martes, 16 de diciembre de 2008

Por Qué Puse el Arbolito

"Simón está pensando seriamente si va a poner el arbolito", escribí en mi Facebook hace un par de semanas. No había necesidad de hacerlo. Este año el niño se había marchado (¿muerto?) y en su lugar había un adulto, casi un viejo. Un tipo seco, duro, áspero. Uno que dice que la Navidad ya no es lo que era, que todo es un pretexto comercial, que la gente solo piensa en "que le den lo suyo" y que ojalá que enero llegara pronto para acabar con este terrible 2008.

En el trabajo ni siquiera hicimos angelito, lo vi como un alivio aún cuando antes había sido el más dispuesto de todos, el más travieso. Los villancicos me sabían a lo mismo. Ni siquiera sintonicé "Cima Sabor Navideño". De casualidad puse un adorno en la puerta, por si a la que me lo regaló se le ocurría llegar de visita. 
"Navidad de qué, eso es para los niños y yo ya no soy uno", pensé muy a lo Scrooge.

Como líder del Equipo de Acciones Comunitarias de la compañía, me tocó embarcarme en un par de proyectos para cerrar el año: la remodelación de la estancia infantil de Pueblo Nuevo y el aguinaldo navideño del leprocomio de Nigua. 
Qué pesadez, con todo el trabajo que tenemos encima. Y llegó el miércoles 10, sin saber yo que aquel día me tocaría mi propio Tiny Tim, y que el Espíritu de las Navidades pasadas y futuras iban a mover la alfombra bajo mis pies.

Cuando llegamos a la recién remozada estancia infantil, juguetes en mano, me acerqué al fondo del patio para ver cómo había quedado instalado el nuevo columpio. Mientras observaba la fila de niños felices, sentí que me halaban los pantalones. Cuando bajé la mirada, allí estaba un niño de 3 años, quien luego supe que se llamaba Omaily o algo así. "Tío, cálgame", me dijo con una sonrisa. Y ahí estaba yo, de alcahuete, cargando a mi nuevo amiguito. "Tío tiene bigote", me decía mientras me acariciaba la cara. Cuando no pude más con él, lo regresé al suelo solo para escuchar una nueva petición mientras me agarraba las dos manos: "Tío, blíncame", y ahí estaba de nuevo yo, el cascarrabias, brincando a mi recién estrenado sobrino, sentándome con él para abrir su nuevo juguete, y finalmente, antes de irnos, me dijo: "Tío, vuelve, ¿tú oye?". Punto en boca.

Regresé a mi oficina canturreando, contento de estar en el dichoso equipo, contento de que al menos me bajé de mi propio pedestal y pude sentir un airecito navideño. Pero cuatro horas más tarde me tocó volver a la faena. Cargamos la compra que le llevamos a los ancianos del leprocomio en dos carros, pues era mucho. Pasamos las de Caín para cruzar la aduana del Parque Industrial, y finalmente con mucho retraso llegamos al lugar, donde ya estaba tocando el peri-combo que habíamos contratado. 

Una vez descargada la compra, y al son de "A las Arandelas", nos dirigimos al comedor, donde se habían congregado la mayoría de ellos, al menos los que podían salir de sus camas (viejitos en sillas de ruedas, en una gran mayoría). Saludamos, cantamos con ellos y armamos el aguinaldo con más miedo que verguenza.

Cuando me puse a repartir bolsitas llenas de chocolates, me tocó entregarle una a una monja en silla de ruedas, que debe rondar los ochenta seguro. Sor Consuelo, que así se llamaba, me dijo en voz muy baja cuando recibió su fundita: "Gracias por darme, ahora ya yo tengo para dar". Acto seguido empezó a llamar a los viejitos por su nombre: "Fulano, toma, feliz Navidad", les decía mientras les repartía los chocolates de su bolsa a los que ya tenían.

Y como dicen en los comerciales, "por si todo esto fuera poco"... Una señora a mi lado se me presenta. "Yo soy Ramona Cáceres, de los de Moca, secos, sacudíos, y medíos por buen cajón. tengo ocho hijos y dieciséis nietos". Luego me hace señas para que le llame a Hugo, mi compañero de trabajo. "Gordito, ven acá", le dice. Hugo se le acerca y ella le (nos) lanza el siguiente trabucazo: "Gordito, tú tienes la cara muy seria, como triste. Alégrate, mijo, mírame a mí que no tengo un ojo, no tengo manos y no tengo pies y estoy en esta silla de ruedas. Y estoy feliz de estar viva por la gracia de Dios".

De más está decir que tanto el gordito como yo quedamos con los ojos aguados. Me sonreí, y doña Ramona me dijo "Así me gusta, hay que ser feliz. Chócala ahí". Cuando vi que de su mano la lepra había dado buena cuenta, no entendí cómo iba a "chocarle", así que ella me dijo "te engañé, yo no puedo chocar, ¡machuca!" y "machucamos" nuestros puños en señal de complicidad. Antes de despedirnos me dijo: "Yo lo único que lamento es estar en silla de ruedas porque tenía ganas de bailar con ustedes", y desde su silla se empezó a mover con buen ritmo, y yo con ella, mientras escuchaba que en la pobreza de su repertorio, el conjuntico de marras repetía "A las Arandelas".

Antes de irme vi a Sor Consuelo repartiendo el último de sus chocolates y ella se percató de que la estaba viendo. Entonces se me acercó en su silla y me golpeó suavemente con la siguiente frase, terriblemente certera: "Qué sabrosos estaban esos chocolates". ¡Monja terrorista!

Cuando salí de allí ya yo estaba cambiado, completamente convencido de que la Navidad existe, aunque a veces entre el ruido y la prisa de la mal llamada civilización se nos olvida que hay niños de todas las edades que la siguen viviendo, y que hay que buscarlos, dentro o fuera, para poder recordar de qué se trata todo esto.

Al día siguiente, en la cena con mis compañeros de la certificación en coaching, hicimos una dinámica en la que recordamos nuestra mejor Navidad y el mejor regalo que hayamos recibido, navideño o no. Yo me remonté al año 79 por allá, recordando con una sonrisa aquella navidad de mi niñez con mis abuelos vivos y la familia viviendo en una sola casa, y con otra sonrisa regresé al 2007 recordando una caja que me llegó por correo y que todavía conservo, una caja llena de detalles que me iluminaron la vida porque la enviaba alguien que era un niño en ese momento. Me sorprendí a mí mismo diciendo estas palabras: "No dejamos de sentir la Navidad cuando nos ponemos viejos, sino que nos ponemos viejos cuando dejamos de sentir la Navidad" (modestia aparte, me quedó bonita).


Esa misma noche llegué a casa y puse el arbolito. El niño me estaba esperando, hacía tiempo que no lo veía y se puso feliz al verme, y yo al reencontrarlo. Mientras colocaba las bolas en cada rama, recordaba a Omaily, a doña Ramona, y a Sor Consuelo. Me senté a ver el resultado final, con luces y todo, y fui interrumpido porque tocaron a la puerta. Me asusté porque me imaginé que me iba a encontrar a una señora embarazada, montada en un burro y con su esposo al lado. Aunque no eran ellos, si se les ocurriera llegar, los estoy esperando para ofrecerles posada en mi casa.

¡Navidad
NaviDAD
NaVIDAd!

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Simon, primera vez que leo tu blog pero esta historia definitivamente me hiso soltar un par de lagrimas. Creo que yo tambien voy a poner mi arbolito. Un beso.

Rosa

Simón DC dijo...

Rosa, no sé quién eres (conozco siete Rosas), pero acuérdate de que para poner el arbolito hay que desempolvar y hacer espacio. En el corazón, me refiero.
Beso recibido.

Anónimo dijo...

Soy fanática de la navidad y cada año me preocupo por poner en mi casa un hermoso arbolito. Este año a tenido sus altas y bajas, en especial el día que decidí ponerlo. Le pedí a Dios el ánimo suficiente porque lo que llegaría no seria muy bueno. Y ahí está, no por que sea mío, bello y espectacular. Lo que tenia que pasar pasó... y aun así tengo mi hermoso árbol navideño. Para el año que viene... si por si acaso se te ocurre dudar poner tu árbol y estamos en el mismo país del mundo, ubícame y te ayudo.

Un beso y abrazo enorme.
Julissa.-

Anónimo dijo...

Mi querido Simon: Sabes que es mi primera navidad sin mi familia y amigos a mi lado y la tristeza todavia no me da tregua, asi que decidi no poner arbolito y punto! Que sentido tenia si mi gente no iba a disfrutarlo ni prepararia la espectacular cena familiar? Lei tu historia y mis lagrimas corrieron sin que pudiera evitarlo cuando me imagine alli, con los ninos y con Uds. y me di cuenta de lo dichosa que soy, a pesar estar tan lejos. Prometo solenmemente que manana voy a poner un arbolito!

Mi abrazo de siempre!
Y.

Mónica dijo...

Yo lo puse obviamente por Daniel Enrique, quien a sus dos años y medio ya agarró full el concepto de la navidad, los regalos, "Santa", etc. Tuve que comprar bolas de las que no se rompen, y aun así Danielito se las arregló para romper varias. Tuve que desistir de la idea de ponerle canquiñitas de adorno, al estilo gringo, después de que se comió la tercera. Y tuve que tragarme mis propias palabras cuando al segundo día de oír música de navidad dije que ya estaba jarta (con j)de oírla, porque Daniel comenzó a cantar --o intentar cantar-- todos los villancicos gringos y me hizo aprender las letras y ver hasta el cansancio los videitos de Rudolph the red nose reindeer en youtube. Así que ahí está todavía prendido el arbolito hoy, dos de enero, y yo sin saber cómo me hago ahora para quitarlo sin que Daniel se de cuenta, porque en el fondo uno también quisiera que siguiera siendo Navidad para él todo el año.

Unknown dijo...

Sin desperdicios!!! Yo que poco lo pongo...

Teresa Guzmán dijo...

Navidad, nueva vez un niño nos es entregado para renovar nuestras vidas.

Teresa Guzmán dijo...

Navidad, nueva vez un niño nos es entregado para renovar nuestras vidas.