miércoles, 13 de agosto de 2008

Indocumentado, o el poder de Fátima

Ministerio del Interior
Jefatura Superior de Policía de Barcelona
Comisaría de Distrito Universidad

Tengo el honor de participar a V.I. que a las 14:03 horas del día de hoy, 13 de agosto del 1996, ha comparecido ante esta dependencia quien dijo ser SIMON EDUARDO DE CASTRO MOREL, de nacionalidad DOMINICANA, indocumentado, nacido el 13 de mayo del 1970 en Santiago, Rep. Dominicana, hijo de SIMON y de LILIANA, al que le han resultado sustraídos:
PASAPORTE (# 95019868), UN BILLETE DE VUELO MADRID-PHOENIX, TRAVEL CHEQUES POR VALOR DE 200 DÓLARES, UN BILLETE DE TREN DIRECCIÓN BARCELONA-MURCIA PARA HOY.
El cual manifestó: Que siendo las 8:00h del día de la fecha, y mientras se encontraba en el Hipermercado Esclat sito en la c/San Antonio, autor/es deconocido/s le ha/n sustraído una riñonera conteniendo los efectos reseñados.
Caso de ser hallados dichos efectos, se comunicaría a este juzgado.
Barcelona. 13-08-1996


Así dice la carta de la comisaría que me fue emitida en Barcelona en el año 96 y que aún conservo en mi álbum de fotos, como recordatorio de que en un segundo se te puede transformar la vida (quise escribir "se te puede joder la vida", pero suena muy feo para ponerlo en el blog, así que no lo escribí). Pero vayamos un poco atrás, tres días para ser más exactos, en el momento en que los cuatro fantásticos que recorríamos Europa con mochilas rompíamos el grupo y soltábamos en banda a Pablo, supuestamente más despistado que el resto de la tropa: Manuel, Julio y yo.

"Pablo, ten mucho cuidado en lo adelante", le decía yo en la estación de Niza, donde él tomaba un tren a Madrid y nosotros uno a Barcelona. "De aquí en adelante andarás solo, y tú sabes que a los turistas nos tienen acechados para robarnos", le explicaba con mi complejo de mamá gallina. (Por cierto, ese mismo día en Argentina había muerto el papá de Pablo y nos enteramos todos tiempo después)

Vayamos más atrás, un mes atrás aproximadamente. "Mijo, ten mucho cuidado", me decían mis padres, "anden siempre juntos y esto y aquello". "A mí en Barcelona me carterearon una vez", me decía mi tío Jorge. Y fue tanto lo que me dijeron, que andaba con la riñonera, cangurera o como se le llame, amarrada encima de día y de noche, y hasta dormía con ella puesta en los hostales, no fuera cosa que me la quisieran quitar.

La experiencia había sido maravillosa. Yo viajé desde Arizona, Manuel estaba en Francia, Julio viajó desde Dominicana, y Pablo llegó desde Argentina. Los cuatro partimos en lo que hasta ahora ha sido la mejor aventura de mi vida. Tres semanas en Europa: París-Brujas-Bruselas-Amsterdam-Colonia-Heidelberg-Strasburgo-Niza/Mónaco-Barcelona. Aquí nos separamos y yo seguía Murcia-Granada-Madrid. Comíamos en las aceras, no sabíamos dónde dormiríamos al día siguiente, y entre trenes, autobuses, tranvías, barcos y bicicletas, recorrimos felices cada ciudad de un viaje lo suficientemente planeado como para que se le sacara provecho y a la vez lo suficientemente libre como para que las cosas fueran espontáneas.

En Barcelona los tres que quedábamos nos hospedamos en casa de mi querido Miquel Collel, esposo de mi amiga Eugenia, y por primera vez en tres semanas recordamos lo que era agua caliente y cama mullida. Manuel y Julio se marcharon a Madrid y yo me quedé un día más. Esa noche Miquel y yo bebimos como enajenados. "La penúltima", me decía Miquel cada vez que me veía la intención de pedir la cuenta. Al día siguiente Miquel se iba de la ciudad, de madrugada por cierto, y me dejó, con solo tres horas de sueño a las siete de la mañana, en la estación de Barcelona-Sanz. Yo metí mi mochilón en consigna y me iba a dirigir al museo de Miró y a Barri Gotic, pero a esa hora de la mañana necesitaba un café, que en esos tiempos no existía el Red Bull, vamos.

Me dirigí al hipermercado Esclat (¿cómo olvidar ese nombre?) y en el baño del lugar miré mi rostro resacado en el espejo y decidí que debía lavarme la cara y mojarme la cabeza para despabilarme. Como estaba solo en el baño, aproveché para quitarme la riñonera, por primera vez en todo el viaje, y la puse a mi lado mientras lavaba mi vergüenza en el lavamanos. Cuando de repente miré a mi lado, en el lugar de la meseta donde debía estar la famosa riñonera no había nada. Entré en pánico. Llamé a un guardia, traté de hacerme entender pero las palabras no me salían, fui a servicio al cliente y di la queja. Y luego no sabía qué debía hacer, así que fui a la caja y pedí "una Marlboro grande". Entendí de repente que en Europa no venden media cajetilla de cigarrillos y que yo había dejado el vicio un año atrás, pero fue la única decisión consciente que tuve.

Crucé al parque, le pedí fósforos a un hombre que no me entendió y me dí cuenta de que debía pedir cerillos. Fumé tres cigarrillos, encendiendo uno con la colilla del otro. Y lloré, lloré y lloré. No tenía documentos para volver a Estados Unidos, donde vivía; tampoco tenía manera de regresar a Dominicana, de donde era. No tenía conocidos, y el dinero escaseaba. Volví a la estación y recuperé mi equipaje, donde guardaba fotocopias de todos mis documentos (¡ah, yo soy loco, pero no bruto!). Hice una llamada a casa, entre avergonzado y asustado, y papi me respondió con el consabido "te lo dije" (no sé qué placer morboso le provoca a los padres esa frase), pero muy solícito inició trámites para sacarme un pasaporte nuevo "en contumacia", aún no sé cómo lo iba a hacer, pero yo me sentía un niño indefenso en ese momento y él era mi héroe.

Pregunté direcciones para llegar al consulado dominicano en Barcelona y no recuerdo cómo, pero llegué allí. Cuando entré me eché a llorar (¡Dios! ¿de dónde salieron tantas lágrimas?). Pregunté por el cónsul, pero no estaba y me recibió una señora muy amable, que era su esposa: doña Altagracia de Canó, a quien 'jamaninunca' volví a ver hasta el sol de hoy. La señora me dice que le explique el caso, y cuando acabo, entre jipíos y moco, me responde: "No te preocupes, mijo, tu caso está resuelto". Antes de que abriera la boca para agradecerle emocionado, prosiguió "vamos a rezarle a la Virgen de Fátima y ella se va a encargar de todo". Yo empecé a discutirle, que qué clase de ayuda era esa, y ella seguía dándome una cátedra sobre el poder de intercesión de la Virgen.

Nuestras voces fueron subiendo de tono hasta que salió de la oficina la secretaria del cónsul, preguntando: "¿qué alboroto es este?" y de inmediato aquellas palabras que fueron miel para mí: "Hey, yo a ti te conozco, tú eres hermano de Mónica y Raquel. Tú estudiaste con mi hermano en La Salle. Yo soy Rosa Luisa Pérez, hermana de Carlos y de Chicomón". Francamente, yo no me acordaba de ella, pero poco me faltó para arrojarme a sus pies. "Ay, sí, yo te conozco, sí, Rosa Luisa, claro, ayúdame por favor". En pocas palabras me explicó que sólo disponíamos de 24 horas para actuar, pues el 15 de agosto era feriado en España (día de la Asunción de la Virgen, mira tú), y el 16 de agosto era feriado en Dominicana, por lo que si no se resolvía el caso, los siguientes cinco días me los pasaría solo e indocumentado en Barcelona. Aclaró entonces "Bueno, en tal caso te quedarías en casa conmigo y mi marido". Para aquellos que no creen que existe gente buena en el mundo, les presento un ejemplo por excelencia.

Doña Altagracia (nombrada en honor a la Virgen, qué les parece), me pidió copias de mis documentos y exclamó triunfante: "Aleluya, viva Dios". Ante el asombro mío y de Rosa Luisa, la feliz señora explicó emocionada: "Aquí dice que tú naciste el 13 de mayo... ¡Es el día de la virgen de Fátima!" Y empezó a cantar la consabida cancioncita: "El 13 de mayo en Cova de Iríaaaaaaa / bajó de los cielos la Virgen Maríaaaaaa", la cantaba con el mismo destemplamiento que las viejas de la Iglesia, pero con una alegría contagiosa. Por un momento, admito, creí que la única que estaba clara y segura era ella. La doña inició entonces un rezo a la Virgen, pidiéndole que me protegiera con su manto y que me ayudara a que aparecieran mis documentos. Yo me fui del consulado, ya sin llorar y con una esperanza que sería estúpida, pero era lo único que tenía. Me llevé sus teléfonos y me dirigí a la comisaría, donde expidieron el documento que transcribo más arriba.

De la comisaría me sugirieron que volviera a la estación y al supermercado, que siguiera buscando, (a todo esto ya habían pasado casi ocho horas del robo), y así lo hice. Cuando regresé al "Esclat" me informaron que habían encontrado mi riñonera en un basurero, intacta. Al parecer el ladrón o ladrona buscaba efectivo y no lo encontró. Nadie debe extrañarse si cuento que volví a llorar (de alegría, claro, de qué más). Besé a la dependiente, besé la riñonera (y me la amarré tan fuerte que me hizo cintura de avispa), llamé a casa y les di la noticia, y por último llamé al consulado. Doña Altagracia me respondió: "Estás llamando para decirnos que aparecieron tus documentos, porque la Virgen te protegió" (más lágrimas). Hablé con Rosa Luisa y le di las gracias (y la llamé de nuevo desde Murcia y desde Granada y desde Madrid, como si ella fuera mi hada madrina y yo tuviera que rendirle cuentas, vainas mías).

Tanta "suerte" tuve, que alcancé el último tren que salía a Murcia ese día. En mi travesía me percaté de que nunca me había tomado aquel café, ni nada más, ni siquiera agua, solo cigarrillos. Tenía los ojos hinchados, la boca seca, el estómago vacío, y una amplia sonrisa. Por el camino pensé mucho, pensé en lo lindo que es viajar acompañado, en lo solidaria que puede ser la gente la gente cuando se trata de ayudar a alguien en aprietos, y sobre todo pensé en la Virgen de Fátima, en mi patrona, la intercesora que me hizo salir de la dificultad y sentirme tranquilo.

El que lea esta historia puede pensar lo que quiera, puede creer en la suerte, o que como dice mi amiga Marcela "Dios protege a los pendejos". Yo creo que fui protegido, que alguien pidió por mí pues yo no podía hacerlo, y ese alguien bondadoso y tierno se llama María. De eso hace hoy justo doce años, y yo todavía cada 13 de mayo voy a ofrecerle flores el día de su aparición en Fátima y me sonrío cuando las viejas arrancan con su cantico destemplado: "El 13 de mayo en Cova de Iríaaaaaaaaa"...

2 comentarios:

Juan Alfonso dijo...

Poco a poco voy leyendo el blog. Ahora salí juyendo a escanear mi pasaporte, imprimir cuantas copias pueda, grabarlos en mi memory stick y mandarmelo al correo... Porque aunque Dios proteja a los pendejos, es mejor ser precavido... (si te cuento que ando con una rodillera con bolsillos en compré en el aeropuerto :))

Saludos, un abrazo :)...

Anónimo dijo...

La Madre tiene sus maneras de hacer las cosas. De resolverlas. De quitar nudos.

... (mas en un email)