Estuvo seis
años soñando con este momento, disfrutando de la repetición en cámara lenta.
Seis años subsistiendo a base de recuerdos que nunca sabrá si fueron realmente
hermosos o si la mente los magnificó para sobrevivir el limbo en el que el
recién nacido sentimiento iba a caer. Seis largos años, a veces olvidándose del sueño
para poder seguir adelante sin el pesado fardo de la ilusión de lo que nunca se
ha tenido.

Sistemáticamente,
a medida que se alejaba por aquel pasillo, iba volteando una y otra vez a ver aquel
rostro que se hacía más pequeño en el espacio y más grande en su memoria. Sus
miradas se quedaron enredadas hasta donde fue físicamente permitido, y aun al
cruzar la línea de seguridad, sentía aquella tierna mirada acompañándolo, y la sensación del serendipity a tope.

En el
siguiente vuelo cerró los ojos para soñar con otras escalas en las que el corazón
no tuviera que hacer migración y aduana, con otro viaje en el que los asientos
esta vez eran contiguos, sin equipaje y sin destino, solo disfrutando la
complicidad y la mutua compañía, la cabeza reclinada en su pecho, mirándose a
los ojos con la seguridad de saberse predestinados. Finalmente los recuerdos y
los sueños se fueron mezclando y quedaron flotando en una especie de nebulosa, hasta
que se diluyeron en un líquido amniótico en el que se mezclaban lo que fue, lo
que pudo haber sido, lo que podría ser, y lo que nunca será.
Y hoy, seis
años después, en el momento del reencuentro, un simple abrazo bastó para romper
fuente. En ese instante, al sentir el alma galopando y desconocidas esperanzas
corriendo por sus venas, entendió por fin de dónde nacen las sonrisas, como las
muchas que nacían en ese momento su interior.
Sin haberse
ajustado el cinturón, el corazón se fue abriendo paso entre el tránsito de la
noche hasta llegar a su nuevo rincón favorito y encontrar todavía más razones
para sonreír, y nuevos recuerdos que añadir a la lista de aquella vez: la sombra que hacía la luz de la farola en su
rostro, el ligero ascenso de su lunar cuando se asomaba el perfecto arco de su
sonrisa, el brillo en sus ojos cuando escuchaba una palabra que le ruborizaba,
la suavidad de sus manos que se posaban por dos segundos y medio en estas otras
manos.

La sensación de serendipity se hizo certeza en el reencuentro, y ahora ya no le cabía duda: Estaba dispuesto a recorrer todos los
pasillos de todos los aeropuertos del mundo si fuera necesario para poder
volver a vivir este reencuentro.
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