viernes, 24 de junio de 2005

Mi Cabarete de siempre

Tercer sábado de junio del 2005. Once y once de la mañana. Cuatro amigos tienden sus almas al sol de la playa de Cabarete. Gipsy, Santiago, Ivelisse y yo, embarrados de protector solar, estamos escuchando en silencio el sonido del viento y del mar. Antes de recostarme en el chaise-longe miro alrededor mío y recorro de punta a punta la costa de la playa de mi niñez, y cierro los ojos, y me transporto a un viernes cualquiera de un verano cualquiera a finales de los años setenta…

Papi, mami, Mónica, Raquel y yo estamos montados en la recién estrenada Peugeot Station color verde (Esther nacería años después). Ya hicimos la acostumbrada estación y tomamos morirsoñando en la Parada Cangrejo. Yo ataco para que nos demos prisa pues debemos vencer al sol en su carrera y llegar a la playa a tiempo para poder darse un baño en el mar antes de que sea de noche. De hecho, venimos llegando al atardecer a la casa de Don Rodriguito en Cabarete. Allá nos espera don Nelson, quien cuida la casa y abre la puerta de madera de la entrada. Al fondo de la marquesina se ve el mar, así que prácticamente nos tiramos del carro y salimos en alocada carrera a ver quien llega primero al agua, y nos olvidamos de ayudar a papi a bajar los bultos y la comida.
Este Cabarete es un paraíso hecho a la medida de nuestra familia. En toda la costa hay algunas 20 casas diseminadas, y algunas más que no dan al mar. Es todo nuestro, sólo nuestro, de repente me siento egoísta y me alegra que mucha gente no conozca esta playa.

Los Nova-Jacobo o los Gómez-Borbón llegan más atrás y en ese momento nos dirigimos a la casa para la repartición de las camas, yo con la ilusión de dormir en el segundo piso de uno de los camarotes. Las dos familias nos damos luego un baño en el mar esperando que se extienda al máximo la puesta de sol; si se hace de noche y estamos en agosto hay que salir rápido antes de que empiecen a picarnos unos misteriosos “pajaritos” que andan en el agua a esa hora (nunca supe si la comezón que sentía era real o si todo era un chantaje de nuestros padres para que saliéramos del agua).

El resto del fin de semana es genial: nos vamos los niños solos a caminar “hasta la punta” y allá nos bañamos en el mar picado, rompiendo la promesa hecha a nuestros padres de no hacerlo; de regreso nos sentamos a hacer cuentos de misterio en el cementerio de la playa; disfrutamos de la fogata a la orilla del mar o de un barbecue en la terraza; cavamos hoyos en la arena “hasta que encontremos agua” y hacemos en el mismo portal que da a la playa trampas camufladas con palmas y arena para los ladrones; papi nos enseña cómo se tira una piedra para que salte en la superficie del agua y mami nos enseña a flotar en el mar; hacemos turnos para usar la escafandra; descubrimos las cuevas de los cangrejos y oímos el mar en un caracol; comemos pescado, masa de jaiba guisada, y tomamos chocolatinas.
Es la época de sentirse libres y felices, de ser curiosos y espontáneos, de ser verdaderamente niños. Es el tiempo de sentirse protegidos, parte de una familia. Aún no ha llegado ni siquiera la pubertad, toda la gente es buena, todos los mayores son "tíos", mis padres son las personas que más saben, y el mundo es un lugar seguro, listo para ser explorado.

Aún no he cumplido los diez años y ya entiendo el concepto de relatividad, pues desde nuestra llegada sé que el fin de semana se pasará volando, y que el domingo, ante la pena de la partida, nos prometerán helados Perugina y nos permitirán “intercambiar” familias hasta que lleguemos a Santiago, yo me voy en aquel carro y ella se va en este… Y sé desde antes de que ocurra que llegaremos a Santiago exhaustos pero felices, con la piel tostada y el corazón lleno de luz, con una extensa colección de caracoles, vidrios de colores y bonitos recuerdos. Por eso, ahora que acabo de tirarme del carro y correr hacia la playa, cierro los ojos y los aprieto bien fuerte para que nunca se me borre este recuerdo…

Cuando los abro, estoy en un chaise-longe en la misma playa, el cielo está manchado por decenas de velas de colores, la costa esta plagada de hoteles y bares y en la arena se pasea cualquier cantidad de turistas mezclando idiomas y nacionalidades.
Las arenas que ellos pisan tienen historias que no conocen, y aunque creen que están en un lugar maravilloso, ninguno conoce la playa más linda del mundo, la playa de mi niñez, el Cabarete que está detrás de mis párpados y que visito con frecuencia. Sólo tengo que apretar los ojos con fuerza y concentrarme…

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Waaaao Simon,ya veo porque es uno de tus favoritos, me encanto muchisimo de verdad. Mientras lo leia se me hacia la imagen de aquel lugar, unico, chulo, hermoso...my favorite place! Cabarete...

ramon tejada

Anónimo dijo...

bueno yo me acuerdo mas o menos de una experiencia de playa pero en playa dorada!! cuando aquello era monte y culebra ... uno dejaba el carro lejisimo y comenzaba a caminar entre matorrales hasta llegar a la playa. claro caminando y cargando la neverita de hielo, los vasos, refrescos, platanitos, etc...

simon te felicito..

cariños,

mariella cantisano

Pablo Gomez Borbon dijo...

barbaro Simon egualdo, que placer leer lo que has escrito.

Supe que ganaste un concurso literario, le pregunte tu direccion a raquel pero parece que no le llego tu email.

Me gustaria que me lo enviaras,

Que gran alegria de encontrarte, esperemos que sigamos en contacto

Nacho

Anónimo dijo...

QUe rico esos recuerdos que se alojan entre las arrugas de la memoria. Que te traen olor a brisa fresca....

Puedo decir que tambien estuve ahì.

Bello relato!