lunes, 1 de diciembre de 2008

Día Mundial del Sida

Cuando tenía diez años fui por primera vez de viaje, y lo hice con mi papá. Aquel viaje a NY, por motivos médicos, fue un sueño que todavía recuerdo con una sonrisa en la cara, porque fue todo lo que un niño puede pedir (y mucho más, como dicen los comerciales).

Ese verano conocí a tío Guillermo, primo de papi, y él se encargó de que nuestra estadía en la gran manzana fuera provechosa, entretenida, inolvidable, vamos.
Tío Guillermo redefinió el concepto de tío que hasta entonces tenía. Era cortés y amable, era divertido y siempre estaba sonriente, y cuidaba con igual importancia la conversación con los adultos como con los niños. Recuerdo que fuimos a visitar el apartamento que compartía con su novia, una escritora y periodista cubana, y se me quedó grabado en la memoria aquel ambiente bohemio, lleno de libros y cuadros.

En los años siguientes, las visitas de tío Guillermo en el verano eran muy esperadas, no sólo porque llegaba cargado de regalos para todos, como buen Dominican York, sino que su presencia era motivo de alegría en casa. Pasó el tiempo, fuimos creciendo, los años ochenta fueron quedando atrás, y cada vez sabíamos menos de tío Guillermo. Un buen día nos llegó la noticia, medio vedada, de que tío Guillermo había fallecido. No sé en qué momento nos dijeron que había muerto de sida. El caso es que mi tío era homosexual, cosa que mantuvo en absoluto secreto, y contrajo una enfermedad de la que muy poco se sabía en ese entonces y que aparte de lo terrible que era, acarreaba un estigma mayúsculo, de modo que guardó silencio al respecto y sólo nos enteramos de todo tiempo después de su muerte.

El año pasado, cuando ya habían pasado muchísimos años de su muerte, averigüé el nombre de aquella supuesta novia, la escritora cubana que le sirvió de tapadera en aquel verano que le visitamos. Tras mucho buscar en Internet en una labor casi detectivesca, finalmente di con su paradero y la contacté, para saber sobre mi tío, y cómo había vivido su final, o finalizado su vida para el caso. De aquella joven rubia, dicharachera e interesante, no quedaba mucho. Al otro lado de la línea me respondía la voz de una mujer vieja, su voz estaba cansada, quebrada. Le expliqué quién yo era, y pareció no entender.

Me preguntó qué yo quería saber, y le dije que me contara todo lo que ella recordaba.
Me habló con lujo de detalles de cuando conoció a mi tío a través de su hermano, con quien él trabajaba, de lo apuesto que se veía de uniforme, pues había llegado de la guerra de Corea y se había radicado en New York en esos tiempos. Disfruté mucho conociendo aspectos de su vida como ese, que me eran desconocidos. Luego hizo comentarios de desaprobación con respecto a cómo vivía, de un novio que tuvo, etc., y sentí un cierto celo en su voz, pero tal vez era mi imaginación solamente.

Finalmente llegó la parte más fuerte de su relato, después que mi tío supo de su contagio del virus del VIH. Tío Guillermo insistía en que su familia no supiera nada, y por eso cuando se fue agravando, le tocó estar mucho tiempo sólo en camas de hospital a las que unos pocos y fieles amigos le iban a visitar. Cuando ya se acercaba el final, rogó para que le dejaran ir a su casa, y lo logró, pues ya estaba desahuciado. Su amiga cubana le acompañaba, y narró con lujo de detalles lo despacio y delicado que fue el traslado, y lo contento que él estaba de haber vuelto a su hogar. Cuando le acostaron en la cama y lo arroparon, pocos instantes después murió.
Su relato entonces dio un brusco giro, y la señora se dedicó a dar consejos de que hay que tener cuidado, de que esa enfermedad es un castigo, y un largo etcétera que me sirvió para secar mis lágrimas y componerme del otro lado de la línea. Finalmente me despedí, dándole las gracias y prometiéndole que iba a leer una de sus obras más famosas, lo cual aún no he hecho.

El estigma del Sida hizo que tío Guillermo se aislara, supongo que por temor al desprecio de su gente querida, y que sufriera sólo el dolor de irse consumiendo poco a poco e irremediablemente. Me pregunto que habría pasado de haberlo sabido toda la familia. Claro, la idea de que el Guillermo tan querido era homosexual era mucho más de lo que muchos podían soportar, y aún hoy no se menciona su nombre ni su caso, como si le diéramos la razón después de todo.

Las estadísticas son espeluznantes, pero nuestra capacidad de asombro ha desaparecido: 33 millones de personas viven con HIV, 6,000 son infectados cada día, y de éstos, más de la mitad son mujeres y niñas. Muchos millones más han sucumbido ante este terrible mal. Ahora mismo no conozco a nadie HIV-positivo, pero en este día mundial del Sida, quiero llamar a la reflexión de los que pensamos que “eso le pasa a los demás”, de los que cierran sus ojos ante la idea de que en su familia pueda llegar la "maldición", de los que temen la ignominia y le dan importancia al "qué-dirán" más que a la tristeza y el dolor de sus seres queridos, de los que asocian el Sida a la inmoralidad exclusivamente, y ¿por qué no? De los que ven la homosexualidad como un castigo tan grande como el mismo Sida.

Y es que a veces, el temor a que a nuestros seres queridos les hagan daño puede traducirse precisamente en hacerles daño. Cuando alguien cercano le teme tanto a nuestro dedo acusador y a nuestro juicio severo, que prefiere morir en soledad antes que enfrentar nuestro implacable reproche, entonces algo anda realmente mal.

No es justo, no es necesario hacernos cómplices de la epidemia, o que nos hagamos los ciegos y sordos ante el acto de estigmatizar y segregar. Sólo hay que buscar las lecturas bíblicas en las que se mencione la lepra, y cambiar la palabra por Sida, y ahí veremos el ejemplo de acogida por excelencia que nos da Jesús, sin mucho más que agregar.

Hoy quiero recordar a mi querido tío Guillermo, ya que ni la fecha exacta de su muerte tengo, y recordar a todos los ‘tío-Guillermos’ que por ignorancia, por miedo, por debilidad o por falta de cariño, han sufrido en carne viva no solo la enfermedad, sino la soledad.

E.P.D. Guillermo Núñez

2 comentarios:

Raquel De Castro Morel dijo...

Estando en Nueva York, semanas antes de morir tío Guillermo, le llamé para visitarlo y él me insistió en que no fuera, que tenía "algo viral" y que se encontraba en cama. Poco tiempo después supe la noticia de su muerte.

Esther De Castro dijo...

Hay una canción (de mis favoritas) del grupo KUDAI que se llama "Disfraz".
Cuando puedas bájala para que la escuches.