miércoles, 23 de agosto de 2006

Dos Mil Quinientos Abrazos

Cuando llegué a Arizona en Agosto del 97, Marcela me fue a buscar, sin conocerme, solo por encargo, y lo primero que me dijo fue: "Cuando yo llegué a este país me pasé seis meses esperando que alguien me diera un abrazo. No voy a permitir que te pase lo mismo". Me abrazó, aquella extraña, y yo me dejé abrazar. Su diagnóstico, breve y certero, no se hizo esperar: "Ay, mijito, qué mal, no sabes abrazar, tendré que enseñarte." Y lo hizo, y muy bien. La verdad, maestra, es que su alumno se le ha ido delante, gracias a Dios. La historia es así más o menos:

La mañana del domingo 20 de Agosto nos dividimos en grupos. En cada uno hicimos un "round robin" de abrazos, es decir, un "todos contra todos". Por la manera en que nos dividimos (diez en un grupo, siete en otro, etc.) hice unos cálculos que me arrojan la friolera de 554 abrazos, todos sinceros y emotivos, todos en un lapso de tiempo de aproximadamente diez minutos.

Al rato nos fuimos a donde estaba la otra parte de nuestro equipo. Contando con que dieciséis de ellos que recibieran al menos siete abrazos, en dos o tres minutos allí hubo 112 sorpresivos, pero agradecidos y amorosos abrazos.

Un par de horas más tarde llegaron "los otros". Calculo que cada uno de los nuevos abrazó a dos más que le pertenecían, y que cada uno de los viejos abrazamos a cuatro de nuestros compañeros. A ver, ellos eran cuarenta y ocho y nosotros éramos cuarenta... cero mata cero, llevo una, al cinco pago, y... ok, en menos de cinco minutos nos dimos 256 abrazos tiernos y llenos de cariño.

Luego vino el abrazo de la paz, al final. Usando el cálculo anterior y mal contando que nos llegaron cincuenta refuerzos de las otras ciudades, asumo que si cada uno dio siete abrazos (y sé que me quedo corto, pues yo que soy de palo sé que di muchos más), quiere decir que en esos diez minutos nos dimos 1,638 abrazos de felicidad y llenos de verdadera paz.

En resumen, entre las 11:11 am y las 4:00pm en un mismo sitio hubo algo más de 2,500 abrazos llenos del amor de Dios. Y yo estuve allí. Y no era la primera vez.

Ahora entiendo que lo que me ha salvado durante estos últimos siete años ha sido precisamente eso: los abrazos.
Dice mi amiga Fefita Chirino que al ser humano le hace falta una dosis mínima de dos o tres abrazos al día para sobrevivir, y creo que de ocho para ser saludables y felices. Es por eso que no me he muerto de soledad o de angustia. Es por eso que estoy loco por volver a ver a Marcela, para enseñarle lo que he aprendido. Y a Fefita, para regalarle algunos de estos abrazos que le pertenecen ventiún años después...