería que la conectaba de nuevo con la vida.

Nunca supe qué haría abuela con el dinero del premio mayor, si es que éste llegaba alguna vez. Mi mamá es más clara, ella tiene ya planes concretos de lo que va a hacer el día que le pegue al primer premio, o acaso con los millones del sus tres lotos (uno de las fechas de los vivos, otro de los muertos, y otro aleatorio). Pero nadie le hace oposición, y la vemos los domingos en la mañana bajar con Consuelo al pueblo a buscar los números a donde su billetero favorito, como lo habrá hecho ayer.

Pero ya faltan solo seis días para el domingo, y aunque mi mamá estará de viaje, sabemos que Consuelo tiene instrucciones específicas de jugar los números abonados, y puede que esta vez la cosa cambie, puede que este domingo seamos millonarios, porque a los sueños y las ilusiones no se les puede aplicar ninguna fórmula matemática.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

O sea que dejo de entrar a tu blog por un tiempo, porque no escribes, y resulta que ahora que "te veo" de nuevo, en lugar de una, hay dos nuevas entradas!! Pues que bien!

Me gusta la calma que transmite tu ultimo posteo, y te imagino lleno de ella y me contagio. Yo siempre he creido que Dios me dara sus bendiciones a traves de mi esfuerzo y que nada tiene que ver con la suerte. Asi que nunca juego, ni bingo!

Mi abrazo de siempre,
YH

Maribel Delgado Medina dijo...

Buenas entradas :) deberias de entrar mas guapo haha

Raquel De Castro Morel dijo...

Es increible la certeza con la que has contado la historia de los números y sueños. Faltó contar en esa crónica la vez que Esther, cuando tenía como cuatro o cinco años, comenzó a "predecir" los números ganadores de la lotería. Hasta José, el jardinero, llegó a creer que Esther tenía el poder de dar el número ganador. Bastaron varios fracasos para que se les fuera esa idea absurda de preguntar a la niña los números que irían a salir.

Anónimo dijo...

Simon, tienes un don especial de transmitir... desde algo tan siemple.. hasta cosas mas serias... eres una bendicion para los que te conocemos...


un abraso

Yesica
ETC43

Desiree dijo...

genial! genial! un abrazo desde los Alpes, donde tu cuento de "questa e singola" ha sido la sensación del verano!! love you!!