jueves, 1 de diciembre de 2005

La Muerte de un Superhéroe

Desde que lo conocí cuando apenas era yo un niño, entendí que estaba ante alguien que me ayudaría a crecer, a aprender, a ser mejor. De hecho, aprendí mucho y creo que nunca le fallé en ninguna lección excepto en una que no quise aprender, sobre nuestro paso efímero por esta vida, sobre los trenta mil días que nos tocan. Esa lección no la aprendí y entendí que lo tendría conmigo toda la vida.

Luego fui entendiendo que estaba tratando con alguien excepcional que tenía grandes dones, pero sólo con el tiempo pude entender que él era un superhéroe. Es tan lógico pensarlo ahora. ¿Qué hace un héroe? Ni más ni menos lo que él hacía: combatir las injusticias, ir sembrando el bien por todas partes, salvar vidas, denunciar y atrapar a los malvados y levantar a los débiles y cansados. Es fácil entender que era un héroe si calibramos la cantidad de personas que rescató y la cantidad de vidas que salvó.

Como todo superhéroe, tenía una vestimenta especial que lo hacía distinguirse del resto. En este caso por debajo era blanca y por encima iba cambiando de color según la temporada (ahora hubiera estado morada). Su identidad secreta era la de un hombre sencillo y trabajador, y para esto se ponía unas alpargatas, una chacabana o una camisa lisa, unos pantalones oscuros, unos lentes de pasta y si no andaba todo despeinado a veces se ponía una gorra. Al ponerse esta otra vestimenta no perdía fuerza, más bien le ayudaba a realizar otras grandes obras.

Mi superhéroe tenía una guarida en la ciudad, la cual llenó de libros. Entiendo que de ellos y de los ejercicios espirituales sacaba gran parte de la energía inagotable que lo caracterizaba. También tenía una guarida en las afueras de la ciudad, mucho más amplia, debajo de la bóveda celeste llena de estrellas, al lado de la montaña, de frente al río. De allí surgía una paz “que se podía cortar” según él mismo, y sospecho que de allí también sacaba nuevas fuerzas para combatir el mal y hacer el bien. Sin embargo, nos enseñó claramente de dónde venía su mayor fuerza...

De su boca brotaba una energía que contagiaba a los que estaban cerca, ya fuera cantando con su ronca voz “Mi barba tiene tres pelos” a un niño, dándole una charla a un adolescente o predicándole a un adulto (en mi caso hizo las tres cosas). Podía hablar en el idioma de cada persona, sin importar su edad ni su condición social. A veces no hablaba él, sino que transmitía algún mensaje de su Jefe, y lo transmitía de una manera clara y contundente.

Tenía una visión que alcanzaba mucho más allá que la de cualquier mortal, mucho mejor y más lejana que la de Supermán, además de que logró volar más lejos que éste, y hasta nos pidió que lo acompañáramos en su vuelo.

Logró lo que Robin Hood no pudo: hizo que los ricos felizmente ayudaran a los pobres a ser igualmente felices. Lo hizo con tal elegancia y destreza que ambos ganaban en la transacción.

Más que Batman o Dick Tracy, acudía al auxilio de uno cuando recibía el llamado o veía alguna señal de que lo necesitaban. Su sola presencia bastaba para que uno se sintiera protegido, ya fuese en medio de una tormenta a la medianoche en el campo o en plena ciudad tras un potencial o real peligro.

Como el hombre increíble, era mucho más fuerte que el mortal común. Lo sé porque podía hacer el trabajo de diez hombres juntos sin cansarse. Y para descansar, se ocupaba de otra tarea que lo distrajera de la primera.

Tenía una inteligencia superior a los demás, puedo asegurar que tenía la respuesta correcta para todo. Es más, creo que podía leer las mentes de todos, estoy seguro de eso por lo menos en mi caso. No sólo eso, sino que podía escuchar al río y entenderlo, o hablar con el fuego, con la luna, con la brisa y hasta con su fiel perro León, y entender su lenguaje.

Lo mejor de todo es que transmitía esa visión, esa energía y esa fuerza a todos los que se le acercaban, de manera que tenía el poder de convertir en héroes a todos los que así lo quisieran ("todos somos capitanes", escribió una vez). De hecho, logró sacar lo mejor de mí. Su materia prima, en mi caso y en muchos otros, eran simplemente niños y jóvenes de quienes lograba hacer hombres y mujeres íntegros y comprometidos. Nunca sabremos cuántos de nosotros íbamos a parar en drogadictos o suicidas, o simplemente íbamos a ser pusilánimes e irresponsables, de no ser por su intervención temprana, por su apoyo, sus enseñanzas y su liderazgo. Nos enseñó a amar la naturaleza, a Dios, a la familia, a los demás... simplemente a amar. ¿Hay acaso mayor heroísmo precisamente en una sociedad donde los valores escasean o no existen?

Lo que no pude prever, ninguno pudo, es que no era inmortal. Lo necesitábamos tanto que nunca nos pasó por la mente ni siquiera pensar que un día nos dejaría. Y es que cuando su corazón no pudo dar más, agotado de entregarse una y otra vez, dejó de latir.
Conociéndolo, no me extrañaría que todo sea parte de un plan que sólo él conocía para ir a la fuente infinita de luz, a la casa del Padre, y desde allí ayudarnos e interceder por nosotros.

No lo culpo, yo también hubiese querido ir a la casa suya en estos momentos, mi querido Padre Dubert, pero sé que nos juntaremos allá arriba, como en lo alto de la montaña de Bao, y yo seré de nuevo un niño y lo escucharé de nuevo con alegría y atención mientras usted me canta:
"Mi barba tiene tres pelos,
tres pelos tiene mi barba,
si no tuviera tres pelos,
ya no sería mi barba"

Dubert, nunca le dije cuánto lo quería, ahora que puede oírme debe estar riéndose de mí, usted y yo sabemos por qué.

Hasta siempre, amigo, maestro y padre querido. Para usted todo mi respeto, admiración y cariño siempre.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Simon , Cpayamps de Compromiso99
Como te comente que tenia ganas de escribir algo sobre el pabre y la verdad esto que escribiste es una obra perfecta de expresion de lo que todos sentimos y con una narrativa exquisita y muy contemporanea.............Tengo ganas ahora que tomemos tu texto de base y lo ahagomos colectivo , aunque de una novela, para publicarlo en Camino en algun momento.
cesar payamps

Anónimo dijo...

Que agradable es para mí la sensación de haber tenido el privilegio de compartir con alguien como el y es que definitivamente cuando un amigo se va queda un espacio vacío... Valoro también conocer tu sensibilidad a través de estas hermosas palabras llenas de sentimiento, Ana M. de Compromiso 99