domingo, 12 de abril de 2009

Resurrección en Las Cañitas

Me tomó trabajo decidirme, pero lo hice 24 horas antes de la fecha. Nunca antes había dudado tanto.
Si se ve bien, era fácil decidir: de un lado tenía descanso asegurado, comida de la que me gusta, sueño reparador que mucha falta me hace, paseos con mis viejos, juntarme con mis sobrinos, cuatro días de total relax. Del otro lado: trabajo extenuante, incomodidades, inseguridad, sol, polvo y sudor, mal dormir, fregar, cocinar, caminar, limpiar inodoros, bañarse con cubetas...
Además, brincar de Canada a la Cañada en menos de una semana me afectó el juicio y nubló mi capacidad de decisión.

Y sin embargo, algo me picaba por dentro. Ese algo que me decía que no he hecho lo suficiente, que no me puedo colocar del lado de los que se quejan y no hacen, o acaso del lado de los que ignoran y voltean la cara. No podía estar tranquilo cuando hace tiempo todo se trata de mí, de mi carrera, de mi cuerpo, de mis finanzas, de mis sentimientos... Ese algo que me picaba tiene una voz preciosa que yo hace meses he obviado, y que finalmente se sobrepuso a mi sordera. No sé cómo, pero me hizo decidirme por ir a misionar al barrio de Las Cañitas.

Anteriormente ya había hecho misiones en la sierra y en los bateyes, pero nunca en un barrio marginado. Y confieso que la idea me asustaba, porque tenía (y tiene) tintes de locura. Pero 35 personas en las que confío no pueden sufrir de locura colectiva, así que me fui sin entender por qué. Pero qué bueno que lo hice.

Nos alojamos en una escuela del lugar, y como siempre sacamos los pupitres de algunas aulas e instalamos colchonetas en ellos. Y nos preparamos para salir al día siguiente a cuatro áreas del barrio: Pituca Flores, Muñeco, La Matica, y la Plazoleta de Luisa y Rodolfo, en este último me tocó misionar con mi grupo.

Más de cuatrocientos niños pobres fueron a nuestro encuentro este Jueves Santo. Salieron probablemente de abajo de las piedras, pues al llegar a la plazoleta en cuestión (un espacio de 2 x 10 metros "al tetero del sol"), no había ni uno. Poco a poco fueron llegando. El primer día con cara de asustados, preguntando qué les iban a dar. Uno en particular me llamó la atención porque no se sonreía ni con las canciones ni los juegos que hacíamos. El viernes ya nos estaban esperando desde temprano, con bulla, y uno que otro abrazo. Nos dimos cuenta de que las demostraciones de afecto son particularmente escasas en esta zona dominada por la violencia y la pobreza. Les hablamos de Jesús, de los derechos del niño, nos reímos juntos, dibujamos, corrimos, y cantamos. El sábado nos dio brega quitárnoslos de encima para poder irnos de allí, pero tampoco queríamos despegarnos nosotros.

Con los adultos también pasó algo similar. Desde el recelo incial, pasando por un inolvidable y emocionante lavatorio de pies, hasta el sábado en el que nos recibieron en cada una de sus casas, algo fue cambiando en su interior y en el nuestro. Y finalmente el sábado a la medianoche, entendimos que era el paso de la muerte interior a la vida plena.

Me pregunta un amigo a mi llegada, que cómo es posible que esa gente crea en Dios si viven en la pobreza. La genial respuesta la tiene un mensaje de hace un mes de mi amiga Yro, la directora de estas misiones:
"Porque el amor dignifica. Cuando uno se siente amado, nos vemos como persona, y nuestra vida se ilumina. Quien es objeto del amor de Dios, ¿No se sentirá valioso e importante?"
Pero eso lo comprobé cuando llegamos a la última casa que visitamos Karina y yo ese sábado en la tarde que no olvidaré. Nos recibió una señora llamada Ana Felicia, en una minúscula casa que pasaba desapercibida en medio del callejón, pero los pasos nos fueron llevando hasta allí. Cuando le hablamos del amor de Dios para ella en particular, su ceño fruncido fue dando paso poco a poco a un rostro compungido, y luego alegre, con unas lágrimas que brotaban sin cesar. Dios llegó al callejón. Ella lo esperaba hace tiempo. Y aunque siempre estuvo allí, ella no lo había sentido. Confieso que yo tampoco, hacía un buen tiempo, hasta ese día.

Todo esto suena lindo, pero estamos hablando de una zona que hasta hace poco era campo de guerra a plena luz del día. Una noche, mientras nos preparábamos para la oración, fuimos testigos desde la ventana de un pleito entre dos mujeres, cuchillo en mano. Pan de cada día en un área donde reina el reggaeton y los puntos de venta de droga (nos tocó ver un par), donde los disparos y las pedradas son parte de su cotidianidad, donde los taxistas no querían entrar. Llama la atención que el Via Crucis del Viernes Santo llegó hasta zonas donde "nunca había llegado la cruz", según una lugareña que nos salió a nuestro paso llena de alegría. No había llegado la cruz, ni mucha gente de allí mismo que no se atrevía a pasar por ahí. Un poco de ignorancia y mucho de fe nos hizo llegar a nosotros, y hoy gracias a Dios lo contamos con gozo, pero reconocemos que estuvimos en peligro.

En medio del morboso conteo de muertos y heridos de la Semana Santa, estos titulares nunca verán la luz:
"35 Jóvenes de la capital se mudan a las Cañitas por cinco días"
"Via Crucis con Escolta Policial hace Historia en el barrio Pituca Flores"
"Anciana de Las Cañitas dice: Jesús vino a visitarme"
"Jóvenes evangelizan casa por casa en medio de un pleito de pedradas"
"Más de 400 niños hacen via crucis infantil"
"Realizan lavatorio de pies en la Plazoleta de Luisa, en Las Cañitas"


Escribió Mu-Kien San Beng el 4 de abril en el periódico Hoy:
"El trabajo silencioso de la gente comprometida con el futuro, apenas es difundido. Porque no es noticia trabajar ardua, comprometida y tesoneramente por la educación del pueblo. Porque no es noticia enseñar a las jóvenes generaciones sus deberes y derechos ciudadanos. Porque no es noticia inculcar a la niñez la responsabilidad social y personal. Como tampoco es noticia los miles de seres que viven honradamente de su trabajo sin estridencias y sin aspiraciones mundanas."

Se lo decía a mis hermanos misioneros: la delincuencia tiene rostro y nombre propio de ahora en adelante. El futuro me duele desde ya. Yo no quiero que Pamela se prostituya, ni que David venda drogas, ni que Starling sea abatido a tiros, ni que violen a Luisanny, ni que Rocky Angel mate por dinero. Hay 120 nombres propios de niños de la Plazoleta de Luisa, en el barrio de Las Cañitas, que merecen estar en una lista de graduandos, en una nómina de una empresa, en un acta de matrimonio. Ellos quieren crecer y vivir, y sonreír en el futuro como lo hicieron en estos días.

Me escribo y les escribo todo esto para que la memoria no nos traicione, para que sea más fácil tomar la decisión de ir la próxima vez, para que esa vez sea pronto.

Hoy es domingo de resurrección. Cristo está vivo. La vida venció a la muerte. La luz venció a la oscuridad. Y eso ocurrió, porque yo fui testigo, en los callejones de Las Cañitas.

4 comentarios:

Ismael Ogando dijo...

diomios! tengo una obsesion con el numero once, mira la hora de tu post!

Unknown dijo...

Cuantas enseñanzas y experiencias nos llevamos a casa, cuando regresamos ese domingo y aun más cuando fueron vividas junto a ti.

Un abrazo enorme.

Leyente!

Anónimo dijo...

Querido Simon, te hago una pequena correcion los 35, SÍ padecemos de locura extrema, solo que el amor de Dios nos hace olvidarnos de las realidades y confiar solo en Él. Jhonattan

Raul Gonzalez dijo...

Simon, hoy leo este escrito tuyo con lo ojos llenos de lagrimas, con la emocion vuelta un nudo en mi garaganta y con una envidia de la buena que me mata... Gracias por tan bello testimonio y por estar dispuesto a servirle al rey de reyes....

Un abrazo fuerte...

Atte. Raul Gonzalez