martes, 29 de enero de 2008

Mamasita Pine Resort

En lo alto de una loma, justo en la entrada de San José de Las Matas, el paraíso ha montado una sucursal a la que yo he tenido el privilegio, la dicha y la bendición de haber asistido más de una vez. Se trata del hogar de doña Teresa Ramírez – "Mamasita" para sus nietos y bisnietos, y también para mí, pues Fifi es mi hermana y por eso compartimos abuela desde que yo no tengo.

Mamasita, la admirable matriarca de la familia, le imprime vida a la casa y esa vida gira en torno a ella. Aún frágil y disminuida, desde su silla de ruedas observa, opina, y de vez en cuando da órdenes. Hablar con ella es una deliciosa experiencia que enriquece al interlocutor. Me siento con ella y le suelto una pregunta ‘de desarrollo’:
“Mamasita, ¿cómo era la vida cuando tú eras niña?”
Lo que sigue a continuación es un hermoso recuento de memorias sueltas que ella trata de hilvanar, sazonando con anécdotas del campo de los años 20. Me habla de su papá, que había que esperarlo a su llegada del conuco, de rodillas para besarle la mano. Me dice que la guardia venía a verificar que los niños mayores de seis años estaban inscritos en la escuela, y si no metían al papá preso. Habla de la época de aquel presidente, ¿cómo se llamaba? “Trujillo”, le especifico. “No, ese no, el otro, ¿sería Horacio?, Lo que pasa mijo es que yo ya cumplí 96 años y no me acuerdo de cosas”...

La casa de Mamasita guarda recuerdos de varias generaciones de los Hernández-Goris, y en cada rincón hay mil historias acechando. Desde la entrada se asciende entre dos hileras de pinos que saludan al que llega hasta el tope, donde está la casa. El ranchito del frente, donde hace más fresco, ya está sufriendo la contaminación sonora de los motores que se multiplican como un virus que pretende acabar con la paz del lugar.

La cocina, una edificación de madera separada de la casa, como en los campos, tiene una magia indescriptible. En ella se dan las mejores sobremesas del mundo, después del terrorismo gastronómico al que nos somete la buena Catalina, y del que placenteramente somos presas. Sus habichuelas son legendarias, pero también la ensalada de Tía Nidia, los huevos fritos ya famosos, un bacalao inolvidable, el sancocho más delicioso, y así sucesivamente. Tres libras más tarde, nos dirigimos por defecto a la parte trasera de la casa, donde empiezan los solares de la familia: lomas que piden una yagua a gritos, y hondonadas por las cuales más de una vez me ha tocado el placer de caminar. Desde lo alto, debajo de la mata de Caucho, Fifi, Josefina y yo tiramos sendos colchones al suelo y dejamos que la brisa arrulle nuestra siesta.

Al despertar, ya Cata puso el café (obviamente nos lo bebemos en jarro), y nos espera una tarde maravillosa, con viento fresco pero asoleada, típica de Sajoma, donde los atardeceres saben a gloria. Llega Teo a dormir, como todos los días. Cae la noche y nos refugiamos de nuevo en la cocina, mientras dentro de la casa se reza por los vivos y por los muertos. Mamasita se fue a dormir y no hay que hacer ruido, aunque ella se las lleva todas, Un perro que ladra dos veces más de lo normal ya es tema de conversación para mañana. Así de simple es la vida.

A la hora de acostarnos, entre mosquiteros y abrigos, nos metemos en las camas mientras una lluviecita cae en el techo de zinc, qué maravilla. Soy dichoso, me repito, de ser acogido por esta familia, en este hogar que es casi templo. Cesa la lluvia y ya nada se escucha (excepto mis ronquidos según me contó Josefina muy molesta). La paz invade la casa. La luna camina hacia el día siguiente.

Despierto de amores con la vida. Salgo a la sala y le pido la bendición a Mamasita. “Viene un norte”, dice la abuela presagiando lluvia y frío. Es 21 de enero. Hoy la Virgen de la Altagracia viste con abrigo y gorro de lana, me sonríe y se sienta a observarme desde su silla de ruedas.

2 comentarios:

Josefina Hernandez dijo...

Dear Saimon:
La abuela y todos sus descendientes te damos las gracias porque captas la esencia de ese paraisito que la provindencia de Juan Ramirez y la perseverancia casi centenaria de Mamasita han preservado hasta hoy.
Salvo por el detalle de que las lomas piden yaguas, te recuerdo que las yaguas se rompen y con ellas el sitio aquel. Bueno que no son yaguas sino poncheras de plastico que se hayan pichado pues hay que imprimirle algo de modernidad a alguna actividad de la casa, cual mejor que el deslizamiento en yagua?
Creo que lo sabes, pero vuelvo a decírtelo, mi abuela y mi familia y yo siempre estaremos para ti, gracias por apreciarnos y compartir con nosotros muchos momentos de alegría que proporcionan las cosas simples de la vida que al igual que tu valoramos muchísimo.

Vuelve siempre a beber cafe en jarro, volar chichiguas en la loma y dormir una siesta de sancocho a la sombra del caucho.

Eso, en muchas ocasiones nos ha resultado mejor que el priceless del anuncio.

Un beso,

Fifi y Mamasita

Josefina Hernandez dijo...

Dear Saimon: leo esto de nuevo y recuerdo con la misma alegria de siempre esa convivencia con Mamasita, que fisicamente no esta, pero que todos los dias me acompana por el camino de la vida. Justo hoy busque entre mis cosas una foto de ella barriendo el patio frente a la mata de Isabel Segunda y la puse en un portarretratos en mi casa. Se me aguan los ojos pero sonrio de saberme bendecida y privilegiada por la vida que me permitio conocerla y que esa existencia este tan ligada a mi, mis sentimientos y mi fe.
Recuerdo su existencia y agradezco a Dios ese tesoro de sabiduria y amor que fue la vida de esa abuela maravillosa que siempre esta para nosotros.
No se donde estare, pero un bacalao te espera donde tu sabes para continuar la tradicion conmigo o sin mi :)