miércoles, 17 de mayo de 2006

Un Cuento Electoral

Me desperté por el ruido de una bocina que sonaba horriblemente, y bajé de mi habitación hacia la calle al darme cuenta de que era a mí a quien buscaban. Era un cepillito viejo y lo conducía un señor en chacabana con unas patillas gruesas. "Compatriota", me dijo con una voz ensayada, "venga y móntese que hay toque de queda". "¿Quién eres?" Le pregunté al subirme al Volky. Mientras pasaba el cambio sin bien enclochar me dijo "Yo soy el fantasma de las elecciones pasadas".

Me tocó pasear con él por una ciudad de anchas y limpias avenidas en las que casi no circulaban carros. "Fíjese, compatriota, que casi nadie anda en la calle, hay toque de queda y el doctor tiró la guardia a la calle". Me llevó hasta una mesa de votación en el centro del pueblo y allí pude ver a un tipo muy parecido a mí, pero con una ropita medio pariguaya y unos lentes de pasta, aunque con mejor figura. Era mi papá, votando por primera vez con plena conciencia después de la dictadura. Me esforcé por ver su voto, pero no pude (aunque me lo imagino). Sí noté que estaba rodeado de amigos que en un futuro serían funcionarios y empresarios, todos con cara de revolucionarios, ilusos e idealistas, ejerciendo su derecho al voto con la alegría y la esperanza de que las cosas marcharían mejor a partir de entonces. Vi algunos carteles de los que en un futuro se conocerían como corruptos y ladrones, y le pedí al fantasma que me llevara de allí.

Me llevó al 1990, las calles estaban un poco más sucias y un poco más llenas. Yo me estaba desmontando del Lada del Bocho, con Luima, y acabábamos de llegar de banderear haciendo campaña por nuestro candidato entre los barrios. Bocho tenía cara de revolucionario, yo de iluso y Luima de idealista. El fantasma me llevó al Politécnico, eran mis primeras elecciones, yo estaba feliz y esperanzado pues podía ayudar a que las cosas marcharan mejor a partir de entonces. Vi varios carteles de muy conocidos corruptos y ladrones. Vi compañeros de entonces que hoy son políticos.
Y voté. Y lloré amargamente, pues mi voto iba a ser perdido en unas elecciones maniatadas.
"Sácame de aquí", le grité al fantasma de las elecciones pasadas, y me dejó en la esquina de mi casa, ahora ubicada en otro lugar.

De repente llegó en una jeepeta un señor con unos lentes oscuros terciados y un cigarro hediondísimo. "Compañero", me dijo con una voz ensayada, "venga y móntese que hay muchos delincuentes en la calle". "¿Quién eres?" Le pregunté al subirme al vehículo y ajustar el aire para que no me diera en la cara. Mientras le ponía el 4x4 al vehículo para poder sortear los tremendos cráteres de la calle me dijo "Yo soy el fantasma de las elecciones presentes, Licenciado Fantasma para usted".

Me paseó por toda la ciudad, entre tapones y bocinazos. Aún con los vidrios subidos se sentía fuertemente el musicón, el bachatón y el reggaetón de los candidatos. Me daba mucho trabajo ver hacia adelante por todos los afiches, cruzacalles, pancartas y mil vainas más. Llegamos hasta la misma mesa de votación, en el Politécnico. Esta vez hallamos estacionamiento fácilmente. Entramos suavemente, la gente no había acudido en masa a votar, habían preferido quedarse en su casa. Vi a algunos de los amigos de la adolescencia diciendo "y para qué voy a votar, si todo es lo mismo, ninguno sirve". Y vi compañeros de antes que ahora eran políticos.
Y voté. Y lloré amargamente, pues había arrastrado en mi voto a unos diputados y regidores que eran corruptos y ladrones.
"Sácame de aquí", le grité al fantasma de las elecciones presentes, y me dejó en la esquina de mi apartamento en la capital.

De repente llegó una caravana de vehículos blindados. Un tipo fuerte y armado se bajó de una Harley y me cateó. Por un radio portátil dijo "Está limpio, puede subir a la limosina", y me arrastró sin preguntarme a una limosina negra en la que, opuesto a mí, se sentaba un señor gordo, todo trajeado, a quien no podía verle la cara. Era el año 2018.
"Díme a vel, ¿en qué tá tú, mi pana? ¿Veldá que te guta mi vehícalos?" Me dijo con una voz nada ensayada, pero que denotaba tanta ignorancia que daba risa. "Tú sabe, panita. No tengo que e'plicalte que sor el fantama de la selesione futura, sabe?".

Me paseó por lugares sin árboles en los que sólo se oían sirenas y tiros al aire. "Hay que tenel cuidado, mi pana, ello hay demasiada gente mala en er medio en eto tiempo"
Me llevó hasta Santiago. Allá pude ver a un joven rubio de ojos azules que me pareció muy conocido. ¡Era mi sobrino Jean Paul, en sus primeras elecciones! Su mamá le decía "mijo, levántate a votar", y él le respondía "No ombe, mami, todos son iguales, no vale la pena". Raquel, con una verborrea que me recordó a mi mamá, empezó a decir que en sus tiempos esto y que en sus tiempos aquello, hasta que mi sobrino se levantó y fue a votar.
Y ya cuando iba a echar el voto, en el último minuto pude ver en su cara un brillo nuevo. Lo vi iluso, idealista. Pensó por un momento que todo marcharía mejor en lo adelante gracias a su voto.

Y votó. Y yo lloré de nuevo, y me pregunté si todo había valido la pena, si yo había sido cómplice del deterioro social, de dar mi apoyo a los nuevos maleantes, de no haber advertido a mi sobrino que lo pensara bien...
Entonces, a lo lejos oí el himno nacional y me dije a mi mismo: "Mí mismo, eres un tonto, pendejamente patriótico, tontamente cívico, ilusamente nacional, sé que nunca te vas a abstener de votar, aunque se sufra en el sufragio", y al voltear a buscar al fantasma de las elecciones futuras me dí cuenta de que ya el gordo se había ido en su limosina... y que me faltaba la cartera.

miércoles, 10 de mayo de 2006

La Carta de Dauri

Aún con remanentes de la resaca espiritual de las misiones, ¡kinkán!, llegó un golpe certero y directo a mi corazón, un golpe que me arrancó lágrimas de emoción y me ha llenado de alegría.
Quiero transcribir, sin los maravillosos dibujitos que trae, la carta que en una hoja de cuaderno recibí anoche de la manera más inesperada, de mi niño especial del batey Montecristy:

"Hola, le mando esta pequeña línea para saludarlo y ala vez para decirle que con el grupo eteciano aprendi mucha cosa acerca de Dios.
Me alegro averlo conocido a el grupo. Espero que no vorbamos a ver pronto. Saludo para el grupo eteciano.
Lo quiero a todos: Att Dauri
Le manda saludo mi mai Mayi y mi hermana Yari. Le manda mucho saludo Estela y Andres mis abuelo.
Gracia a ustede mi abuelo esta mejor y a nuestro padre Dios.
Esperamo verlo prontos.
Le mando el numero de celular de mi mami Mayi. Yo cumplo 9 años el 31 de mayo.
Todavia nose escribir una carta pero me la escribio mi hermana Yari.

Att: Dauri Jesus Rojas Jimenez"


Después de esto, ¿necesito añadir algo a esta entrada del blog?
No lo creo.
Solo una sonrisa como la que llevo puesta ahora me puede dejar sin palabras.

jueves, 4 de mayo de 2006

Desde el Cielo

El fin de semana largo del primero de mayo, tres generaciones de las familias De Castro, Iglesias, Grullón y Lizardo se juntaron en Rancho Guaraguao, en Constanza, y la experiencia no tuvo desperdicio. Allí nos "mudamos" en cuatro cabañas adyacentes ubicadas a 1,400 metros sobre el nivel del mar. Creo que estábamos más cerca del cielo que nunca antes en ninguna actividad como familia.

Pudiera expandir sobre lo mucho que disfrutamos la compañía gratísima de amigos y familiares, o hablar de la suculenta paella que nos preparó la familia Leira a 37 desconocidos, o recordar el asopao hecho entre siete, y sin ingredientes, o mencionar acaso de la maravilla que es despertarse con los sobrinos acechando y dizque sin hacer ruido, esperando impacientes a que me levantara para jugar y 'explorar'. Sin embargo, sólo quiero decir que entendí finalmente todo lo que desde chiquito me explicaron acerca del cielo.

En el cielo estás rodeado de tus seres queridos, no te hace falta nada más. Te sientes lleno, te olvidas de los pesares, te sonríes todo el tiempo. Yo estuve en el cielo. Lo digo porque en un momento dado, desde la terraza con la impresionante vista hacia el valle de Constanza, se me acalró porque siempre han insistido en que Dios está en el cielo...

Desde el cielo todo se ve pequeño: los problemas, las dificultades, las injusticias, las ofensas, y sobre todo la gente que se cree grande. Todo es diminuto, insignificante, sencillo. Ahora entiendo por qué mi Dios se sonríe tanto.

Desde el cielo todo se ve hermoso: aún los rincones llenos de basura y las calles llenas de hoyos, las caras de los que nos quieren engañar y las pancartas de campaña, se convierten en un cuadro verde e iluminado, al que uno no se cansa de apreciar. Ahora entiendo por qué mi Dios siempre está atento.

Desde el cielo todo se ve tranquilo: no hay ruido de colmadones ni de guaguas de políticos, ni reggaeton, ni motoristas sin muffler, ni gente que grita y discute. Todo es apacible y sereno. Ahora entiendo porque mi Dios escucha...