martes, 28 de abril de 2009

Llorando por ella... La más bella

A continuación una pequeña locura, manchando una historia casi sagrada en mi memoria, porque este blog aguanta de todo...


“Diantre, pero es de verdad que se fue y me dejó solo”, dijo el más viejo del grupo antes de beberse el fondito de la quinta cerveza de la noche. Lo dijo para sí mismo, pero su compañero del lado lo escuchó y se hizo eco del lamento, casi en forma de gruñido: “No se puede creer en las mujeres, son todas iguales” mientras se dirigía a la nevera a buscar más cervezas.


“Yo pienso que ella vuelve, amigo”, le dijo el que estaba sentado en el fondo, viendo por la ventana el cielo nocturno con un aire medio de poeta, medio de tonto.


El que estaba al lado de la nevera destapó otra fría para sí y una para su compañero de la izquierda, solo para darse cuenta que éste se había dormido encima de la mesa.


“Ah caray, este pendejo se volvió a dormir, no sé qué maldito cansancio es que tiene siempre. Toma tú, bébetela”, le dijo al único que tenía la gorra puesta a esa hora de la noche. El interpelado estornudó y se sacudió la nariz con un pañuelo. 


“Ah no, echa para allá, mocoso de porra”


"Mire, mocoso es usted, la verdad es que no hay vaina más arrogante que un hombre chiquito", le respondió con voz gangosa camuflajeda por el pañuelo.


“¡Carajo, quién me acompaña a beber!” insistió con la misma rabia. “Tú, siéntate aquí y acompáñame”.


“¿Quién, yo?” preguntó con más miedo que vergüenza el que estaba sentado aparte, en la esquina.


“Sí, tú mismo, ven”. Se acercó tímidamente y tomó la cerveza, esperando a que el primero tomara de la suya para él hacer lo mismo.

“¡Ay, se me fue, ay, ella era la única que me entendía!” su expresión de rabia cambiaba a tristeza de una manera súbita cada vez que se despegaba de la botella. En ese momento se abrió la puerta y entró el que faltaba:

“Saludos, linda noche, ¿no?” dijo con una sonrisa que contrastaba con el ambiente sombrío que reinaba allí.


“Cierra esa puerta, que me entra una brisa fría y eso es lo que me tiene malo”, dijo el de la gorra antes de estornudar de nuevo.


“Hermano, eso es alergia, pero usted verá como se sana pronto”, dijo el recién llegado para animarlo.


“Si ella estuviera aquí me habría hecho un té de esos que ella me sabía hacer”, le respondió el otro.


“En verdad que damos pena, un grupo de hombres solos, llorando por la falta de una mujer”, dijo el más viejo mientras despellejaba la etiqueta de la botella vacía que tenía ante sí. 


“Y pensar que se fue con ese tipo, y delante de mis ojos”, decía el más rabioso entre reproche y lamento, mientras le echaba el brazo al del lado que se quedaba inmóvil y retraído.


“Habla bajito que vas a despertar a este”, dijo el que había llegado de último, y prosiguió: “Bueno, señores, yo me voy a acostar, mañana va a ser un mejor día”.


“Yo también me voy a dormir, esta medicina para la gripe me tiene con un sueño del carajo. ¡Camina tú, deja de estar pensando en pajaritos preñados!”, le dijo al de la ventana, quien acto seguido abandonó su sitio y les siguió. Se despidieron los tres, dejando al resto en el mismo estado lamentable en el que habían pasado el resto del día.


“Yo lo que más extraño de ella era su manera de ser, tan alegre, tan cariñosa”. Quien hablaba así era el más viejo. 


“Tú lo que querías era quien te hiciera los oficios de la casa, buen pendejo”, le decía con un tono irritado su compañero, “yo la extraño porque la quería de verdad, y ella era linda”. Al oír estas palabras, el que estaba a su lado suspiró y se ruborizó, y rompiendo su silencio dijo en voz baja mientras miraba sus zapatos: “Con su permiso, me van a disculpar, pero yo me debo ir a acostar”.  


Cuando hubo cerrado la puerta, los que quedaban se miraron con ojos de pena, comprendiendo la tristeza del otro. Llorar por una mujer era algo que los unía... aún cuando ésta fuera la misma mujer. De repente se oyó un ronquido y se acordaron de la presencia del que se había quedado dormido.


“Salud, carajo”, dijo casi llorando el quejoso, que seguía bebiendo sin parar. “Salud por nosotros, y por la mujer más bella que existe, coño”


El viejo le dio unas palmadas en el hombro: “Amigo, debes parar de beber ya”, y finalmente, en una voz estropajosa y ahogada, el tipo ya no se quejó más, sino que arrancó a llorar, y con mucha rabia casi gritó: 

“¡¡Ay Dio’ Blancanieve’ tú sí que me hace' falta!!”


No hay comentarios.: