domingo, 12 de octubre de 2008

Ítaca

A mi amiga Desirée le debo mi gusto por el poeta alejandrino Constantino Kavafis. Por ella conocí, sobre todo, el poema que más abajo transcribo y que se ha convertido en mi fuente de inspiración. Para poder disfrutarlo aún más, tuve que hacer todo el repaso de “La Odisea” de Homero, una obra que se puede calificar con muchos adjetivos, pero en este caso la consideraré como “mortificantemente deliciosa y fuñona”. Creo que La Odisea le deja al lector más tarea que mi profesor de álgebra del colegio.
Antes de leer el poema, y repasando la historia del libro, así más o menos va la cosa:

Este tipo que se llama Ulises, sale de la guerra de Troya y comienza el viaje de regreso a su patria Ítaca. Lo que el tiguere no sabe es que tardará en llegar a Ítaca más de veinte años, en los cuales recorre el Mediterráneo y vive todo tipo de aventuras, buenas y malas, difíciles de olvidar (¡me acabo de dar cuenta de que me pasó lo mismo en el crucero de hace dos años!).
Pero Ulises finalmente llega a Ítaca, tras el requetelargo viaje, y allí le esperan su esposa, la paciente Penélope (a quien le han cantado hasta en bachata), y su hijo Telémaco (el cual tuvo suficiente tiempo para cambiarse el nombre antes de que papi llegara).
Ítaca ha cambiado mucho en el tiempo que ha estado fuera, (yo hubiera querido decir lo mismo a mi regreso a Santiago después de la maestría) pero el propio Ulises también ha cambiado (al menos ahí sí puedo hablar con la boca llena).
Pero bueno, ya sin chistes, a mí me ha pegado muy fuerte la historia, y el poema, porque me veo reflejado en muchos de sus elementos:

Yo he sido Odiseo, el que se enmascara, el que de alguna forma no se reconoce a sí mismo.
Yo he sido Penélope, la paciente, la que espera por años por alguien que no tiene fecha de llegada. Penélope la fiel, la que teje de día y desteje de noche para que los demás sepan que su corazón está comprometido.
Yo he sido Ítaca, el punto de llegada de alguien que hizo un viaje para venir hasta mí y al llegar ya no reconocía esa tierra que le esperaba. Yo soy Ítaca, la que no tiene nada para ofrecer más que sí misma. Yo soy/fui/seré el punto de salida y el punto de llegada para alguien.
Yo he sido un navegante más, he perecido en el mar, he sucumbido al canto de las sirenas, he sido devorado por cíclopes y al final me he quedado a mitad de camino.

Pero sobre todo, hoy soy Ulises, el arrojado, el aventurero, el que quiere llegar a Ítaca, y a sí mismo, enfrentando toda clase de monstruos que lo quieren distraer o hacer fracasar. Llegar cuando me toque, sin prisa, disfrutando este camino y aprendiendo mientras lo recorro. Sin preocuparme de que hace mucho que salí, o de que falta mucho para llegar.

Aquí les va el hermoso poema de Kavafis:

ITACA

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción
que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin esperar a que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre,
Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto,
con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.

C. P. Kavafis

Ahora ven por qué, aunque en mi blog no suelo incluir trabajo ajeno, he querido compartir esta genial obra que me ha dado en el clavo casi un siglo después de haber sido creada.
Ítaca es la aventura de buscarse a sí mismo, de ser uno mismo, y no hay mejor momento para mí que éste para descubrir las maravillas y los peligros de este viaje…

Dijo Lewis Carroll que si uno no sabe a dónde va, cualquier camino lo llevará allí. Por eso me siento tranquilo, porque yo tengo clara cuál es mi Ítaca, pero no tengo idea de cómo ni cuándo llegaré allí. Por eso el camino a Ítaca es lo que me importa ahora, las posibilidades que me brinda, los peligros que me acechan, los maravillosos acontecimientos que me promete este viaje a lo largo de mi vida.

En ocasiones se me ha olvidado desde dónde salí, hacia dónde es que voy, y he navegado solamente por navegar. Otras veces izo mis velas y me entrego por completo a la aventura, con Ítaca firmemente plantada en mi cabeza, listo para enfrentar a mis monstruos, listo para encontrar mis tesoros. Todos ellos dentro mío, como dice Kavafis.

Y de vez en cuando, como ahora, me paro cansado sobre cubierta, solo, a ver el mar beberse el sol, y de repente llegan ellas, las preguntas, mis eternas acompañantes de este viaje, ya casi parte de la tripulación. Y me rodean los cuestionamientos, me asaltan las dudas, me atormentan ellas, las preguntas. Y me hacen pensar más de la cuenta…
Tal vez lo importante no es la meta, sino el camino hacia ella
Tal vez lo importante no es el camino, sino quien lo recorre
Tal vez lo importante no es quien lo recorre, sino por qué lo hace
Tal vez lo importante no es el porqué, sino la decisión de hacerlo
Tal vez lo importante no es decidirlo, sino hacerlo bien
Tal vez lo importante no es hacerlo bien, sino disfrutarlo
Tal vez lo importante no es disfrutarlo, sino enfocarse en la meta…

Entonces, justo en el instante final del atardecer, en el del rayo verde, me sacudo, ya cansado de sus insidiosas maquinaciones. Me decido y las agarro a todas, y las amarro y las lanzo fuera del barco.
Cuando escucho el sonido de aquel pesado fardo que ha caído al agua, me doy cuenta por fin de que la nave se aligera, y de que para que el viaje sea más satisfactorio, lo importante, lo realmente importante, es no seguir esperando las respuestas que no llegarán, sino finalmente olvidarme de las preguntas para así encontrar la paz y ser libre.

Miro entonces hacia el cielo y grito la útima pregunta que me queda: "¿Dime, voy bien?" Y en ese momento un viento cálido hace que las velas se inflen, como henchidas de orgullo.

Que no hay vuelta atrás. Que éste es MI viaje. Que el capitán de esta nave soy yo, he dicho.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Simon, pero que mientras mas leo mas quiero. Es como encontrar alguien que hable castellano aqui en Bangladesh. Me da alegria el reconocer y conectar con tus emociones. Me siento, cada vez mas, privilegiada de compartir este tiempo y estos pocos grados de separacion contigo.
Que sigas siendo canal para esta sabiduria que estoy segura solo proviene del Gran Arquitecto.