lunes, 29 de diciembre de 2008

Carta Pública a DMO

Tal vez estás esperando que voy a aprovechar este foro cibernético para humillarte en público y enumerar todas las cosas malas que tienes (que son muchas, es verdad). Quizás piensas que voy a desahogarme ante tanta gente que te conoce y que tiene una impresión tuya diferente a la que dejaste en mí.

Qué pena si es así. Significaría que de verdad crees que me hiciste tanto daño como para cambiar mi forma de ser. Y no. Yo habré sido golpeado por ti en muchas maneras, pero por alguna razón me dejaste vivo, y aquí estoy de frente a ti, delante de todos, aprovechando estos días para agradecerte en vez de reprocharte, y haciéndolo a tiempo, pues ambos sabemos que te queda poco de vida.

Recuerdo cuando llegaste a mí, como todo lo nuevo yo me entusiasmé e hice muchos planes contigo. Recuerdo como te veía, con tanta ilusión, pensando en todo lo que podíamos hacer juntos. Pero contigo, nunca se sabía. Algunos planes se dieron, es verdad, y probablemente a pesar de ti, no gracias a ti, pero se dieron. A veces me prestaste cosas, en otros casos me despojaste de cosas, y al final el balance resultó positivo y el recuerdo que voy a conservar de ti va a ser bueno, así lo decidí.

¡Cuántas vivencias contigo! ¡Cuántas sorpresas, cuántos regalos! Me hiciste vivir un verano inolvidable, y aunque te ensañaste conmigo en el otoño, entendí finalmente que era tu manera (cruel pero efectiva) de ayudarme a crecer. Y ya ves, así fue: Yo sigo siendo, sino el mismo, probablemente otro hombre con más determinación y equilibrio. Me da pena ver que en cambio tú terminas esta relación andando con los pies pesados, presa del cansancio, sin esperanza de futuro.

Pero yo creí en ti, y muy a pesar mío todavía creo en ti. Aunque tu muerte se acerca, no te enfoques en eso, pues todavía te quedan cosas que dar, y lo sabes. Que no te duela si hablan mal de ti, hiciste lo que pudiste, nadie te lo debe reprochar. Que no te sientas mal si te echan a un lado, sino que sepas que fuiste y eres muy valioso para mí y para mucha gente que supo ver tu belleza a pesar de todo.

Ahora que empiezo una relación nueva con DMN, tendré que evitar las tediosas comparaciones, pero sí voy a mirar atrás y veré lo nuestro como un lindo recuerdo, como un hermoso aprendizaje que la vida me regaló contigo. Sin embargo, me voy a enfocar en lo que tengo ahora entre manos, en lo que puedo lograr de ahora en adelante con la promesa de volver a empezar.

Si notas que me alejo, no te confundas, porque en realidad nunca te podré olvidar. Descansa en paz, dos mil ocho.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Harto

Disclaimer: En su última visita, la Musa se pasó varios meses en mi apartamento, esa desgraciada. De su estadía queda medio pote de Absolut, cuatro pantalones a los que hubo que achicarles la cintura, un candado que no se cierra en mi cara, y sobre todo un cuaderno lleno de cabo a rabo, con muchas líneas, tachones y garabatos. De ese cuaderno de la catarsis queda todavía mucho material para transcribir y compartir, para que no se diluya en el tiempo.
Dicho esto, pido que no se asocie el ánimo del post del momento con el posible ánimo actual, porque aún queda mucha malcriadeza pendiente por publicar. Esta es la última del 2008...

Harto de tanta mentira,
harto de cosas mundanas,
harto de falsos profetas
y sus promesas baratas,
harto de los buhoneros
que se instalan en la Duarte,
en mi casa y en mi mente
insistiendo hasta cansarte
con su pregón repetido,
vendiendo la misma mierda,
como si fuera a comprarles.

Harto de tantos Mandrakes,
que se creen la maravilla,
que quieren impresionarme
con trucos de pacotilla,
que ya me sé de memoria,
que es un sueño repetido:
desaparecen de pronto
y quieren ser aplaudidos.

Harto del chiste tan malo
de que "no eres tú, soy yo"
y de sentirme burlado
por piratas del amor
que quieren saquear tesoros
y arrasar todo a su paso
y reducir a cenizas
los destrozos que han dejado.

Cansado de las personas
que no quieren compromiso,
que no reconocen cuánto
la intimidad les aterra,
que en la cama hacen la guerra,
y el amor de vez en cuando.
Harto de poner el alma
en la mesita de noche
para que un amor fantoche
la esconda bajo la cama.

Harto del falso cariño,
de tomar besos prestados,
de sentirme enajenado
por amores enfermizos.
Harto de tirarme al piso
pateado por egoísmos,
harto de abrazar erizos,
harto de pedir permiso
para poder ser yo mismo.

Hastiado de la violencia,
harto de tanto pecado
de pensamiento, palabra,
de obra y hasta de omisión,
de cantar esta canción
que nadie nunca ha escuchado.
Harto de que cambie el mundo,
de que la gente no cambie,
de que cambie quien no debe,
y de que quieran cambiarme.

Harto ya de que me violen,
de que de mí se aprovechen,
harto de tantas preguntas,
harto de que me etiqueten
y de que quieran juzgarme.
Harto de que me señalen,
harto de que me critiquen,
harto de justificarme,
de esconder mis sentimientos,
del "no pase", del "no fume"
del "prohibido estacionarse".

Harto de comer sin hambre,
de las dietas balanceadas
del café, la nicotina,
de la sed que no se apaga,
de vivir la vida a medias,
de no vivirla del todo,
de vivirla de rodillas
y de no querer vivirla,
de anestesia, de morfina
y de tantas pesadillas.

De la hartura ya estoy harto.
Harto de estar harto estoy:
que si soy, que si no soy
que si vengo, que si voy,
que si dejé para luego
lo que no pude hacer hoy.

Harto de la rima exacta,
de la métrica cuadrada.
por eso de ahora en adelante
voy a escribir como me salga a la primera
y voy a desatar esta sicorrigidez poética de tantos años
y a dejar de filtrar los contenidos y las formas
porque total, nadie va a decir nada
y si lo dicen no me importa tampoco
porque como quiera estoy harto.

"¿Doctora, ya tiene un diagnóstico para esto que tengo?"

martes, 16 de diciembre de 2008

Por Qué Puse el Arbolito

"Simón está pensando seriamente si va a poner el arbolito", escribí en mi Facebook hace un par de semanas. No había necesidad de hacerlo. Este año el niño se había marchado (¿muerto?) y en su lugar había un adulto, casi un viejo. Un tipo seco, duro, áspero. Uno que dice que la Navidad ya no es lo que era, que todo es un pretexto comercial, que la gente solo piensa en "que le den lo suyo" y que ojalá que enero llegara pronto para acabar con este terrible 2008.

En el trabajo ni siquiera hicimos angelito, lo vi como un alivio aún cuando antes había sido el más dispuesto de todos, el más travieso. Los villancicos me sabían a lo mismo. Ni siquiera sintonicé "Cima Sabor Navideño". De casualidad puse un adorno en la puerta, por si a la que me lo regaló se le ocurría llegar de visita. 
"Navidad de qué, eso es para los niños y yo ya no soy uno", pensé muy a lo Scrooge.

Como líder del Equipo de Acciones Comunitarias de la compañía, me tocó embarcarme en un par de proyectos para cerrar el año: la remodelación de la estancia infantil de Pueblo Nuevo y el aguinaldo navideño del leprocomio de Nigua. 
Qué pesadez, con todo el trabajo que tenemos encima. Y llegó el miércoles 10, sin saber yo que aquel día me tocaría mi propio Tiny Tim, y que el Espíritu de las Navidades pasadas y futuras iban a mover la alfombra bajo mis pies.

Cuando llegamos a la recién remozada estancia infantil, juguetes en mano, me acerqué al fondo del patio para ver cómo había quedado instalado el nuevo columpio. Mientras observaba la fila de niños felices, sentí que me halaban los pantalones. Cuando bajé la mirada, allí estaba un niño de 3 años, quien luego supe que se llamaba Omaily o algo así. "Tío, cálgame", me dijo con una sonrisa. Y ahí estaba yo, de alcahuete, cargando a mi nuevo amiguito. "Tío tiene bigote", me decía mientras me acariciaba la cara. Cuando no pude más con él, lo regresé al suelo solo para escuchar una nueva petición mientras me agarraba las dos manos: "Tío, blíncame", y ahí estaba de nuevo yo, el cascarrabias, brincando a mi recién estrenado sobrino, sentándome con él para abrir su nuevo juguete, y finalmente, antes de irnos, me dijo: "Tío, vuelve, ¿tú oye?". Punto en boca.

Regresé a mi oficina canturreando, contento de estar en el dichoso equipo, contento de que al menos me bajé de mi propio pedestal y pude sentir un airecito navideño. Pero cuatro horas más tarde me tocó volver a la faena. Cargamos la compra que le llevamos a los ancianos del leprocomio en dos carros, pues era mucho. Pasamos las de Caín para cruzar la aduana del Parque Industrial, y finalmente con mucho retraso llegamos al lugar, donde ya estaba tocando el peri-combo que habíamos contratado. 

Una vez descargada la compra, y al son de "A las Arandelas", nos dirigimos al comedor, donde se habían congregado la mayoría de ellos, al menos los que podían salir de sus camas (viejitos en sillas de ruedas, en una gran mayoría). Saludamos, cantamos con ellos y armamos el aguinaldo con más miedo que verguenza.

Cuando me puse a repartir bolsitas llenas de chocolates, me tocó entregarle una a una monja en silla de ruedas, que debe rondar los ochenta seguro. Sor Consuelo, que así se llamaba, me dijo en voz muy baja cuando recibió su fundita: "Gracias por darme, ahora ya yo tengo para dar". Acto seguido empezó a llamar a los viejitos por su nombre: "Fulano, toma, feliz Navidad", les decía mientras les repartía los chocolates de su bolsa a los que ya tenían.

Y como dicen en los comerciales, "por si todo esto fuera poco"... Una señora a mi lado se me presenta. "Yo soy Ramona Cáceres, de los de Moca, secos, sacudíos, y medíos por buen cajón. tengo ocho hijos y dieciséis nietos". Luego me hace señas para que le llame a Hugo, mi compañero de trabajo. "Gordito, ven acá", le dice. Hugo se le acerca y ella le (nos) lanza el siguiente trabucazo: "Gordito, tú tienes la cara muy seria, como triste. Alégrate, mijo, mírame a mí que no tengo un ojo, no tengo manos y no tengo pies y estoy en esta silla de ruedas. Y estoy feliz de estar viva por la gracia de Dios".

De más está decir que tanto el gordito como yo quedamos con los ojos aguados. Me sonreí, y doña Ramona me dijo "Así me gusta, hay que ser feliz. Chócala ahí". Cuando vi que de su mano la lepra había dado buena cuenta, no entendí cómo iba a "chocarle", así que ella me dijo "te engañé, yo no puedo chocar, ¡machuca!" y "machucamos" nuestros puños en señal de complicidad. Antes de despedirnos me dijo: "Yo lo único que lamento es estar en silla de ruedas porque tenía ganas de bailar con ustedes", y desde su silla se empezó a mover con buen ritmo, y yo con ella, mientras escuchaba que en la pobreza de su repertorio, el conjuntico de marras repetía "A las Arandelas".

Antes de irme vi a Sor Consuelo repartiendo el último de sus chocolates y ella se percató de que la estaba viendo. Entonces se me acercó en su silla y me golpeó suavemente con la siguiente frase, terriblemente certera: "Qué sabrosos estaban esos chocolates". ¡Monja terrorista!

Cuando salí de allí ya yo estaba cambiado, completamente convencido de que la Navidad existe, aunque a veces entre el ruido y la prisa de la mal llamada civilización se nos olvida que hay niños de todas las edades que la siguen viviendo, y que hay que buscarlos, dentro o fuera, para poder recordar de qué se trata todo esto.

Al día siguiente, en la cena con mis compañeros de la certificación en coaching, hicimos una dinámica en la que recordamos nuestra mejor Navidad y el mejor regalo que hayamos recibido, navideño o no. Yo me remonté al año 79 por allá, recordando con una sonrisa aquella navidad de mi niñez con mis abuelos vivos y la familia viviendo en una sola casa, y con otra sonrisa regresé al 2007 recordando una caja que me llegó por correo y que todavía conservo, una caja llena de detalles que me iluminaron la vida porque la enviaba alguien que era un niño en ese momento. Me sorprendí a mí mismo diciendo estas palabras: "No dejamos de sentir la Navidad cuando nos ponemos viejos, sino que nos ponemos viejos cuando dejamos de sentir la Navidad" (modestia aparte, me quedó bonita).


Esa misma noche llegué a casa y puse el arbolito. El niño me estaba esperando, hacía tiempo que no lo veía y se puso feliz al verme, y yo al reencontrarlo. Mientras colocaba las bolas en cada rama, recordaba a Omaily, a doña Ramona, y a Sor Consuelo. Me senté a ver el resultado final, con luces y todo, y fui interrumpido porque tocaron a la puerta. Me asusté porque me imaginé que me iba a encontrar a una señora embarazada, montada en un burro y con su esposo al lado. Aunque no eran ellos, si se les ocurriera llegar, los estoy esperando para ofrecerles posada en mi casa.

¡Navidad
NaviDAD
NaVIDAd!

sábado, 6 de diciembre de 2008

La Calle Está Dura


Fantasmas de hielo y sombra
animados y sin alma
me cercan por todas partes
adondequiera que vaya.
Me cercan y me persiguen,
pero nunca me acobardan,
porque al hielo que me oponen
les opongo fuego o llama.
Con ellos estoy en duelo,
en duelo que no se acaba

(Concha Méndez, "Fantasmas de hielo y sombra")


Voy por la calle con prisa y tu sonrisa me atraca.
De repente en la calzada tu mirada que me viola.
Doblando por una esquina me asesinas con tu beso.
Pasando por un colmado, me ha golpeado tu caricia.

Asesinado, violado, atracado y malogrado
voy a poner la querella,
porque esto así no se queda.
Pongo la direccional, cambio al carril de doblar,
y llego al destacamento subiendo por la Bolívar.

El sargento Restituyo, usando sólo dos dedos
y sin levantar la vista de su vieja Smith Corona
me dice como de vaina, como en un ritual gastado,
que yo no soy el primero,
y el último mucho menos,
de los casos que han llegado de víctimas voluntarias.
Y como ese es su trabajo, me pregunta por si acaso
si tengo alguna evidencia.

"Si, sargento, tengo varias",
le digo con voz de niño que recita de memoria:
"Su caricia terrorista, su sonrisa molotov,
su mirada carterista y su beso matador".

Con un papel en la mano salgo del destacamento
sonriente, porque ha quedado
escrito para la historia (y también para la histeria)
este caso tan extraño de delincuencia afectiva
y repito como un mantra, como una poesía coreada,
sin saber ni lo que digo:

"Su sonrisa me miró,
su mirada me besó,
su caricia me sonrió,
y su beso me tocó".

Hay que andarse con cuidado, porque la calle está dura.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Día Mundial del Sida

Cuando tenía diez años fui por primera vez de viaje, y lo hice con mi papá. Aquel viaje a NY, por motivos médicos, fue un sueño que todavía recuerdo con una sonrisa en la cara, porque fue todo lo que un niño puede pedir (y mucho más, como dicen los comerciales).

Ese verano conocí a tío Guillermo, primo de papi, y él se encargó de que nuestra estadía en la gran manzana fuera provechosa, entretenida, inolvidable, vamos.
Tío Guillermo redefinió el concepto de tío que hasta entonces tenía. Era cortés y amable, era divertido y siempre estaba sonriente, y cuidaba con igual importancia la conversación con los adultos como con los niños. Recuerdo que fuimos a visitar el apartamento que compartía con su novia, una escritora y periodista cubana, y se me quedó grabado en la memoria aquel ambiente bohemio, lleno de libros y cuadros.

En los años siguientes, las visitas de tío Guillermo en el verano eran muy esperadas, no sólo porque llegaba cargado de regalos para todos, como buen Dominican York, sino que su presencia era motivo de alegría en casa. Pasó el tiempo, fuimos creciendo, los años ochenta fueron quedando atrás, y cada vez sabíamos menos de tío Guillermo. Un buen día nos llegó la noticia, medio vedada, de que tío Guillermo había fallecido. No sé en qué momento nos dijeron que había muerto de sida. El caso es que mi tío era homosexual, cosa que mantuvo en absoluto secreto, y contrajo una enfermedad de la que muy poco se sabía en ese entonces y que aparte de lo terrible que era, acarreaba un estigma mayúsculo, de modo que guardó silencio al respecto y sólo nos enteramos de todo tiempo después de su muerte.

El año pasado, cuando ya habían pasado muchísimos años de su muerte, averigüé el nombre de aquella supuesta novia, la escritora cubana que le sirvió de tapadera en aquel verano que le visitamos. Tras mucho buscar en Internet en una labor casi detectivesca, finalmente di con su paradero y la contacté, para saber sobre mi tío, y cómo había vivido su final, o finalizado su vida para el caso. De aquella joven rubia, dicharachera e interesante, no quedaba mucho. Al otro lado de la línea me respondía la voz de una mujer vieja, su voz estaba cansada, quebrada. Le expliqué quién yo era, y pareció no entender.

Me preguntó qué yo quería saber, y le dije que me contara todo lo que ella recordaba.
Me habló con lujo de detalles de cuando conoció a mi tío a través de su hermano, con quien él trabajaba, de lo apuesto que se veía de uniforme, pues había llegado de la guerra de Corea y se había radicado en New York en esos tiempos. Disfruté mucho conociendo aspectos de su vida como ese, que me eran desconocidos. Luego hizo comentarios de desaprobación con respecto a cómo vivía, de un novio que tuvo, etc., y sentí un cierto celo en su voz, pero tal vez era mi imaginación solamente.

Finalmente llegó la parte más fuerte de su relato, después que mi tío supo de su contagio del virus del VIH. Tío Guillermo insistía en que su familia no supiera nada, y por eso cuando se fue agravando, le tocó estar mucho tiempo sólo en camas de hospital a las que unos pocos y fieles amigos le iban a visitar. Cuando ya se acercaba el final, rogó para que le dejaran ir a su casa, y lo logró, pues ya estaba desahuciado. Su amiga cubana le acompañaba, y narró con lujo de detalles lo despacio y delicado que fue el traslado, y lo contento que él estaba de haber vuelto a su hogar. Cuando le acostaron en la cama y lo arroparon, pocos instantes después murió.
Su relato entonces dio un brusco giro, y la señora se dedicó a dar consejos de que hay que tener cuidado, de que esa enfermedad es un castigo, y un largo etcétera que me sirvió para secar mis lágrimas y componerme del otro lado de la línea. Finalmente me despedí, dándole las gracias y prometiéndole que iba a leer una de sus obras más famosas, lo cual aún no he hecho.

El estigma del Sida hizo que tío Guillermo se aislara, supongo que por temor al desprecio de su gente querida, y que sufriera sólo el dolor de irse consumiendo poco a poco e irremediablemente. Me pregunto que habría pasado de haberlo sabido toda la familia. Claro, la idea de que el Guillermo tan querido era homosexual era mucho más de lo que muchos podían soportar, y aún hoy no se menciona su nombre ni su caso, como si le diéramos la razón después de todo.

Las estadísticas son espeluznantes, pero nuestra capacidad de asombro ha desaparecido: 33 millones de personas viven con HIV, 6,000 son infectados cada día, y de éstos, más de la mitad son mujeres y niñas. Muchos millones más han sucumbido ante este terrible mal. Ahora mismo no conozco a nadie HIV-positivo, pero en este día mundial del Sida, quiero llamar a la reflexión de los que pensamos que “eso le pasa a los demás”, de los que cierran sus ojos ante la idea de que en su familia pueda llegar la "maldición", de los que temen la ignominia y le dan importancia al "qué-dirán" más que a la tristeza y el dolor de sus seres queridos, de los que asocian el Sida a la inmoralidad exclusivamente, y ¿por qué no? De los que ven la homosexualidad como un castigo tan grande como el mismo Sida.

Y es que a veces, el temor a que a nuestros seres queridos les hagan daño puede traducirse precisamente en hacerles daño. Cuando alguien cercano le teme tanto a nuestro dedo acusador y a nuestro juicio severo, que prefiere morir en soledad antes que enfrentar nuestro implacable reproche, entonces algo anda realmente mal.

No es justo, no es necesario hacernos cómplices de la epidemia, o que nos hagamos los ciegos y sordos ante el acto de estigmatizar y segregar. Sólo hay que buscar las lecturas bíblicas en las que se mencione la lepra, y cambiar la palabra por Sida, y ahí veremos el ejemplo de acogida por excelencia que nos da Jesús, sin mucho más que agregar.

Hoy quiero recordar a mi querido tío Guillermo, ya que ni la fecha exacta de su muerte tengo, y recordar a todos los ‘tío-Guillermos’ que por ignorancia, por miedo, por debilidad o por falta de cariño, han sufrido en carne viva no solo la enfermedad, sino la soledad.

E.P.D. Guillermo Núñez