Del Taller de Escritura Creativa con José Ignacio Valenzuela que tomamos este fin de semana, un ejercicio basado en el cuento más corto del mundo, de Augusto Monterroso: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". Con Philip Glass de fondo, esto fue lo que surgió en los siguientes cinco minutos:
Abrió los ojos y lo buscó. De alguna manera esperaba ver al dinosaurio, como cada mañana, al lado de su cama, solo que esta vez no tenía miedo. En vez de gritar auxilio y esperar a que su madre acudiera a salvarlo como siempre, esta vez se paró en la cama, con las manos en la cintura y un gesto rudo en su cara, copiado de su héroe favorito de la televisión.
Lo señaló con firmeza, y el dinosaurio empezó a achicarse. Sonrió levemente, sabiendo que finalmente le ganaba la batalla al monstruo. El dinosaurio fue cambiando de color, dejó de ser verde y pasó por diferentes tonalidades grisáceas hasta que finalmente llegó a ser marrón. El niño, en cambio, se fue haciendo gris.
Por un momento le dio miedo, pero ya no podía echar atrás. Con horror se dio cuenta de que no era el dinosaurio que se achicaba, sino él quien crecía.
Quiso gritar con todas sus fuerzas, pero en ese momento se oyó otro grito. Cuando se abrió la puerta, ya no fue su madre quien entró, sino un niño muy parecido a él, que corrió hacia donde estaba y lo abrazó por la cintura mientras lloraba de miedo.
El dinosaurio, obviamente, ya se había ido.
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