Los
americanos pudieron lograr exitosamente durante la primera guerra mundial lo
que los dominicanos no pudimos hace una década, y fue implementar el cambio de
hora para ahorrar energía. El entonces presidente Hipólito, con una idea buena,
una implementación mala, y una planificación pésima, lanzó una ley que inició
tremendo lío.
La que se armó aquella vez fue memorable, que si era una hora
para adelante, que si era para atrás, la gente opinando, que no era así, que no
me gusta, etc. Yo que empezaba a trabajar a las 7 de la mañana en una planta de
manufactura de zona franca, vi llegar la fila de gente con rolos y bostezando, protestando
“Jesusantísimo, salí de mi casa a lo
ocuro”. Recursos humanos tuvo que flexibilizar sus estándares de tardanzas
en lo que la gente se ajustaba… hasta que “echaron para atrás” la famosa ley. Y
lo gracioso del caso es que cuando digo “echar para atrás” era simplemente eso
lo que había que hacer con el reloj en aquella época que insistimos en llamar
invierno en nuestro país (muy a pesar de lo que Salomé Ureña escribiera al
respecto).
Los gringos
no son más inteligentes, simplemente son más prácticos, y para que la gente no
se confunda se inventaron una frasecita muy interesante que hace que el
carajito más amemao o cualquier pendejo con cédula de identidad sepa lo que hay que hacer en estos casos. “Spring ahead, fall behind” es el juego
de palabras que en doble sentido explica que en la primavera la hora se
adelanta y en el otoño se atrasa (por otro lado significa saltar hacia
adelante, caerse para atrás). Y cualquiera se cae para atrás al ver la
naturalidad con la que esta gente elimina o añade una hora de sus vidas sin
siquiera despeinarse.
Una hora,
sesenta minutos que pueden ser maravillosos o terribles. Un segundo que se
repite tres mil seiscientas veces para deleite o desgracia de alguien. Y mientras
más lo pienso, más alimento la idea de que sería genial poder tener la libertad
de adelantar o atrasar una hora indistintamente en diferentes momentos de
nuestra vida. Se puede patentar la idea y se convertiría en una gran
revolución. Por ejemplo, los lunes en la mañana la demanda de “fall behind”
antes de las 7am sería altísima (para poder dormir una hora más), y los viernes
en la tarde subiría exponencialmente la demanda de “spring ahead” (para salir
corriendo de la oficina).
Esa vaina
de la relatividad del tiempo que se inventó Einstein tiene todo el sentido del
mundo y no hay que saber de números para entenderlo desde chiquito. Cuando la
mamá dice “deja que llegue tu papá y tú verás la pela que te espera”, uno se
quiere caer para atrás en un oportuno “fall behind” que le alargue la
tarde al pobre muchachito que no merece tal pela (y como quiera me la dieron). Y
si la misma mamá y el mismo papá anuncian que “mañana vamos para la playa”, uno
quiere brincar hacia adelante en un tremendo “spring ahead” que lo haga a uno llegar al mar.
Ahora que
han pasado dos o tres años años después de los citados ejemplos de mi niñez, pienso
en momentos muy específicos en los que hubiera querido adelantar las horas para
que el tiempo pasara rápido, como las horas de espera afuera de la sala de
cirugía, las horas que faltan para salir de una funeraria al final del día, o
las vueltas que hay que dar a las páginas del calendario y luego al reloj antes
del esperado reencuentro con mi gente.
En otras
ocasiones, hubiera querido eternizar los minutos y que el tiempo no pasara,
como la primera vez que me tocó dormir a mi sobrino Jean Paul, la última vez
que comí en casa de mi abuela Elisa, aquella última comunidad en la que
participé hace un año, el primer amanecer acompañado y amado, o aquel atardecer
en Sosúa acompañado de amigos. Pudiera hacer un perfecto collage de momentos que merecieron ser eternos, y mientras lo hago
se me va una, dos, varias horas. Se me van estas horas de hoy, en las que estoy
viviendo un tiempo que luego voy a añorar.
Las horas
en el aeropuerto, despidiéndome de mis padres, no sé qué hacer con ellas, si
atrasarlas y atesorarlas como el último tiempo que se nos ha dado para estar juntos,
o adelantarlas para poder pasar rápido la agonía de esta despedida sin palabras
y sin sonrisas, estos últimos minutos en los que finalmente somos nosotros
mismos y yo vuelvo a ser un frágil niño. De repente decido adelantarlas, que se
vayan rápido para no ver a mi mamá vulnerable y a mi papá triste. Que el avión
me lleve lejos de aquí, rápido, que pasen las horas, una tras otra, sin pensar
mucho ni mirar atrás.
Y se me da
el deseo y pasa la hora. Y pasan dos, y veinticuatro, y comienza el spring, y de repente son ciento sesenta
y ocho, y quién diría que llevo una semana aquí. Mentira, ¡Un mes! Si ya pasaron
más de setecientas veinte horas. Cierro los ojos, Spring ahead, ya llegó el verano, y Fall behind, ya llegó el invierno, y cuando abro los ojos ya pasaron
ocho mil setecientos sesenta horas, todo un año desde aquella despedida en el
aeropuerto un día como hoy hace un año.
¿Dónde se
fueron esas horas? Según mis cálculos al menos dos mil se fueron sentados
frente a un escritorio (spring ahead, please!), dos mil más buscando en mis
sueños el camino de regreso a casa (fall behind, una hora más por favor), y al
acabar este escrito se me fue una hora más, una que no vuelve, una que me
acorta la vida o que se suma vida a la pila de horas vividas.
Si solo me dan una hora, la quiero vivir a plenitud, con sonrisas, abrazos y carcajadas, rodeado de gente querida. Solo una hora, solo una, y vivirla ocho mil setecientas sesenta veces, y repetir el ejericio cuarenta y dos veces, y al resultado llamarle "vida"...
7 comentarios:
¡Buenísimo! Genial como siempre. Un abrazo...
Excelente! Exquisito! Me deleitas Simon!
Eres un "Chingon" Simon,muchos saludos...
Luis Angel, si yo no hablara "mexicano" me ofendiera, así que gracias :)
Gracias por esa hora que me has regalado para leerte y sentirte atesorando vida.
hermano, no sabia que te dedicabas "on the side" a tirar lineas... buenas observaciones. Me senti identificado con mas de la mitad... excepto el "maco" de nuestro querido "papa" el cual gracias a Dios tuve el privilegio de evitar vivir pues residia fuera de RD en ese momento.
Mi querido y desaparecido Roberto,
cuando me doy permiso, me imagino que realmente soy Ingeniero "on the side" y que lo de tirar lineas es lo real.
Digamos que yo no vivo de la ingeniería. Mas bien, yo vivo de las palabras y muero de la ingenieria... ¡Plop!
Abrazos,
SDC
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