domingo, 18 de marzo de 2007

Veinte Veinticinco

Hace veinte años que conocí a José Antonio Cochón, el cual para mí siempre fue simplemente “Cochón”. No era su amigo personal, pero lo conocí y lo traté de cerca. Yo soy una de las tantas vidas que él tocó y cambió. Lo conocí en 1987, el año en que yo salía de La Salle. El era un universitario, y era novio de una amiga, pero al ser mayor que yo, y venir de la capital, nunca hubo nexos fuertes entre nosotros. Me acuerdo de haberlo visto en diferentes ambientes de Santiago y simplemente me parecía otra persona más. Muy simpático, eso sí.

Me tocó entrar a la universidad en Agosto, y en mi día de inscripción tuve que elegir una actividad co-curricular. Inicialmente pensé en algo relacionado con el arte, sobre todo algo que yo pudiera dominar. Fue entonces cuando pasó por allí Cochón y empezó a conversar con nosotros. En ese momento me sugirió mi amigo Luis Manuel que me inscribiera en Natación, que Cochón iba a ser el profesor. “¿Por qué no?”, pensé dentro de mí, “nunca me he destacado en ningún deporte, tal vez ésta es la ocasión”. Además, pensé, “Cochón es buenísima gente y sé que con él me va a ir bien”.

Fue así como empecé las clases de Natación con Cochón. La primera clase básicamente para conocernos, dar las reglas del juego, etc. “Esto va a ser más fácil de lo que yo pensaba”, me dije mientras me alejaba sonriente de la piscina olímpica. Como si hubiese leído mis pensamientos, Cochón, con su sonrisa amplia y su voz tranquila, me dijo: “Simón, si estás pensando en cogerlo suave te aseguro que cometes un error, aquí vas a tener que fajarte”.

La semana siguiente, camino hacia la pequeña piscina de calentamiento, de apenas 25 metros de largo, iba pensando que quizá Cochón exageraba, que aquello iba a ser muy fácil. Dos horas más tarde me lamentaba de haber pensado así. Cochón no sólo nos puso a hacer bastante ejercicio, sino que de inmediato nos hizo meter en el agua. Fue entonces cuando dijo aquellos números inolvidables: “Veinte Veinticinco”. Nos miramos unos a otros sin entender aquel palé. Se sonrió casi con burla y aclaró: “Denle 20 vueltas a la piscina de 25 metros”. La cosa no iba a ser fácil, ya se empezaba a ver. Apenas cuando llevaba seis vueltas me estaba rindiendo. Cochón nos seguía desde la orilla: “¡20-25, vamos!” Me paré en medio de la piscina y le dije que no podía más. Cochón insistía: “¡Vamos, tú puedes!” Al final de la clase me le quejé de lo duro que había sido aquello, y él se rió, con aquella pícara risa que todavía recuerdo: “Esto es sólo el principio.”

Y es cierto, poco a poco nos fue subiendo la “dosis” hasta que nos vimos nadando en la piscina olímpica y lo que antes era una prueba imposible ahora era parte de la rutina de calentamiento. Pero siempre quedaba en la memoria aquella primera vez del “20-25”. Personalmente, aquella clase fue un reto para mí. De entre más de veinte alumnos, yo quedé con el peor tiempo en las pruebas de velocidad antes de la competencia que se haría frente a toda la universidad. Cochón se dedicó a entrenarme para que yo mejorara mi tiempo, y así llegué a ser el cuarto lugar de la competencia en mi grupo. Quizá un cuarto lugar no parezca mucho, pero para mí en aquel momento lo era todo. Ese fue uno de los tantos días en que Cochón logró que mi autoestima mejorara, y falta que me hacía en aquellos tiempos. El siempre creía que uno podía dar más, poner un esfuerzo extra, empeñarse, y lograr las metas, y eso me marcó hasta la fecha. Tiempo después nos encontramos en el Pico Duarte. Yo iba subiendo y él bajando una loma, y yo sólo le dije: “20-25”, para dejarle saber que yo podía subir. Aún me acuerdo de su sonrisa, y me gusta pensar que esa sonrisa era de orgullo.

La última vez que lo vi con vida fue una semana antes de su muerte, en una Boda. Nos sentamos en la misma mesa y todo. La pasamos muy bien, y yo le decía a mi novia de aquel tiempo lo mucho que admiraba a Cochón, mi única pena es que no llegué nunca a decírselo a él. El 18 de marzo de ese año me dieron la terrible noticia. Yo no podía creerlo. No pude ir a la capital a su entierro. No pude darle el pésame a nadie, ni llorar con nadie. Yo estaba desconsolado, y aquel día me fui a casa de mi mejor amigo, Luis Manuel, el mismo que tomaba las clases de natación conmigo en el grupo de Cochón. Se me ahogaba la voz en la garganta: “¿Por qué? ¿Por qué?” Le pregunté, como si él me supiera dar una respuesta a aquella tragedia que en mi cerebro de 19 años no cabía, que por qué Dios se había llevado a Cochón, si él era inteligente, popular, buen deportista, excelente persona, de buenos sentimientos, un ejemplo a seguir... Mi amigo me explicó, muy convencido de sus propias palabras, que la fila en el infierno era muy larga y que había que esperar mucho para entrar allí, mientras que en el cielo no había fila, y las puertas estaban abiertas para las almas buenas como la de Cochón. Aún no me convence la explicación, pero quiero creerla, y creer que Cochón se ha convertido en un ángel de la guardia para todos los que necesitamos de vez en cuando ese empujón "extra".

No me convertí en nadador profesional. Tampoco fui destacado en una rama específica. Pero mi vida ordinaria la he vivido de manera extraordinaria, gracias a una voz interna que me grita "¡veinte veinticinco!", que me dice que se puede lograr una meta si se pone suficiente empeño. Esa voz tiene la intensidad, el tono y el timbre de la de Cochón.

Es por eso que cada 18 de marzo elevo mi plegaria para que donde quiera que Cochón esté, pueda hallar la manera de animarnos a alcanzarlo. Como decía, Cochón dejó su huella en muchas vidas, y sabe Dios cuánta gente más lo sigue recordando como yo, con admiración y cariño. Por eso hoy, en el aniversario de su trágica muerte, me atrevo a decir que la huella que dejó en mí me anima a dar un poco más, a ser un poco mejor, a esforzarme y continuar “nadando” y luchando, veinte años después de aquel primer 20-25.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Simón,gracias por traernos el recuerdo de Cochón. Puedes considerarlo un Angel mas que nos guía.
en mi caso, no fue mi profesor, pero su presencia en esa epoca de estudiante,fue de mucha luz ..y por eso lo recuerdaré siempre, tambien.

Ejipo
PD:Que bueno que ya estas escribiendo..te extrañabamos....

Desiree dijo...

Hola Simón! Gracias por pasar por mi blog y dejarme esas palabras tan hermosas. Es un gran placer leerte aquí! Sabes? Yo no conocí a Cochón pero recuerdo con precisión el pesar que se sintió en toda la PUCMM el día de su muerte. Desde ese mismo día estoy segura de su naturaleza de ángel y, aún sin haberlo conocido, me ha emocionado mucho recordarlo hoy a través de ti.