Hoy murió Malala.
Desde el día
mismo que uno emigra, ya sabe que va a extrañar muchas cosas, pero en secreto
uno piensa, entre las mil cosas que pasan por la mente al tomar la decisión de
partir, en la muerte. Uno se plantea el escenario, morboso si se quiere, de qué
se va a hacer cuando alguien cercano parta. Esto solo lo entiende quien ha
estado lejos de su patria.
Es una gran
ironía que la muerte lo ate a uno tanto. La vida transcurre, y uno la ve pasar,
pero la muerte es un evento puntual que requiere de nosotros respuestas. La respuesta en mi cultura, es el duelo
expresado abiertamente, convertido en lágrimas, sin estoicismo, sin retener
nada. Y con el tiempo se va uno acostumbrando a los rituales funerarios, y entendiendo
su importancia, mas allá de lo social, cultural, o tradicional. Y es que el
duelo hay que vivirlo, y en compañía.
Sin embargo,
hay muertes que no nos permiten dar esa respuesta desde otra cultura. Y la pregunta entonces
es: ¿Cuál es el mérito de la persona que ha partido para que uno se movilice? ¿Es
una tía más que un amigo? ¿Es un vecino más que un compañero de trabajo? Es una
pregunta injusta, cargada de dolor, pues el corazón es quien decide. Hoy mi corazón
decide que quiere montarse en un avión, y no puede.
De nuevo,
uno se plantea el escenario insoportable de esa llamada a mitad de noche,
dando una noticia terrible que va a requerir movilizarse de vuelta a la patria,
a la ineludible y necesaria cita de la despedida. Sin embargo, la llamada de hoy vino a media mañana, en plena
faena laboral, y me dejó el alma partida en dos. Mi jefe me encontró en la
oficina con los ojos rojos del llanto, y le expliqué que había muerto una
sobrina mía. No estaba muy lejos de la verdad. Quienes me conocen de cerca
saben quién era esta personita en la vida mía y de mucha gente cercana, y no faltó
quien me llamara para darme el pésame, como si mi duelo fuera particular, y no
el de muchos.
En
presencia es tan fácil dar un abrazo callado, y que éste exprese lo que uno no
quiere o sabe decir. Pero cuando se está lejos hay que verbalizar las palabras
de pésame, y encontrar la manera de expresar el sentimiento en voz o en el
teclado. Es una tarea ingrata, y no consuela ni libera con la misma
efectividad, pero en este momento de impotencia es lo único que me sirve de
consuelo, inmortalizar mi recuerdo de Malala en estas líneas.
Hace ya
diez años y ocho meses vino al mundo Maria Laura Concepción Ramos, un milagro
que esperábamos con ansias después de mucho tiempo esperando que mis amigos Jennifer
y Cesar fueran padres. Para la familia, los amigos y hermanos de comunidad, su
llegada fue un evento memorable. La alegría era contagiosa en aquel diciembre en
el que Dios nos bendijo con aquella bebita hermosa.
Con el paso
de los meses fue evidente que Malala, como cariñosamente la apodamos, iba a
tener muchos retos en su vida en el plano de la salud. Su desarrollo psicomotor
no era normal. Con el tiempo pudimos finalmente ponerle un nombre al enemigo: Hipotonía,
un término médico que indica disminución del tono muscular. Esto hacia que
nuestra beba tuviera muchos problemas de movilidad, de deglución, de expectoración,
etc. Así fue que, si ya estábamos cerca, nos acercamos más, y si ya la queríamos,
la quisimos mucho más.
Jennifer y Cesar se empeñaron en que Malala no
se quedara recluida en la casa, y convirtieron a Malala en la acompañante,
amuleto, chaperona, y mascota de cada actividad. Sobraban brazos para cargarla,
y aunque ella no podía hablar, su sonrisa bastaba para conquistar al alma del más
frio mortal. Alguien en una ocasión la describió como un angelito, y nadie lo
vio como cliché, pues en efecto su presencia era causa de paz, y su enfermedad
nos hacía unirnos en oración.
Su primera
gran crisis fue en su tercer cumpleaños. Aquella vez casi se nos va. Inundamos el hospital con nuestra
presencia, como si fuera una gran red donde pudieran caer sus padres cuando lo
peor pasara. Pero después de muchos días de tensión, finalmente pudo vencer a
la muerte y regresar a su casa. Por supuesto, hubo nuevas crisis, y tras cada una regresaba a
casa con un nuevo medicamento, un nuevo tubo, una nueva terapia. Aunque cada nueva crisis traía una preocupación o una complicación más que la anterior, también traía indefectiblemente el llamado, cada vez más fuerte, a que nos uniéramos como amigos y nos pusiéramos en oración. En algún momento, de llamarle
angelito y princesa empezamos a llamarle guerrera y luchadora, y con sobrada razón.
En sus diez años de vida, que fueron diez años
de lucha sin cuartel, Malala conoció neumólogos, infectólogos, cardiólogos,
pediatras, ortopedas, neurólogos, hematólogos, cirujanos, anestesiólogos, especialistas en Miami y en
Dominicana, enfermeras, terapeutas del habla, terapeutas de movilidad, psicólogos, ambulancias, aviones-ambulancia, y la larga lista sigue sin que yo pueda
enumerarla completa. Pero también conoció mucha gente que la acompañó, le oró,
le cantó, la bendijo, le impuso las manos, le sonrió, la acarició, y como yo, la amó.
Con el
tiempo y contra todo pronóstico, se hizo tan grande ante nuestros ojos incrédulos, que ya no podíamos cargarla.
La singular sonrisa y la mirada elocuente a la que nos tenía acostumbrados se
hicieron más esporádicas, pero cuando afloraban todo el mundo era tocado por el
amor silencioso de Maria Laura. Le pedíamos a Dios respuestas, pero al mirar sus
ojos observándonos desde la cama ya no recordábamos las preguntas.
Hoy murió Malala,
la niña tan querida que sin abrir la boca evangelizó a mucha gente. Nos reflejó
el rostro de un Dios diferente, un Dios de ojos grandes y pelo negro grueso,
con cara de niña que quiere ser amada y que pide oración. Malala catequizó
sobre fuerza y fe, sobre paciencia y perseverancia, y todo sin una sola palabra.
Nos enseñó singularidad, confianza, aceptación, entrega, sobre el regalo de la
vida, sobre el amor. Y nos hizo querer y admirar más a sus padres. Su mamá
Jennifer, que ya se había robado mi corazón varios años atrás al elegirme como hermano,
nos ensenó lecciones incontables sobre el amor de una madre decidida a darlo
todo, sin perder la alegría ni la esperanza. Su papá César fue probado en el
fuego, y descubrió una resistencia que ignoraba poseer, y es que Malala nos
sacaba lo mejor de cada uno, y nos hacía unirnos más, y sin mover un dedo.
Esta es mi manera de vivir un duelo sin abrazos. Al escribir sobre Malala, saco todo el dolor de mi alma hacia mis dedos, y busco como siempre poder visitarme a mí mismo en el futuro y recordarme el privilegio y la bendición de haberla conocido y amado.
Hoy quiero dar gracias a Dios por la vida, breve y difícil, pero bendecida y fructífera, de nuestra querida Malala que finalmente puede correr y jugar y cantar como la vi tantas veces en mis sueños. Le doy gracias a Dios por haberla rescatado de la muerte, tantas veces que perdimos la cuenta.
Hoy quiero dar gracias a Dios por la vida, breve y difícil, pero bendecida y fructífera, de nuestra querida Malala que finalmente puede correr y jugar y cantar como la vi tantas veces en mis sueños. Le doy gracias a Dios por haberla rescatado de la muerte, tantas veces que perdimos la cuenta.
Pedíamos un
milagro grande, y se nos perdían de vista los milagros pequeños que se nos concedían
tan a menudo.
Y dentro de mi dolor, le doy gracias por llevarla finalmente a su lado, aunque en realidad siempre estuvo cerca de El.
Hasta
siempre, niña amada.
Dios te bendiga, niña hermosa.
Adiós, Malala.
16 comentarios:
Me uno a tu dolor querido Simon. Cuantas lecciones de amor vino Malala a enseñar a los suyos. Sus padres, tan guerreros como ella.
Hermoso!
Hermoso!
Sin palabras... Dios siga poniendo en ti esas hermosas palabras de amor y vida. Un abrazo querido hermano.
Sin palabras... Dios siga poniendo en ti esas hermosas palabras de amor y vida. Un abrazo querido hermano.
waaaaoo, no la conocí, ni conozco a ninguno de ustedes, pero se exactamente por lo que están pasando, mi hermano era si como Malala, un ángel, que no hablaba, ni caminaba y asi como dices esperábamos de Dios un milagro grande, cuando tantas veces fue arrebatado de las manos de la misma muerte, el consuelo que nos queda es...que están allá arriba, donde no hay enfermedad, ni dolor, ellos cumplieron con lo encomendado y eso era acercarnos mas a Dios, yo creo que lo veremos cuando lleguemos allá, que duele su partida?... si, pero nos queda la satisfacción de que mientras esos angelitos estaban aquí en la tierra, estuvimos con ellos e hicimos por ellos lo que pudimos, que la PAZ de Dios este con usted y su familia, verdaderamente que Malala era bellista y tenia unos ojos que mostraban a Jesús, Malala debe estas corriendo, feliz y diciéndoles "gracias" desde allá. Que Dios les bendiga!
Simon cuantas lecciones de vida me has dado a traves incluso de tu dolor y de familias que quizas ni conozco y me hago presente en su dolor y transcurrir en esta vida tan pasajera y fugaz...estoy contigo y siempre lo estare...
Hermosa despedida para Malala, Dios te conceda a ti y sus familiares la fortaleza..
Qué belleza, y cuánto sentimiento encierran esas palabras! Hay un nuevo angelito en el cielo.
Qué belleza, y cuánto sentimiento encierran esas palabras! Hay un nuevo angelito en el cielo.
Simón:
Soy tío de Jennifer y primo de César.
No tengo el placer de conocerte, pero desde ahora te admiro y quiero como ser humano sensible, piadoso, creyente y amante...
Tus palabras, inspiradas en el extraordinario ser humano que prueba (siempre en presente porque se ama sin tiempo) ser Malala, creo que serán asimismo inspiración y ejemplo para quienes lean tu escrito.
Estoy de acuerdo contigo en que Malala, sin palabras, sin abrazos, sin brincos; ha tenido el poder inmenso de enseñarnos sobre amor, solidaridad, tenacidad y fortaleza; y sacar de nosotros nuestros mejores yos en el abrazo; en el sostener una mano; en la sonrisa y en la carcajada; en el dejar caer la lágrima, sin esconderla, sin rubor ni bochorno; en simplemente estar presente, detrás, invisible...
Gracias por lo que escribes... Reafirmas nuestro orgullo de haber sido lo suficientemente afortunados de ser receptores, aunque sea un pequeño reflejo, de la gran explosión de luz que fue María Laura en el tiempo que ella, y El, nos concedieron compartir. Ojalá lo hayamos podido aprovechar suficientemente...
Victor, nos honras si recibes nuestro abrazo y profundo agradecimiento...
Saludos,
Soy primo de Robert, el esposo de María Isabel, la tía de Malala.
Aunque sólo llegué a ver en persona a ese angelito que fue María Laura como dos veces, a través del testimonio de María Isabel pude comprender perfectamente lo que representa para la vida de sus familiares. Con el caso de Malala pude ver de lo que es capaz de hacer el amor en toda una familia.
María Laura ya no está físicamente con nosotros, pero nos queda su testimonio de vida como una pequeña guerrera del Señor, para la cual siempre hubo alguien que la abrazara, que la besara, que le brindara una oración... En fin, que siempre estuviera ahí para ella...
Descansa en Paz, pequeña Malala... Ya eres en el cielo ese ángel que fuiste en la tierra...
Hermosas palabras Simon, Malala fue una guerrera desde su nacimiento. Dios llamó a su lado a ese angel que nos presto por 10 años.
Adios Malala hermosa
Adiós malala
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